Segunda parte: Voluntariado en comunidades indígenas de Otavalo (10-30/10/2004)
Nos llevaron muy temprano a Quito en la furgoneta de la fundación Maquipucuna y allí cogimos un autobús a Otavalo. No está tampoco muy lejos de Quito, a tan sólo 110 km al norte, por lo que no tardamos mucho en llegar. Tengo que decir que seguíamos dentro de la zona de la sierra, como podéis ver estos mapas (pinchar encima para aumentar). Por si no lo sabíais, geográficamente se divide a Ecuador en tres zonas: la sierra, la costa y la selva. Nosotros estuvimos casi todo el tiempo en la sierra y sólo al final nos acercaríamos unos días a la selva.
Otavalo es una localidad de la provincia de Imbabura, donde está el volcán que lleva el mismo nombre. Es el municipio de mayoría indígena más rico de Ecuador, y algo que llama la atención cuando estás allí, es que apenas hay mestizos y menos blancos (aparte de los turistas, claro). Se han preocupado mucho de mantener su raza pura y evitan mezclarse con los mestizos y blancos. De hecho, en España hay muchos inmigrantes de Otavalo (también en otros países, pero menos) y siempre los ves con su gente; no se mezclan nada. Otavalo es sede del mercado artesanal indígena más grande de Sudamérica y sus productos pueden encontrarse por todo el mundo. Seguro que has visto muchas veces otavaleños vendiendo sus artesanias en mercadillos y ferias de España, y se los distingue por el pelo largo que llevan tanto hombres como mujeres (ellas siempre visten su indumentaria tradicional de falda negra y blusa blanca).
En Otavalo íbamos a hacer un voluntariado de tres semanas de duración con la organización Cielo Azul, a la que conocí a través de mi amiga Colleen, dueña de la tienda Andean Spirit, en Cork (en mi entrada de Irlanda hablo de ella y de cómo me ayudó a recaudar fondos para mi proyecto de Perú). En uno de sus primeros viajes a Sudamérica, Colleen vino a Otavalo, y maravillada por la artesanía de los mercados indígenas, decidió importar estos productos a Irlanda y abrir una tienda allí. La persona que le ayudaba con el negocio desde Ecuador era Grace, la hija de la familia que llevaba la organización Cielo Azul desde Ecuador (aunque la sede administrativa está en Suiza). Esta organización fue fundada por una suiza llamada Monika Senn, profesora de primaria y pedagoga, que viajó a Ecuador y se interesó por ayudar a las comunidades indígenas de Otavalo.
Llegamos a eso de las 2 de la tarde al hostal El Geranio, regentado por la familia de Grace, que se encargaban de recibir a los voluntarios y ubicarlos en las comunidades donde iban a trabajar. Normalmente, los voluntarios se quedaban a vivir con una de las familias de la comunidad, pero podían quedarse en el albergue si lo preferían, y viajar cada día a la comunidad en autobús. Grace no estaba, pero su madre y su hermano nos recibieron. Nos llevaron a nuestra habitación, y como estábamos tan cansados, nos echamos una siesta. Cuando nos levantamos, había mucha gente en el salón viendo el partido de fútbol Ecuador-Chile, y nos sentamos con ellos a ver el final. Conocimos al padre de Grace, Gilberto, que es profesor al igual que su esposa. Ellos eran mestizos, no indígenas; la verdad que debían ser de los pocos había en Otavalo. Nos estuvo comentando el plan que tenía para nosotros en los próximos días durante la cena. Podíamos elegir quedarnos allí cada día o en una de las comunidades; dijimos que lo pensaríamos.
Al día siguiente, lunes, nos quedamos en Otavalo y nos fuimos a pasear para conocer la ciudad. La ciudad es agradable y animada, con sus mercados, y los indígenas tan guapos y raciales, con su largo pelo negro (se me iban los ojos, je, je). El martes fuimos con Lea, una voluntaria jovencita de Suiza, a la comunidad donde ella estaba haciendo voluntariado. Íbamos a ayudar a cementar el suelo del patio de la escuela. Allí sólo había niños de 3-6 años pues era una comunidad pequeña, y los niños más mayores iban a estudiar a Otavalo.
Había un grupo de hombres indígenas allí sentados y nos empezaron a hacer el típico cuestionario, que de dónde éramos, cómo nos llamábamos, y más tarde, cuando había algo más de confianza, que si éramos casados o novios (pregunta del millón que nos hicieron no sé cuántas veces en Ecuador). Mientras Martin se puso a ayudar a los hombres con el cemento, yo me puse a jugar con algunos pequeñines que estaban por allí. De repente apareció un chico muy guapo con una larga trenza hasta la cintura y se puso a hablar conmigo. Me dijo que estaba estudiando en la universidad de Quito pero venía a ayudar a su comunidad siempre que podía. Me habló de un proyecto que tenía con unos amigos de un disco-libro con leyendas y cuentos de la zona, acompañados de música folclórica; me pareció muy interesante. Los hombres que estaban sentados allí cerca se reían mientras hacían comentarios en su idioma. Le pregunté al chico que decían (aunque presentía por dónde iban los tiros) y me dijo que me estaban sugiriendo que me lo llevara a España en la maleta. De verdad que tengo que aprender a disimular más, se me nota demasiado.
Se me había olvidado comentar que los indígenas de Otavalo normalmente no hablan español; entre ellos hablan siempre su idioma, el quichua (segundo idioma más hablado de la familia de las lenguas quechuas). Al parecer hay 2,5 millones de hablantes entre Perú, Ecuador y Colombia. Los niños pequeños apenas saben español y cuando los hablas casi no te entienden. Me parece genial que su cultura siga tan arraigada y hablen su lengua siempre. Menos mal que los españoles no nos lo cargarmos todo y algo queda.El miércoles visitamos tres comunidades y sus escuelas. Nos dijeron que teníamos que enseñar en las tres y que repartiéramos los días como quisiéramos. Ese mismo día empezamos en una de ellas. Era la primera vez que daba clases de inglés y estaba un poco nerviosa, pero no salió tan mal. Estuve con los niños más pequeños, así que lo hice muy lúdico, con dibujos y canciones. El jueves y viernes estuvimos enseñando en otras escuelas. La del viernes estaba en la comunidad de Camuendo, y nos gustó tanto, que preguntamos si nos podíamos quedar allí el resto del tiempo.
Después de las clases, los padres nos invitaron a la reunión en la que iban a decidir dónde nos íbamos a alojar en las próximas dos semanas. Hablaban en su idioma y no nos enterábamos de nada, hasta que el director de la escuela nos preguntó si estábamos casados o no, para saber en qué sitio nos metían. Ellos habían pensado en meternos en una casita que estaba junto a la escuela, pero era muy pequeña y sólo cabría una cama. Yo les dije que no estábamos casados pero podíamos compartir la cama, a lo cual todos se rieron (parece ser que son muy tradicionales y ellos nunca viven con su pareja si antes no se han casado). Como nos pareció bien, acordaron en preparar la casa para que nos fuerámos a ella en las próximas dos semanas. Hace tiempo hubo una profesora allí pero ahora la casa estaba sucia y desalquilada. Prometieron tener la casa lista para nosotros el lunes, así que nos despedimos hasta entonces.
Una de las tardes de aquella semana, la familia del hostal nos llevó a Ibarra, capital de la provincia de Imbabura. Ellos tenían que hacer compras y nosotros aprovechamos para pasear por la ciudad. A mi me gustó menos que Otavalo y me pareció que tenía poco encanto. Allí viven más mestizos que en Otavalo y no vi mercados de artesanía. No nos dio tiempo ver todo lo turístico de todos modos; quizás si hubiéramos visto más tendría otra opinión.
Fin de semana de lagunas (16-17/10/2004)
El sábado fuimos a visitar la laguna de Cuicocha, también conocida como la Laguna de los Dioses, a 3068 m sobre el nivel del mar. Se trata del cráter de un volcán que se llenó de agua, al lado del volcán Cotacachi en la Cordillera Occidental de los Andes ecuatorianos. Hubo una gran erupción hace 3100 años que cubrió la zona aledaña con una capa de ceniza volcánica de 20 cm. Desde entonces el volcán ha permanecido inactivo. Dentro de la laguna hay cuatro cúpulas de lava dacítica que forman dos islas escarpadas cubiertas de bosque: la más pequeña es Yerovi y la más grande Teodoro Wolf, en honor al sabio alemán y descubridor. Los islotes están separados por un canal llamado «Canal de los Ensueños». Las islas al interior de la caldera poseen una vegetación con más de 400 especies, que forman el hábitat de mamíferos y especialmente aves andinas, aunque se conoce poco sobre estas especies. Cuicocha se encuentra al extremo sur de la reserva ecológica Cotacachi-Cayapas.
Fuimos en un autobús que nos dejó en una carretera desde donde empezaba un camino de tierra que iba hasta la laguna. La primera visión de la laguna nos dejó impresionados, es un preciosidad, no me extraña que la hayan puesto ese nombre. El camino iba bordeando la laguna todo el rato y nos llevó unas cuantas horas realizarlo. Llegamos a una zona donde había restaurantes y mucha gente. Desde allí salían excursiones en lancha y nos animamos a hacerla. El guía nos contó cosas de la laguna y de las islas que había dentro, muy interesante.
Como no tengo fotos, pongo este enlace de una web que encontrado sobre la laguna, y así podéis ver cómo es esta maravilla: Fotos de Cuicocha
De ahí fuimos a la ciudad de Cotacachi, a unos 12 km de distancia. Es un pueblo muy bonito, ubicado a las faldas del volcán que lleva su mismo nombre, y conocido como la capital musical del norte de Ecuador. Tiene muchos sitios para visitar como el parque Abdón Calderón y la iglesia Matriz. Pero sobretodo Cotacachi es conocido por la producción de cuero; tiene varias tiendas en la calle «10 de Agosto» donde se venden chaquetas, zapatos, etc. Cuenta con el Instituto Tecnológico de la Industria del Cuero (ITIC). Esta calle es también el principal sitio comercial de la ciudad. Más tarde cogimos el autobús de regreso a Otavalo.
El domingo fuimos a las lagunas de Mojandas con la suiza Lea y tres chicos austriacos que estaban de voluntarios en Esmeraldas (zona de la costa) y habían venido a pasar el fin de semana a Otavalo. Están a 17 km al sur de Otavalo, en la cima del sistema montañoso del nudo de Mojanda-Cajas (3713 m sobre el nivel del mar), y ocupa el cráter de un volcán extinguido, compuesto por tres lagunas: Huarmicocha o lago mujer, Caricocha o lago hombre (es el mayor) y Fuya-Fuya o laguna negra. Las tres están enlazadas por senderos de páramo y rodeadas de altas montañas de más de 4000 m de altitud. Tienen gran belleza paisajística, especialmente por la presencia del bosque que se conserva en su forma primaria, con la presencia de flora y fauna propios de los páramos ecuatorianos.
Para ir allí cogimos una camioneta-taxi que entre todos nos salió barato (4$ por persona). Nos dejó en las lagunas y comenzamos a caminar por senderos que las rodeaban. También subimos por un sendero que llevaba a la cima de un montículo desde el que se apreciaban estupendas vistas. Disfrutamos mucho de la caminata que nos llevó todo el día y a eso de las 6 de la tarde vino a buscarnos la camioneta.
Cuando regresamos a Otavalo quisimos ir a los pubs después de cenar, pero nos los encontramos cerrados. La razón era porque Pachukutik, un movimiento político de tendencia indigenista y socialista, ganó las elecciones municipales del 17 de octubre, y había una gran celebración en las calles. Multitud de indígenas participaron de aquella celebración y nosotros decidimos unirnos a ellos. Hubo un gran concierto con actuaciones de música folclórica y danzas que nos encantó.
Comunidad de Camuendo: viviendo junto al lago y el volcán (18-30/10/2004)
El lunes fuimos a enseñar a la escuela de Pucara, una de las comunidades de la semana pasada. Regresamos a Otavalo para almorzar y recoger nuestras cosas. Grace estaba por allí y se ofreció a llevarnos con su hermano a Camuendo, ya que íbamos con todo nuestro equipaje. Cuando llegamos, no había nada aparte de una cama rota. Al parecer se habían olvidado de preparar nuestra casa, así que tuvimos que volver a Otavalo a pasar la noche.
Al día siguiente volvimos a Camuendo por la mañana y nos encontramos con que aún no habían hecho nada en la casa. Con nuestra presencia allí, se molestaron en hacer algo, y al final del día ya teníamos una pequeña cocina, unas cortinas y una cama con su colchón, almohada y sábanas. El agua sólo venía unas pocas horas al día, así que nos dejaron unos contenedores de agua para utilizarla cuando necesitáramos. Así empezó nuestra estancia en aquella pequeña casa.
El entorno era de lo más idílico. Estábamos junto al lago San Pablo, uno de los muchos lagos de esta provincia serrana, y está al pie del volcán Imbabura. En el lago los indígenas pescaban, y también se bañaban y lavaban su ropa. Yo también tuve que lavar mi ropa allí, qué remedio, otro sitio no había. Es toda una experiencia lavar la ropa en un lago. Aquí podéis ver una foto en la que estoy en ello.
Al lado los indígenas llevaban a menudo a sus toros para pastar y beber. No sé por qué tenían toros en lugar de vacas, pero así era. Lo curioso es que casi siempre eran niños los que se encargaban de esta tarea, a veces muy pequeños, de unos 7 ó 8 años de edad. Era impresionante ver a niños tan pequeños con tan imponentes bestias, y que no tuvieran miedo de ellos. Los toros eran bastante agresivos porque peleaban entre ellos, y a veces si se acercaba un perro, no dudaban en atacarle. Nosotros siempre nos escondíamos en casa cuando venían los toros, nos daba miedo. Y hay que ver cómo mugían, de qué forma tan amenazadora.
Era toda una experiencia vivir en aquella comunidad, mejor que vivir en la ciudad de Otavalo. Era un sitio muy rural y los indígenas seguían trabajando la tierra de forma tradicional, con bueyes que tiraban del arado. Las mujeres se juntaban para lavar la ropa y para hacer sus artesanías. Los niños jugaban por allí, en aquel entorno privilegiado, y pensé de nuevo en lo mismo que cuando estábamos en Santa Marianitas, que era una suerte que un niño pudiera crecer en un lugar así. Qué distinto es ir a una escuela que está al lado de un enorme lago y un volcán, nada que ver con ir a la escuela de una ciudad.
Durante aquella primera semana, estuvimos solos con los niños porque los profesores estaban con unos cursillos de formación. Les dimos dos horas de inglés a cada nivel, Martin y yo por separado. En general me pareció que eran más formalitos que los niños de Santa Marianitas, aunque algunos de los grupos se revolucionaron porque no estaban sus profesores. Los niños indígenas me parecían encantadores, quizás algo más tímidos que los otros, y los pequeñines eran mi predilección. Algunos no entendían mucho el español, así que enseñar inglés era aún más difícil, pero intentábamos hacerlo de forma lúdica para que no se aburrieran.


Los niños se asomaban a nuestra casa por la mañana antes de empezar las clases o en el recreo. A veces también venían por la tarde para curiosear. Era gracioso ver un montón de cabecitas asomándose por la ventana, y nosotros ya renunciamos a tener privacidad porque no había cortinas en todas las ventanas, así que les saludábamos y les hacíamos muecas para que se rieran. A algunos les invitamos a entrar, y muy formalitos se sentaban y esperaban que iniciáramos una conversación. Hubo uno que me sorprendió porque empezó a contarme leyendas de su cultura.
Había una familia que vivía en una casita pegada a la escuela y que se hacía cargo de ella. El director nos dijo que si necesitábamos algo, les preguntásemos a ellos. Tenían también una pequeña tienda donde los niños se compraban cosas y a nosotros nos daban parte de la comida. El resto lo comprábamos en el mercado y cocinábamos en la minicocina que nos dieron. La mujer de la familia estaba embarazada pero ya tenía cinco hijos; sin embargo, siempre estaba tranquila y no parecía estresarse con tanto niño alborotando. Algunos de sus hijos venían a menudo a vernos y nos pedían jugar con ellos. Nos lo pasamos genial jugando con ellos al escondite y al pilla-pilla en los alrededores de la escuela casi cada tarde. Los padres tenían que venir a buscarles porque nunca veían el momento de acabar.
El jueves por la tarde decidimos caminar hasta el pueblo de San Pablo (no recuerdo la distancia exactamente, quizás 5-6 km). Era un pueblo tranquilo y agradable, y estuvimos un rato visitándolo. Nos enteramos de que el viernes empezaban las fiestas y duraban una semana. Entonces decidimos regresar al día siguiente a ver que nos encontrábamos. No tuvimos mucha suerte porque sólo había un concierto que costaba 3$ y estaba retrasado como dos horas. Lo único que hicimos fue ir a una tienda a comprar cerveza y un vino de durazno (algo que descubrimos allí y no conocíamos de antes), y los dueños nos dieron conversación durante una hora. Cenamos nuestros bocadillos con la bebida que compramos, y más tarde regresamos a casa en un taxi. Nos sentamos junto al lago que de noche nos ofreció una visión mágica. Las nubes formaban una capa que contrastaba con el cielo brillante detrás de nosotros y el contorno del volcán Imbabura se recortaba en él. Lo único que rompía el silencio eran los patos que buscaban su alimento en el lago y alguna que otra ave nocturna que pasaba por allí.
Fin de semana en Intag (23-24/10/2004)
El sábado fuimos en un autobús atestado de gente hasta este lugar, una reserva de bosque nublado (sí, una más). Pero esta vez nuestro principal objetivo no era el bosque, sino unas piscinas de aguas termales donde queríamos relajarnos y descansar. La mayor parte del viaje en autobús la hicimos de pie porque no había sitio, y sólo nos pudimos sentar al final. Aquello era una fiesta total, con la típica música de cumbias y otros ritmos latinos a todo volumen, mientras la gente comía carne, arroz y choclo (maíz) y bebían gaseosa y cerveza. Los vendedores de comida ambulantes subían en casi cada parada con sus cestas llenas de comida, y tenían mucho éxito con sus ventas. Nosotros no nos atrevíamos a comer estas comidas, y más después de los problemas intestinales que sufrimos, así que sólo comíamos lo que llevábamos. Había un hombre que no paraba de contar chistes machistas mientras bebía cerveza, y aunque al principio causaba gracia a sus compañeros de viaje, acabó por aburrirlos teniendo que buscarse nuevos oyentes.
Cuando llegamos a Intag, fuimos a las cabañas más cercanas y preguntamos si tenían una libre para nosotros. Costaba 20$ por cabaña, un poco caro para Ecuador, pero estaban muy bien, y tenían su terraza con hamacas. Pasamos la tarde en las piscinas de aguas termales de Nangulvi, que provienen de un manantial de origen volcánico. Están rodeadas de colinas cubiertas de bosque primario, lo que da al lugar gran belleza. Se estaba tan bien allí, que nos quedamos hasta el anochecer.
Al día siguiente fuimos a caminar cerca de allí. No tuvimos tiempo de adentrarnos mucho en el bosque porque nuestro autobús salía a las 14:45, pero algo pudimos ver. Caminamos hasta una cascada cercana, no tengo apuntada cuál, pero quizás fuera Balzapamba o Monopamba, porque son las más cercanas al complejo Nangulvi. Hay otras más metidas en el bosque como la del Quinde, Junín, los Cedros o el Salto del Puma, pero no tuvimos tiempo de ir allí. En la zona hay varias comunidades y algunas han montado sus proyectos ecoturísticos como las de Junín, Cielo Verde y Pucará. En esta página web sobre Intag podéis consultar información sobre los recursos turísticos de la zona (el bosque, las cascadas, las aguas termales, las comunidades, etc) y ver algunas fotos ya que una vez más tengo que disculparme por no disponer de ellas.
www.intagturismo.com
Última semana en Camuendo (25-30/10/2004)
Esta semana fue un poco traumática porque nadie en la comunidad sabía que era la última. Pensábamos que la organización les había dicho que sólo íbamos a estar allí dos semanas, pero no lo hicieron, ya que el director se quedó sorprendido cuando le dijimos la fecha en la que nos marchábamos. Todo el mundo pensaba que nos íbamos a quedar allí un año, enseñando en la escuela y viviendo en la comunidad. Nos sentimos realmente mal por defraudar sus expectativas, y nos dimos cuenta de que un voluntariado de este tipo tiene que tener una duración más larga, mínimo dos meses.
El director estaba muy contento con nuestras clases de inglés, especialmente por la metodología que empleábamos. Yo, la verdad, no tenía ni idea porque era la primera vez; aprendí aquellos días de Martin, que en esto tenía mucha experiencia, ya que era su profesión habitual. No he contado una cosa importante, y es que en Ecuador, especialmente en las escuelas más humildes, no suelen tener profesores de inglés. El problema es que cuando los niños acaban primaria, tienen que presentarse a un examen para poder entrar en secundaria, y el inglés es una de las materias sobre las que les examinan. Como estos niños no suelen tener oportunidad de aprender inglés, no pueden pasar el examen y entonces no entran en secundaria. Por eso es importante conseguir voluntarios que les enseñen inglés y esta es una de las prioridades de la organización Cielo Azul. Yo esperaba que no tardaran mucho en encontrar a otro voluntario que nos sustituyera, pues me sentía muy mal por dejarlos así.
En esta foto los niños están en filas, cada uno con los de su clase, escuchando la charla que el director les da cada mañana antes de entrar a la escuela. Luego cantan el himno nacional de Ecuador, algo muy típico en todas las escuelas del país.
A pesar de todo, disfrutamos mucho los últimos días de clase. Dimos algunos de las clases juntos y con los niños más pequeños hicimos muchos juegos y canciones. El director se quedó a mirar algunas de las clases y se veía que le gustaba mucho nuestra forma de enseñar. Él ahora sabía que clase de profesor de inglés quería conseguir, y bueno, yo creo que al también le sirvió para coger ideas para clases de otras asignaturas. Normalmente en Ecuador los profesores enseñan de una forma muy tradicional, haciendo a los niños repetir información que tienen que memorizar, pero de forma poco lúdica y creativa.
Una tarde, el director de la escuela, que por cierto era indígena y no mestizo como muchos de los profesores, nos invitó a cenar en casa de nuestros vecinos (la familia que cuidaba de la escuela) con motivo del bautizo de su bebé. Además de su esposa e hijo, allí también estaban sus padres y su abuela, todos indígenas. Nos pareció una oportunidad muy buena de compartir un poco más con ellos sus cultura y conocer su gastronomía. Nos sorprendió lo abundante que fue la comida, con muchas papas y pollo en una especie de sopa. Yo no podía con tanto, era demasiado, pero poco después descubrí que ellos tampoco. No pasaba nada porque se lo guardaban en un recipiente para llevárselo a su casa y comerlo más tarde. Enrique, que así se llamaba el director, invitó a Martin a beber unas cuantas cervezas (a mi no porque no me gusta), así que acabó bien contento.
Otro día por la tarde, una niña de la escuela nos trajo ropas tradicionales indígenas a Martin y a mi, nos las pusimos y nos hicimos fotos con ellas. Luego descubrimos que la niña quería algo a cambio. Me pidió que le enviara ropa bonita de Europa, como vaqueros, camisetas y zapatillas de deporte. Yo no sabía que decir, me sentó muy mal aquello. Los ecuatorianos son buena gente, pero a menudo ven en nosotros al gringo rico del que pueden sacar algo. No me gusta que sean amistosos con nosotros para lograr su objetivo, y lo peor es que los niños ya utilizan estas tretas. Bueno, tampoco quiero generalizar, no todos lo hacen. De todas formas, fue divertido vestirse de indígenas. Los niños se pusieron en esta foto conmigo, enfrente de nuestra casa.
Los últimos días jugamos mucho con los hijos de la familia que cuidaba de la escuela. El pequeño se llamaba Germán y era muy gracioso. Cuando supo que nos marchábamos, se quedó muy serio y hasta se fue a su casa muy triste. Me sentí fatal otra vez por dejar a aquellos niños tan pronto, y sobretodo a estos en concreto. Su padre tenía que venir a buscarlos cada noche porque no querían irse a casa, y se los llevaba sonriente al ver lo bien que se lo estaban pasando.
Algunas tardes aprovechamos para ver algo más por la zona, como por ejemplo, la cascada de Peguche, ubicada en la comunidad que lleva el mismo nombre. Se trata de un salto de agua de 18 m de altura, formado por las aguas del río del mismo nombre, que nace en el lago San Pablo. Es un lugar sagrado para los indígenas de Otavalo, ya que van allí en vísperas del Inti Raymi para un baño purificador previo a las fiestas. Siento de nuevo no poder poner fotos de esta preciosa cascada.
También fuimos a visitar El Lechero, un árbol milenario que se encuentra en la cima de una colina. Se trata de un mirador militar llamado pucará ubicado estratégicamente, ya que desde él se puede observar la laguna de San Pablo, el volcán Imbabura y la ciudad de Otavalo. Fuimos hasta allí cruzando la loma de Rey Loma y tardamos aproximadamente una hora desde la zona del río Jatunyacu en la comunidad de Peguche. Fue toda una aventura llegar allí, nos encantó el trayecto. Por fin llegamos a aquel lugar y disfrutamos de las vistas. Es un sitio sagrado para los indígenas; aquí se reza para que llueva sobre los campos y se llevan ofrendas, que suelen consistir en alimentos cocidos.
Otro día intamos llegar hasta el corazón de Imbabura, que era una zona en las faldas del volcán que tenía forma de corazón. Los niños nos decían que no fuéramos allí, que era peligroso y los dioses se podían enfadar con nosotros. No les hicimos caso y dirigimos nuestros pasos hasta allí. En la primera parte del ascenso, atravesamos diversas comunidades, donde sus gentes nos miraban con curiosidad al vernos pasar. Luego ya sólo había campos y más campos, vimos algún campesino en la distancia, y también algunas vacas pastando. Luego ya no había nadie y seguimos caminando en aquel lugar imponente, pero la verdad que no había camino y no sabíamos si íbamos en la dirección correcta al corazón de Imbabura. Se nos empezó a hacer tarde y acabó lloviendo un poco, así que al final pensamos que mejor sería volver, no sea que al final los niños tuvieran razón y acabaramos teniendo un disgusto.
Si queréis ver algo de información y fotos de los sitios donde estuvimos en Otavalo y alrededores, podéis visitar esta web que está muy bien: http://www.travel-otavalo.com/
El viernes por la tarde cogimos el autobús a Otavalo dejando atrás todas aquellas maravillosas experiencias que vivimos en la comunidad de Camuendo: las tardes de exploración y las de relax, las clases de inglés en la escuela, la belleza del lago, el poderoso volcán dormido, la magia de los atardeceres, las gentes sencillas del campo, los niños a los que dejábamos sin profesores de inglés,… y tantas otras cosas.
Por la noche en Otavalo, salimos a buscar una peña bar donde escuchar un poco de música tradicional. Fuimos a un sitio que se llamaba el Madero, pero el grupo que actuaba no nos gustó mucho y el sitio estaba casi vacío. Se nos ocurrió pedir guayusa, una infusión de hierbas amazónicas a la que le añadieron el famoso «puntas» (licor de caña de azúcar muy popular en Ecuador, pero que está tan fuerte que solo no hay quién se lo beba). Nos emborrachamos enseguida, aunque no era tanta la cantidad, y nos afectó extrañamente. No fue precisamente nuestra mejor noche en Ecuador.
Al día siguiente, sábado, aprovechamos para visitar el famoso mercado de Otavalo y hacer compras. Para mi, que siempre me había encantado la ropa y artesanía andina, fue una maravilla poder comprar tantas cosas a tan buen precio. Si hubiera tenido más tiempo, habría comprado más, pero íbamos a la carrera. Tuvimos que regatear y la verdad que acabé haciéndolo bastante bien porque casi siempre conseguía los precios que quería. Me gustaría tener fotos del mercado, pero no tengo ni una, cuánto lo siento.
Pero para acabar esta entrada con mejor sabor de boca, aquí pongo una foto con un grupo de estudiantes y profesoras en una de las escuelas en las que estuvimos enseñando en aquellos días de voluntariado.
Para leer la tercera parte de la entrada, haz click en página 3.