Perú 2004

Fui a Perú para realizar un voluntariado en la selva amazónica, en concreto en la reserva de Tambopata, situada en la provincia de Madre de Dios. El voluntariado duró casi tres meses y estuvimos en distintos lugares de la reserva, dos semanas en cada sitio, alojándonos en albergues de ecoturismo. Nuestro trabajo consistía en monitoreos de fauna salvaje para evaluar el impacto del ecoturismo en esta reserva. Tras el voluntariado, realicé un viaje de 3 semanas en solitario durante el cual hice algunas de las excursiones más típicas como el Camino Inca, el Lago Titicaca y el Cañón del Colca. Fue una país que me fascinó por su belleza aunque tuve que enfrentarme a algunas experiencias duras o no muy agradables, pero que en definitiva valoro por el aprendizaje que me aportaron.

Vuelo a Lima y llegada a Perú (10-12/05/2004)

Salí de Madrid en un vuelo de Easyjet con destino a Londres el 9 de mayo, ya que mi vuelo a Lima salía de allí. Os preguntaréis por qué no compré un vuelo que saliera de España, y la razón es sencilla: el precio. Parece mentira pero así es, me salía más barato volar a Londres y de ahí a Lima, que ir desde España. Antes de decidirme por esta opción estuve preguntando en varias agencias de viajes españolas, y ninguna me vendía un billete para seis meses a buen precio, y menos que la ida fuera a Perú y la vuelta desde Ecuador, que era lo que yo quería. Con la agencia inglesa STA Travel pude consguir un vuelo a buen precio que me permitiera volar a un país pero volver desde otro diferente. Incluso aunque tuviera que volar a Londres para coger este vuelo, me seguía saliendo rentable.

En Londres había quedado con una de las voluntarias inglesas en el aeropuerto; con ella había estado en contacto anteriormente para coger el mismo vuelo a Lima. De hecho fue gracias a ella que pude comprar mi vuelo con STA Travel, ya que sólo podían enviar los billetes de avión a una dirección inglesa. Ella se ofreció a recibir mis billetes y me los trajo aquel día al aeropuerto. Esta voluntaria se llamaba Emma y era de la Isla de Jersey (pequeña isla situada en el Canal de la Mancha). Con ella pasé la noche esperando a que saliera nuestro vuelo a Lima a la mañana siguiente. Esa noche cumplía un año más, ya que el día 10 de mayo es mi cumpleaños, y vaya manera de celebrarlo, marchándome a Perú, uno de mis países soñados. Apenas pude dormir en toda la noche, entre la incomodidad de los asientos y la emoción del viaje. Me esperaba una gran aventura que iba a durar meses, y para la que llevaba preparándome aproximadamente un año.

Mentalmente estuve recapitulando cómo comenzó esta aventura ya el año pasado, cuando todavía vivía en Irlanda. Como estaba frustrada por no poder encontrar un buen trabajo allí, decidí ponerme a buscar un proyecto en Sudamérica para hacer voluntariado. Al encontrar el Proyecto Fauna Forever en el que se estudiaría el impacto del ecoturismo en la fauna de la selva amazónica de Perú, pensé que tenía que participar en él como fuera. Al ver el precio (3300 euros) pensé que no podía ser, era demasiado caro. Después una amiga me habló del “fundraising”, algo que los anglosajones hacen mucho cuando se quieren ir de voluntarios o cuando simplemente quieren recaudar fondos para una  ONG. Me puse en marcha y organicé muchos eventos y actividades para conseguir el dinero. Fue duro trabajar y hacer todo aquello a la vez; hubo momentos en que pensé en abandonar, pero seguí adelante y finalmente conseguí todo el dinero. Me llevó unos cinco meses conseguirlo, pero había merecido la pena por todo lo que aprendí en el proceso, no sólo por el dinero. Ahora estaba a punto de embarcarme en mi vuelo a Perú y así iniciar la segunda parte de la aventura.

Al día siguiente temprano llegó la otra voluntaria inglesa que iba a viajar con nosotras, Rachel. Ella había llegado hacía pocos días de un proyecto con guepardos en África, y me preguntaba cómo tenía ganas de embarcarse tan rápido en otra aventura. Fuimos a facturar nuestro equipaje y después nos dirigimos a la zona de embarque. Lo gracioso es que nuestro vuelo hacía una escala de dos horas en Madrid, pero yo tuve que ir a Londres a coger el vuelo porque compré el billete en una agencia inglesa. Era un fastidio tener que pasar toda la noche en Londres para luego volver a Madrid a coger el vuelo, pero no quedaba otro remedio, así son las normas. Lo bueno es que a la vuelta, como pasaríamos primero por Madrid, podía bajarme allí sin tener que volver a Londres.

Por fin embarcamos en el vuelo definitivo, el que nos llevaría a Lima, capital de Perú. Era la primera vez que hacía un vuelo largo y la primera vez que cruzaba el charco, y en definitiva, la primera vez que pondría mis pies en suelo americano. Había soñado tanto con este momento que no podía creer que por fin estuviera sucediendo. Sin duda se trataba de un nuevo comienzo en mi vida viajera, y sabía que cuando volviera de este largo viaje ya no sería la misma, que muchas cosas iban a cambiar en mi.

Al llegar a Lima, nos encontramos con una ciudad envuelta en bruma y oscuridad. Eran las 6 de la tarde cuando llegamos y ya había oscurecido. Ya podía acostumbrarme a que en esta parte del mundo se hace de noche más o menos a esa hora todo el año, ya que apenas hay diferencia entre las distintas estaciones por estar tan cerca del Ecuador. Habíamos reservado una habitación para las tres en el albergue juvenil de la red YHA y contratamos el servicio de recogida en el aeropuerto que tenían por 10 $. Un señor muy simpático vino a buscarnos y no paró de contarnos cosas de Lima por el camino.

Lima es la capital de Perú y está situada en la costa central del país, a orillas del océano Pacífico. La población está en torno a los 7 millones de habitantes, siendo la ciudad más poblada del país. El clima de la ciudad es muy particular dada su situación, pues combina una ausencia de precipitaciones, con una altísima humedad atmosférica y una neblina persistente. De camino al albergue miraba por la ventanilla del coche lo poco que la niebla dejaba ver. A veces, cuando parábamos en un semáfaro, se acercaba alguien a vender cosas o a pedir. Algunos de aquellos sitios de las afueras de la ciudad tenían muy mala pinta, y la niebla daba la sensación de estar en un sueño. Yo sí que tenía mucho sueño, sólo pensaba en llegar al albergue y meterme en la cama.

Al día siguiente tuvimos que regresar al aeropuerto ya que teníamos que coger nuestro vuelo a Puerto Maldonado, la ciudad de la selva, lugar donde nos encontraríamos con la gente de la ONG para la que íbamos a trabajar. El vuelo hasta allí lo disfruté muchísimo por los maravillosos paisajes que pude contemplar. Tuvimos dos trayectos: el primero a Cuzco que nos ofreció espectaculares vistas de los Andes, y el segundo a Puerto Maldonado que nos mostró por primera vez la selva amazónica. Yo casi lloraba de la emoción al contemplar aquello con lo que había soñado durante tantos años. Desde pequeña quería ir a la Amazonía, era una obsesión y sabía que no descansaría hasta llevarlo a cabo, y ahora por fin estaba a punto de cumplirse.

Primera parte: Voluntariado en la selva amazónica (12/05-31/07/2004)

Lo primero que noté al bajarme del avión fue la gran humedad que había en el aire; no había duda de que la selva estaba cerca. La decoración del aeropuerto también nos lo recordaba: dibujos de diversas aves tropicales en las paredes y tejadillos de paja en los puntos de información. Allí nos esperaba el coordinador del equipo de aves, que era en el que yo iba a trabajar. Se llamaba Alexis, peruano de Lima y ornitólogo con amplio conocimiento de las aves de la selva amazónica. Nos esperaba con unos mototaxis o motocarros que nos llevarían a nuestro hotel.

Puerto Maldonado es una ciudad del sureste de Perú, de la provincia de Madre de Dios, a orillas del río que lleva el mismo nombre. Durante el camino al hotel todo me llamaba la atención: las casitas con techos de paja, las palmeras, las madres con los niños a la espalda, los puestos ambulantes, mototaxis y motos por todas partes,… El ambiente era sin duda tropical y tenía ese toque de luminosidad y color que es tan característico de esta parte del mundo.

En este mapa se puede ver donde está localizada la provincia de Madre de Dios en Perú, a la que pertenecen Puerto Maldonado y la Reserva de Tambopata. Como podéis ver, está en el sureste del país, dentro de la Amazonía que también se extiende en otros países como Brasil, Colombia, Bolivia y Ecuador. Lima queda en el oeste, más o menos a mitad de camino entre el norte y el sur.

En el hotel nos saludaron el director de la ONG, Chris, un biólogo escocés que vino a hacer un doctorado hace años a Perú y quedó tan enganchado con la selva que finalmente se quedó aquí. También estaban los otros dos coordinadores: Alan de Sudáfrica (coordinador del equipo de mamíferos) y Willy de Perú (coordinador del equipo de anfibios y reptiles). Karen, la secretaria y la que llevaba toda la logística de la ONG, nos llevó a nuestras habitaciones. Y conocimos al resto de nuestros compañeros voluntarios de los cuales había tres peruanos y el resto de otros países (Irlanda, Australia y Estados Unidos). Los peruanos no pagaban nada por participar en el proyecto; en cambio los demás pagábamos 3300 dólares, mucho dinero porque aparte de pagar nuestros gastos, también pagábamos los de los voluntarios peruanos.

El hotel de Puerto Maldonado era super paradisíaco. Tenía su piscina y sus palmeritas, y en el comedor al aire libre con techo de paja, nos habían puesto un montón de frutas tropicales para ir abriendo boca antes de comer. Una vez hubieron llegado todos los voluntarios, nos sirvieron la deliciosa comida, que ahora no recuerdo, pero seguramente fue arroz con verduras y pollo. En Perú ya me podía ir preparando a que el arroz estaría presente en cada comida, y es que ellos lo toman como el pan nosotros. Después de la comida tuvimos la presentación oficial del proyecto (Fauna Forever) y del equipo lo que nos llevó gran parte de la tarde. Para la cena nos llevaron a un restaurante de la ciudad y así tuvimos oportunidad de ver un poco más de la misma. Aquel día me enteré de que la cocina peruana es una de las más famosas y apreciadas del mundo, algo de lo que yo no tenía idea.

Al día siguiente tuvimos un «training» sobre el trabajo que llevaríamos a cabo durante el proyecto, cada equipo por separado. Los que estábamos en el equipo de aves estuvimos aprendiendo a montar las redes que utilizaríamos para atrapar a los pobres pajarillos y aprendimos también a extraer a los que desfortunados que cayeron allí. Alexis nos enseñó todo el proceso que teníamos que realizar cada vez que cayera un ave, con todas las mediciones y toma de datos correspondientes. Aquello iba a ser nuestro día a día durante casi tres meses en la selva.

También fuimos a dar una vuelta por Puerto Maldonado, una ciudad que no tiene nada de especial, ya que lo realmente importante y turístico es la selva que queda cerca. Quizás tan sólo merece la pena mencionar la Plaza de Armas, con su torre del reloj y sus palmeras alrededor. Nos llevaron al zoo del pueblo, donde había animales como monos de distintas especies, guacamayos, cóndores, tapires, jaguares, pumas y caimanes. Era muy pobre y estaba al cuidado de una familia que lo había convertido en su negocio y modo de subsistencia. Estuvimos también en un mercado muy grande donde aprovechamos para hacer las últimas compras antes de marcharnos a la selva. Durante seis semanas íbamos a estar desconectados de la civilización, así que ni tiendas, ni internet, ni teléfono, ni siquiera electricidad ni agua caliente. Luego regresaríamos a Puerto Maldonado para un descanso de tres días para luego continuar con la segunda parte y así completar los casi tres meses que duraba el voluntariado.

Por fin llegó el esperado día en que emprendíamos nuestro viaje a la selva, en concreto a la Reserva de Tambopata. Se trata de una reserva de selva amazónica, a 60 km de Puerto Maldonado, y está considerada como uno de los lugares del planeta con mayor biodiversidad. A continuación pongo un mapa donde podéis ver con detalle dónde está situada esta reserva.

Fuimos allí en un autobús todo terreno hasta la comunidad Infierno, a unos 45 km de Puerto Maldonado. Según nos íbamos acercando a la selva mi emoción crecía por momentos. Desde que viera la película de La Selva Esmeralda a los doce años no he parado de soñar con visitar la Amazonía, y ahora este sueño se iba a cumplir. El autobús nos dejó en un puerto junto a la comunidad Infierno y allí cogimos un bote hasta el primer albergue, con una parada previa en el centro de La Torre donde firmamos para recoger nuestros permisos científicos.

El primer albergue se llamaba Explorer’s Inn, lugar donde Chris, el director de la ONG, había hecho su tesis de doctorado, y donde ahora otros estaban haciendo lo que él hizo en su día. Muchos de estos estudiantes de doctorado trabajaban también como guías para los turistas que acudían allí. Tardamos unas dos horas en llegar allí.

El trayecto en el río fue aún más emocionante, ¡ya estaba en plena selva! Las aves tropicales emitían gran variedad de exóticos sonidos a nuestro alrededor y una extensión interminable de verde nos rodeaba. Al llegar al albergue nos esperaban con unos zumos tropicales para darnos la bienvenida y después nos llevaron a nuestras cabañas correspondientes. Todo estaba perfectamente acondicionado para que el turista tuviera una agradable y cómoda estancia en la selva.

Las habitaciones eran sencillas pero estaban bien equipadas. Nuestras camas tenían su mosquitera correspondiente, ya que había muchos mosquitos que podían transmitir enfermedades. El repelente era algo que tenía que llevar encima constantemente, además de llevar siempre cubierto el cuerpo para evitar picaduras. Aunque apenas me picó ningún mosquito, no me libré de alguna que otra garrapata, pero por suerte las de la selva no transmitían enfermedades. Otra cosa muy desagradable de la que no nos libramos ninguno fueron unos ácaros invisibles que vivían en la hierba y que se te metían en la piel provocando unos picores horribles. En la habitación sólo encontré cucarachas, pero teníamos que revisar nuestra ropa y botas cada mañana, y la cama cada noche, por si algún «visitante indeseable» se hubiera metido ahí.

Casi todos los albergues tenían su mascota que era algún animal de la selva. En el caso de Explorer’s Inn, se trataba de un guacamayo azul llamado Willy. En esta foto estamos con Willy aunque no conseguía se quedara mucho tiempo quieto.

En otro de los albergues, TRC, había unos guacamayos rojos que visitaban asiduamente el lugar en busca de comida. Habían sido criados por biólogos del Proyecto Guacamayo hacía años y ellos no tenían miedo de la gente, así que visitaban el albergue cuando les convenía en busca de comida. Eran un poco agresivos; en una ocasión quise darles unas galletas y se pusieron muy nerviosos subiéndose encima de mi y clavándome sus afiladas garras.

Aunque aquel lugar estaba muy bien acondicionado para que el turista estuviera cómodo, había algunas incomodidades que había que soportar como la ausencia de agua caliente y electricidad, además de la incomunicación con el mundo exterior, pues no había internet ni teléfono. Los albergues contaban con radios para comunicarse con el exterior en caso de emergencia o para conseguir provisiones. Nosotros podíamos recibir cartas o emails impresos que eran enviados a la oficina de la organización y que nos llegaban en un bote una o dos veces por semana.

Una cosa estaba clara, no éramos turistas; estábamos allí para trabajar, y bien duro. Cada equipo de trabajo tenía un horario y unas tareas específicas. Yo estaba con las dos chicas inglesas en el equipo de aves, encabezado por nuestro coordinador. Nos levantábamos de madrugada, entre las 4 y las 5 de la mañana (dependiendo de la zona donde nos tocara trabajar). La caminata hasta el sitio de trabajo duraba entre media hora y una hora, y como era noche cerrada, teníamos que ir con linternas. Nunca olvidaré la caminata del primer día, miedo y emoción se mezclaban dentro de mi según nos adentrábamos en la selva. Los sonidos de la selva eran increíbles y nosotros caminábamos en silencio, envueltos por aquel escenario sobrecogedor, la naturaleza en su máximo poder y yo sintiéndome desaperecer en aquella grandeza. Quizás el sonido que más impresionaba de todos era el de los monos aulladores; aquellos rugidos atronadores asustaban a cualquiera y no era para menos.

Todo lo que había sido mi vida hasta ahora parecía perder importancia; la selva era un mundo tan distinto al que yo conocía que sólo podía sentir un enorme respeto mientras la recorría. Era consciente de los peligros, nos habían contados todos y cada uno de ellos en las charlas que nos dieron los primeros días en Puerto Maldonado, pero tampoco quería obsesionarme ni tener miedo constante. Tan sólo había que estar alerta y pendiente de todo, no había tiempo para dormirse ni distraerse, sino más bien había que estar con los cinco sentidos puestos en todo momento.

Cuando llegábamos al sitio de trabajo abríamos las redes que habíamos montados el día anterior y esperábamos un tiempo a que cayeran los pobres pajarillos. Luego hacíamos rondas cada media hora para ir recogiendo los pajarillos que habían caído en las redes. Los llevábamos al lugar donde teníamos nuestras cosas, y allí les tomábamos diversas medidas, los pesábamos, identificábamos, etc. Así durante unas siete horas y después había que desmontar las redes, montarlas en otro sitio (donde volveríamos al día siguiente) y de vuelta al albergue. Era un trabajo duro, y además en condiciones de calor y humedad, con muchas horas de caminata por terreno difícil, pero con el paso de los días una empezaba a acostumbrarse.

Después de este albergue, estuvimos en cuatro más, en cada uno de ellos durante dos semanas también. Los otros albergues se llamaban: Sachavacayoc, Tambopata Research Center (TRC), Las Piedras y Reserva Amazónica. El trabajo era lo mismo, sólo cambiaba el lugar, así que no voy a entrar en detalles de lo que hicimos en cada sitio, si no me eternizaría.

En algunos de estos albergues llevaban a cabo proyectos de investigación como el que realizaban en TRC sobre guacamayos (Tambopata Macaw Project). Este proyecto empezó en 1990 bajo la dirección de Eduardo Nycander con la finalidad de aprender acerca de la ecologia básica de los grandes guacamayos para así ayudarlos en su conservación. Actualmente el proyecto lo dirige un americano que se llama Donald Brightsmith y muchos voluntarios de todo el mundo participan en él a cargo de algún biólogo peruano que está en destino. Se monitorean nidos entre abril y octubre para ver cuántos huevos y pichones hay en cada uno y así estudiar el éxito reproductor de los guacamayos. Yo participé en dos actividades de este proyecto: un censo con escuchas y avistamientos, y un transecto en uno de los senderos como parte de un estudio fenológico (relación entre factores climáticos y ciclos de seres vivos).

Algunos trayectos en bote para ir a algunos de los albergues fueron largos, especialmente el trayecto a Las Piedras que nos llevó día y media con una acampada nocturna incluida. Hubo momentos de peligro ya que el nivel del agua estaba bajo y había muchos troncos de hundidos que había que esquivar. Nunca olvidaré la noche de luna llena de aquella acampada y el rato que pasé en silencio sintiendo aquel lugar cuando todos se fueron a dormir. Fue sin duda uno de los momento más mágicos de mi estancia en la selva.


Y que decir de los muchos atardeceres de rojo espectacular que tuve la suerte de contemplar. O de las lluvias torrenciales que en alguna que otra ocasión nos impideron trabajar y que subían mucho el nivel del río. Recuerdo una en el último albergue, Reserva Amazónica, que realmente me hizo temer que acabara habiendo una inundación que se llevaría nuestras cabañas por delante. Vuelvo a repetir que en la selva sientes que la naturaleza es más poderosa que en ningún otro lugar y todo es desbordante y sobrecogedor.

En cada uno de los sitios donde estuvimos, teníamos dos días libres completos que aprovechábamos para ver algo interesante por allí cerca. También en alguna tarde libre pude hacer alguna excursión o dar un paseo. En Explorer’s Inn fuimos a visitar el precioso lago Cocococha, donde vimos algunas nutrias y tortugas. En Sachavacayoc además de visitar el lago que lleva el mismo nombre, fuimos en bote hasta unas cascadas junto al río Gato donde hay una comunidad que vive de la pesca y el cultivo. En TRC fuimos a la famosa colpa donde numerosos loros y guacamayos se alimentaban de arcilla cada día al amanecer. En Reserva Amazónica nos llevaron a la isla de los monos donde pudimos ver de cerca a muchos de ellos porque no tenían miedo de la gente.

En Reserva Amazónica también visitamos una comunidad nativa, Palma Real, aunque me resultó un poco decepcionante. La chica que nos guiaba era coordinadora del proyecto “Bosque de niños”. A mi me parecía que la gente allí vivía en condiciones de pobreza y yo me preguntaba si realmente estaban bien así. Algunos niños indígenas nos siguieron, aunque parecían un poco desconfiados. Se dejaron hacer esta foto enfrente de su escuela.

Como bióloga tengo que contar un poco de la flora y fauna del lugar, aunque no quiero extenderme demasiado ya que sé que muchos de mis lectores serán profanos en el tema y no quiero aburrirles. Entre la vegetación cabe mencionar diversas palmeras (Astrocaryum, Attalea, Iriartea, Scheelea,…), leguminosas (Hymenaea, Batesia o las famosas lianas), moráceas (Ficus, Brosimum, Clarisia,…), castaños, ceibas, etc.

Entre las aves, son muchas las que pudimos oir, ver y anillar durante nuestro estudio, ya que yo estaba en el equipo que las estudiaba. Una de las que más contribuye a la banda sonora de la selva es el guardabosques gritón (Lipaugus vociferans), llamada así por su característico chillido de lo más estruendoso, aunque luego es un discreto pajarillo de color gris. Más difícil era escuchar al carricero musical (Cyphorhinus aradus) que emitía un sonido aflautado que era una delicia para los oídos. Algunas preciosidades que tuvimos la suerte de contemplar fueron pájaros carpinteros como el picamaderos cuellirojo (Campephilus rubricollis), cacique de lomo amarillo (Cacicus cela), momoto yeruvá occidental (Baryphthengus martii), oropéndola crestada (Psarocolius decumanus), tucanes de diversas especies (Ramphastidae), chupacacao de vientre blanco (Ibycter americanus), martín pescador de collar (Megaceryle torquata), tinamús (el ondulado emite un sonito muy particular al atardecer), colibríes, loros y guacamayos, etc, entre otras muchas. A continuación algunas fotos de los pajarillos más llamativos que pudimos coger en las redes.

Red-headed manakin

Uno de los colibríes



Pero mi favorito de todos era este precioso atrapamoscas real amazónico, con su llamativa cresta roja ribeteada en negro que además se abría cuando estaba alerta y estresado (como cuando le cogíamos en las redes), lo cual nos permitió hacer estupendas fotos. Claro, que él no lo pasaría tan bien como nosotros, pobre. Recuerdo la primera vez que lo cogimos, fue como haber encontrado un tesoro. Luego lo capturamos unas cuantas veces más y aunque nos acostumbramos a ello, no dejaba nunca de ilusionarnos.

El día que fuimos al lago Sachavacayoc tuvimos la suerte de contemplar un ave muy peculiar llamada hoatzin (Opisthocomus hoazin). Se movían ruidasamente entre las ramas cerca del lago hasta que de repente dos de ellos nos sobrevolaron y los vimos perfectamente. Tienen capacidad limitada de volar y sus pollos tienen tiene dos garras en cada ala que le ayudan a agarrarse a las ramas a medida que trepan por los árboles. No tengo una foto de ellos pero aquí pongo un enlace donde podéis verlos: hoatzín

Tengo que decir que yo me aprendí los nombres de las aves en inglés, ya que la mayoría de las guías las han hecho ingleses o americanos, así como la mayoría de los estudios. Por ello he tenido que buscar las traducciones al español en internet, pero debo reconocer que muchos de estos nombres no me convencen demasiado y prefiero los ingleses.

Entre los mamíferos vimos ardillas, agutíes, coatíes, capibaras, pécaris (cerdos salvajes), tapires, armadillos, nutrias, … y por supuesto multitud de monos de diversas especies (aulladores, capuchinos, tamarindos, araña,…). Jaguares y pumas no vimos, eso es más difícil, pero la verdad es que casi mejor que no nos encontráramos con ninguno.

También pude ver muchas especies de serpientes que el equipo de reptiles y anfibios capturaba cada noche para sus estudios y que al día siguiente nos enseñaban. Otros reptiles que vimos fueron caimanes y tortugas. El equipo de reptiles y anfibios también capturó muchas ranas y sapos, algunos de los cuales pudimos ver.

Y como no toda clase de insectos y bichos varios, alguna que otra tarántula y hasta hormigas gigantes muy venenosas. Las hormigas cortadoras de hojas pululaban por muchos de los caminos de la selva llevando sus trocitos de hojas encima. Alguna que otra vez tuvimos la suerte de ver la preciosa y enorme mariposa morfo azul (Morpho menelaus).

Podría contar muchas más cosas de estos tres apasionantes meses en la selva y todas las aventuras que me acontecieron, pero tengo que ser breve por falta de tiempo. En verdad que fue una de las experiencias que más me han marcado en mi vida y que por supuesto nunca olvidaré. Termino este relato con una foto del grupo de voluntarios y coordinadores del proyecto.

Para leer la segunda parte de la entrada, haz click en página 2.

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