Cuando estábamos llegando a la frontera española, la guía nos dio una charla sobre España como siempre hacían en el Busabout justo antes de entrar a un nuevo país. La charla sobre España y los españoles fue bastante peculiar. Según ella, los españoles dormíamos la siesta todos los días, estábamos de juerga todas las noches y tirábamos las servilletas de papel en el suelo de los bares como tradición. Por un momento nos convertimos en protagonistas del autobús cuando la guía mencionó que había dos españolas sentadas en la parte de atrás y todo el mundo nos miró. Me gustó que hablara de la comida española y hablara de la paella, ¡cuánto la echábamos de menos! Lo demás me pareció de lo peor, a ver si podíamos hablar con la gente del autobús luego para decirles que los españoles no éramos todos o siempre como nos había descrito la guía.
Tras pasar la frontera, hicimos una parada en una gasolinera. Me inundó una profunda tristeza al leer los carteles y la comida de la tienda en español. Habían pasado cinco meses desde que me marché de España y ahora no quería volver. Al menos ahora estábamos en el País Vasco donde hay otro idioma y cultura diferentes. Además, nunca antes había estado en el País Vasco, era la primera vez. Me pareció un buen sitio para parar antes de volver a Madrid; así el regreso era más gradual.
Cuando llegamos a San Sebastián había mucho ambiente y mucha gente. Nos bajamos del autobús y seguimos a la guía que nos iba a repartir por distintas pensiones y casas de la ciudad. Un chico del autobús, el único que había, se nos acercó y nos preguntó si habíamos estado antes allí. Estuvimos hablando un rato hablando de nuestro viaje con él.
La gente que nos iba a alojar nos estaba esperando en la parte vieja de la ciudad y la guía nos llevó hasta allí. Un grupo de jóvenes vascos nos miraba y se reían diciendo “ya están aquí los guiris”. Nosotras seguimos a una señora de una pensión que se sorprendió de que fuéramos españolas. No creo que hubieran viajado muchos españoles con Busabout; no me extrañaría demasiado si hasta la fecha hubiéramos sido las únicas. Hablamos con ella de nuestro viaje y nuestra experiencia en el extranjero, y ella no paraba de decir que hacíamos muy bien y que siguiéramos así.
Nos metió en una habitación donde había otras dos personas, una australiana y un sudafricano. Este último estaba allí cuando llegamos y se nos presentó con mucho ánimo de iniciar una conversación. Se llamaba Andrew y era muy jovencillo, tenía sólo 21 años. Él tenía mucho interés en saber cómo presentarse a una chica española. Olga le estuvo enseñando mientras yo me duchaba. Cuando salí de la ducha me dijo en español: “Hola, me llamo Andrew y soy sudafricano, ¿puedo besarte?” Yo me quedé alucinada por lo que acababa de escuchar. Cuando le pregunté si sabía lo que acababa de decir me di cuenta de que lo de besarte no lo sabía. Mi hermana se había estado riendo un poco de él aprovechando su desconocimiento del español. Le dije que más valiese que no dijera eso a ninguna chica esta noche o se podía llevar una buena torta.
Nos lo llevamos por ahí de tapas aunque no tuvimos mucha suerte con la comida; al fin y al cabo era nuestra primera vez en San Sebastián y no conocíamos los sitios buenos. Después de las tapas salimos a la calle, pero se puso a llover a mares y nos tuvimos que meter en un bar. Allí nos encontramos al chico que nos habló cuando nos bajamos del autobús. Era australiano (para variar) y se llamaba Brian. Nos contó que había pasado diez meses en Canadá y después de su viaje por Europa se iba a vivir al Reino Unido por un tiempo.
Brian estaba con una chica rubia que se había encontrado allí de casualidad y que resultó ser la amiga de su prima, vaya casualidad. Poco después nos dimos cuenta de que era una chica que estaba sentada a nuestro lado en el autobús de Venecia a Suiza. Se llamaba Leah y nos pareció muy maja. Enseguida congeniamos con ella y nos hicimos amigas. Al rato se nos acercó un australiano que conocía a Leah y que no paraba de hacer tonterías. Se llamaba Chris y parecía contento de conocer a unas españolas. Nos invitó a sangría y todo.
Después pensamos ir a la discoteca Zibbibo, del mismo dueño, bastante más grande y en las afueras de la ciudad. Teníamos que coger un taxi, así que nos dividimos en dos grupos. El primer taxi que llegó lo cogimos Leah, Chris, Olga y yo. Brian, Andrew y otra australiana se quedaron esperando a otro. Por desgracia nunca llegaron a encontrar un taxi y no les vimos más.
En la discoteca había mucha gente y lo pasamos bien, aunque echamos de menos a los del otro taxi que nunca llegaron. Salimos de la discoteca a las 6:30 y estuvimos mucho rato buscando un taxi sin éxito. Era el momento que todo el mundo volvía a casa y todos los taxis estaban ocupados. Dos vascos que iban en un coche se ofrecieron a llevarnos y después de pensarlo un poco al final nos subimos por miedo a no tener otra oportunidad para volver al centro.
Dentro del coche nos entró un poco de miedo porque parecían unos vascos muy radicales y con nombres muy vascos también (el que conducía se llamaba Gorka). Les dije que nosotras éramos de Madrid pero después me arrepentí. Nos mosqueamos mucho cuando nos dijeron que querían parar un rato a tomar algo en un bar que todavía estaba abierto a estas horas antes de volver al centro. El bar estaba en medio de ninguna parte y tenía pinta de ser un bar de independentistas vascos, así que no nos atrevimos a entrar. Les dijimos que nos íbamos al centro andando porque estábamos cansados y queríamos dormir. No sé cómo encontramos el camino porque no tenía ni idea de dónde estábamos, pero el caso es que llegamos después de media hora andando. Cuando llegamos nos despedimos de nuestros amigos australianos y nos fuimos a dormir. Vaya nochecita, divertida y surrealista a la vez.
Dormimos sólo 3 horas porque a las 12 teníamos que dejar la habitación. La señora de la pensión nos puso el despertador y todo. Cuando nos levantamos, hicimos el equipaje y quedamos con la señora en que iríamos a recogerlo a las 7 de la tarde. Fuimos a Leah y Chris a su pensión porque habíamos quedado con ellos a la 1, pero cuando llegamos todavía estaban durmiendo. Entonces nos fuimos a la estación de autobuses para preguntar por los autobuses a Madrid, y aprovechamos para visitar algunos sitios de San Sebastián como la catedral del Buen Pastor, el casco histórico y el río Urumea.
A las 4 de la tarde volvimos a quedar con Leah y Chris otra vez, y ahora sí estaban despiertos y preparados para salir. Caminamos hacia la playa de la Concha y después cogimos un funicular al Monte Igueldo. Estaba empezando a nublarse y después de estar un rato caminando por allí, se puso a llover. Volvimos al centro en autobús porque llovía mucho. Como despedida nos tomamos un chocolate con churros en una de las mejores churrerías de la ciudad. Para nuestros amigos era algo nuevo y ninguno fue capaz de acabarse la taza entera de chocolate, les pareció demasiado dulce.


Después de los churros dimos la última vuelta por San Sebastián. Había mucha animación por la calle y vimos hasta una actuación de música y baile vascos. A mí me apetecía quedarme un día más, pero no era plan de pagar otra noche de pensión. Había que regresar a Madrid, buscar trabajo y ver qué hacía con mi vida. Ya había tenido bastante viaje por un tiempo.
Llegó el momento de la despedida. Leah me dijo que iría a Madrid dentro de dos semanas y yo le dije que me llamara, que podía quedarse en mi casa sin problema. Dijimos adiós a nuestros amigos y nos fuimos a la pensión a coger las mochilas. Cogimos el autobús a las 20:30 y llegamos a Madrid a las 2:30 de la madrugada. En la estación de autobuses nos esperaban nuestros padres y con ellos nos fuimos a casa. A ver qué tal llevábamos la vuelta a Torrejón, presentí que no iba a ser fácil y que me iba a costar acostumbrarme a estar allí de nuevo.
Los días pasaron en Torrejón, buscando trabajo, intentando hacerme a la idea de que ahora tocaba estar allí un tiempo antes de emprender la siguiente aventura. Leah llegó y se quedó en mi casa cuatro días. La llevamos a muchos sitios en Madrid y lo pasamos muy bien. Para ella era el final de su viaje en Europa y ahora emprendía una nueva aventura: Canadá. Yo tenía tantas ganas de ir allí y ella me animaba, me decía que si iba podíamos vernos allí y quedarme en su casa. Pero también estaba la idea de irme a vivir a Irlanda o de irme una temporada a Sudamérica de voluntaria. Necesitaba tiempo para saber cuál sería mi siguiente destino. En este blog lo podéis leer.