Camino de Santiago 2006

Hice el Camino Francés, desde Roncesvalles a Santiago, en total 750 km, lo que me llevó casi un mes. Antes de hacer el Camino, ya había oído comentarios de peregrinos que lo habían hecho y todos afirmaban que aquí vives experiencias irrepetibles que te ayudan a conocerte mejor. Hay magia en el camino, surgen «coincidencias» o mejor dicho sincronicidades, y sobre todo cuando uno lo hace solo, la experiencia es más potente. Así que yo me embarqué sola en esta aventura sin saber qué podría pasar y me llevé muchas gratas sorpresas. Fue un momento de mi vida en que algo terminaba y tenía que empezar de cero, por eso fue tan bueno hacerlo entonces. Desde luego que todo lo que experimenté durante aquel mes de mi vida, perdurará para siempre en mi memoria como algo muy especial.

El Camino Francés, como su nombre indica, empieza en Francia, y atraviesa el norte de España: Navarra, La Rioja, Castilla y León y Galicia, y llega hasta lo que en la Edad Media fue considerado el «fin de la Tierra». Este camino surge poco después de la aparición del cuerpo del Apóstol, y desde el siglo X, se convierte en el eje que articula la consolidación del imperio de Alfonso VI y Alfonso VII. Es el Camino más conocido de todos, el que más peregrinos hacen, y el mejor provisto de señales y albergues.

No voy a entrar en detalles en este post, ya que lo escribo mucho tiempo después de hacer el Camino y ahora hay otros posts que reclaman mi atención. Simplemente quiero dar una visión general de lo que fué aquella experiencia para mi. Tampoco cuento con muchas fotos porque no quise cargar con una cámara (llevé justo 6 kg de peso a mis espaldas y quité todo lo que no fuera estrictamente necesario), por lo que las fotos que tengo son las que me enviaron varios peregrinos que conocí, o de visitas posteriores que hice a Burgos y Santiago.

Imagen tomada de http://spainillustrated.blogspot.com.es/p/el-camino-de-santiago.html

El Camino Francés tiene tres partes bien diferenciadas:

1) De Roncesvalles a Burgos:

Esta parte comprende 12 etapas (Navarra, La Rioja y Burgos), aunque hay quién decide comenzar en Saint Jean Pied de Port, Pirineo francés, lo cual supone una etapa extra antes de Roncesvalles. Yo decidí empezar en Roncesvalles y saltarme aquella etapa previa, cosa que no me importaba demasiado. Recuerdo que había mucha gente alojada en aquel albergue y habían montado grandes tiendas militares para alojar a los peregrinos. Asistí a la misa del peregrino aquella tarde, y allí nos dieron las bendiciones y protección necesarias para emprender aquel largo camino. Por un momento sentí como si volviera a tiempos antiguos, cuando hacer aquel camino era peligroso de verdad, y uno tenía que enfrentarse a muchas vicisitudes. No sería igual que en la Edad Media, pero el hecho de ir sola y sin nada preparado, añadía mucha emoción a aquella aventura. A la salida conocí a dos chicas de Valencia y con ellas estuve caminando los primeros días.

Ellas no iban a hacer el Camino entero, sólo un tramo, así que se lo tomaban con mucha tranquilidad, incluso dividimos en dos una de las etapas. Yo sentía que quería caminar a ritmo más rápido, así que en Pamplona me despedí de ellas. Poco después me reencontré a un alemán que conocí en el albergue justo antes de Pamplona, y acabamos coincidiendo en muchos lugares. Tuvimos interesantes conversaciones y al final nos hicimos amigos. Nos visitamos en diversas ocasiones en España y en Alemania, fue uno de los mejores amigos que conocí en el Camino.

Mi amigo alemán era muy independiente y prefería caminar solo siempre que fuera posible. También buscaba inspiración para su arte, pues era pintor, y quería pintar sobre el Camino al terminar. Yo también aproveché la oportunidad para caminar sola y así utilizarlo como una meditación. Fueron muchas las revelaciones que me vinieron aquellos días, sobre quién soy yo, sobre qué es lo que quiero de verdad en la vida, y sobre lo que había pasado en los últimos años de mi vida. Era maravilloso caminar cada día atravesando distintos paisajes, que además en aquella zona eran verdes y montañosos, y también pueblos medievales, antiguos y llenos de historia.

2) De Burgos a Villafranca del Bierzo:

Esta parte comprende 14 etapas que atraviesan Burgos, Palencia y León. Es la parte de La Meseta, tan temida por muchos peregrinos porque puede provocar el desánimo cuando sólo ven planicie durante kilómetros y kilómetros, pareciendo no acabar nunca. Esto empeora con el calor, lo cual sucede cuando haces el Camino en verano, como fue mi caso.

Mi llegada a Burgos fue fría, pues habían bajado las temperaturas bastante, y además esta ciudad es de las más frías de España. No tenía ropa de abrigo y lo pasé muy mal aquellos días. A punto estuve de abandonar pero mi amigo alemán me convenció para continuar. Fui a correos a enviar parte de mi ropa de verano a casa y me compré algo de ropa de abrigo que encontré rebajada en una tienda de deportes. Lo gracioso fue que dos días después las temperaturas subieron y ya casi no tenía ropa de verano que ponerme, tan sólo un pantalón corto y una camiseta. Vivir durante un mes con tan pocas cosas me gustó, me hizo sentir más libre y menos dependiente de lo material, y te das cuenta de que es posible vivir con menos.

La Meseta fue una gran prueba para mi, el final del Camino aún está lejos y no ves nada que te aliente. Pero debes continuar, tener fe en tu objetivo, llegar a Santiago. Y sin embargo, llega un momento en que el objetivo ya no es ese, ya no importa el final del camino, y el único objetivo es continuar caminando, vivir el aquí y ahora con presencia, absolutamente consciente de cada instante y de cada lugar que atraviesas. Es una meditación poderosa y única, y puedes llegar a sentir como te fundes con el paisaje, como tú también eres parte de ese Camino, y no algo separado de él. Todas tus preocupaciones en la vida desaparecen, ya no hay pasado, ya no hay futuro, sólo el Camino y y tú.

Me metí en una dinámica de caminar que acabó siendo como una adicción (en el buen sentido de la palabra), y cada día sentía que quería añadir más kilómetros. Así acabé haciendo etapa y media la mayoría de los días, lo cual fue bueno porque los albergues se llenaban enseguida, y de esta manera me aseguraba siempre tener cama para esa noche, pues no acababa en el final de etapa como casi todo el mundo. Mi amigo alemán solía hacer lo mismo y casi siempre nos encontrábamos en los mismos albergues, pero nunca lo acordábamos ni lo planeábamos, simplemente sucedía por casualidad.

Conocí más gente en el Camino, y con ellos compartía como máximo un día de caminata o un tarde en el albergue, no me solía quedar con un mismo grupo o persona a lo largo de los días. Eso resultó en conocer mucha gente distinta, ellos compartían sus experiencias conmigo, me contaban sus motivos para hacer el Camino, y de cada uno de ellos aprendí, siempre tenían algún mensaje para mi. Así conocí una búlgara, dos chicas canadienses, un francés de origen vietnamita, varios italianos, y españoles de distintos lugares del país. Me sorprendió que muchos estuvieran haciendo el camino solos, ya que en la primera parte no conocí a muchos solos. Algunos tenían historias duras, varios que no terminaban de superar su ruptura con la pareja, otro había perdido a su mujer durante el parto, otra necesita aprender a independizarse de su marido, otro no se entendía bien con su mujer, otros simplemente necesitaban averiguar quiénes eran y qué querían hacer en la vida…

Pero tampoco faltaban los que hacían el Camino por turismo, por conocer gente o por disfrutar de un tiempo con sus amigos o parejas. Yo huía de caminar en grupos grandes, quería silencio y paz para disfrutar de aquella experiencia, pero durante unos días caminé con un maravilloso grupo al que cogí mucho cariño: dos italianos, una americana y un catalán. Todos habían emprendido el camino solos y por unas cosas u otras acabamos haciendo este grupo. Debo decir que en aquellos cinco días que compartí con este grupo, me sentí como si estuviera caminando con amigos de toda la vida.

3) De Villafranca del Bierzo a Santiago de Compostela:

Esta parte transcurre en León, Lugo y La Coruña, con 8 etapas en total. Al final de la parte anterior, dejé atrás La Meseta para adentrarme en tierras más montañosas y verdes, lo cual fue un agradable cambio. También me gustó atravesar ciudades como León, Astorga y Ponferrada. Pero entrar en Galicia fue aún mejor, tierra que me encanta y que había visitado en tres ocasiones anteriormente. Los verdes campos gallegos, sus bosques y montañas, sus pueblos por los que pareciera que el tiempo no había pasado, eran para  mi como el merecido premio después de tantos días de caminata.

Nunca olvidaré cuando llegué a O Cebreiro, uno de los lugares más mágicos y preciosos del Camino. Recuerdo que caminaba sola en aquella etapa y me encontré con un pastor que iba con sus vacas. Hablé un rato con él mientras me emocionaba por aquella visión que aparecía ante mis ojos. Al final de la etapa conocí a unas chicas húngaras con las que compartí los últimos kilómetros hasta el pueblo. Aquel pueblo era especial, me pareció tan celta, y la música tradicional se oía en las tabernas abiertas. Allí vi un mágico atardecer que quedará para siempre en mi memoria.

Los días del Camino en Galicia se me pasaron rápido de tanto como estaba disfrutando, y hubo días que caminaba más de 40 km, tan adicta que me había hecho ya al caminar. Por fin llegó el gran día, cuando el Camino terminaba, en Santiago. La noche antes compartí la cena con una numerosa y amigable familia de catalanes. Aunque me ofrecieron llegar a Santiago con ellos, yo preferí hacerlo sola, para estar presente en cada momento sin distracción alguna. Recuerdo perfectamente la sensación que tenía al acercarme a la ciudad, y luego al atravesarla. Llegué a la misa del peregrino cuando estaba casi acabando, en aquel día de domingo, y no pude evitar emocionarme y llorar. Algunos me miraban pero me daba igual. Venían a mi memoria todos aquellos días mágicos en el camino y cada una de las experiencias que allí viví, desde la primera a la última.

Hice el famoso ritual de dar unos golpecitos con la cabeza en la piedra que hay en la columna de la entrada de la catedral mientras posas los dedos de la mano derecha en dicha columna. También visité la cripta donde están los restos del Apóstol. Luego fui al lugar donde te dan tu certificado de peregrino cuando enseñas el pasaporte peregrino con sus sellos correspondientes. Aunque lo del certificado estaba bien, eso era lo de menos. Lo mejor fue todo lo que viví y aprendí durante aquellos días; me enseñaron que no hay principio ni final, que la vida es un constante caminar y lo importante es seguir adelante, hacia donde te lleven tus sueños, hacia ti mismo en realidad.

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