Nuestra entrada en Estados Unidos fue por carretera y veníamos de las Cataratas del Niagara donde habíamos pasado el día. Íbamos en el coche de mis amigos americanos Sean y Carolyn, una pareja que conocí cuando vivía en Salamanca y a los que daba clases de español. Pasar la frontera de Estados Unidos por tierra nos causaba miedo pero para nuestra tranquilidad íbamos con americanos, lo cual sería de gran ayuda. Llegamos a la frontera en Buffalo y allí nos pararon. Les enseñamos nuestra documentación y después de algunas preguntas, nos hicieron bajar del coche. Debieron sospechar de aquel extraño grupo de viaje: una pareja de americanos, una francesa y dos españolas, una de las cuales se iba a quedar en Canadá durante meses.
Entramos en la oficina de inmigración y allí nos tuvieron esperando como una hora hasta que nos llamaron. Esto parecía de película, a ver lo que iba a pasar ahora. Menos mal que el policía que nos atendió era simpático y bromeaba con nosotros mientras nos preguntaba. Nos hizo todo tipo de preguntas de cómo nos conocimos, por qué habíamos viajado allí, de dónde éramos, dónde vivíamos, a qué nos dedicábamos, etc. Nos tuvimos que hacer una «green card» temporal para poder visitar Estados Unidos, con huellas dactilares y foto incluidas, todo por el módico precio de 6$, tras lo cual, nos dieron permiso para atravesar la frontera. Después nos esperaban 6 horas hasta Beacon, el pueblo donde vivían Sean y Carolyn, en el estado de Nueva York. Llegamos a las a las 12 de la noche, todos muy cansados.
New York city
Al día siguiente, 21 de junio, salimos de casa de Sean y Carolyn sobre las 8:30 para coger el tren a NYC a las 9 de la mañana. Antes pudimos disfrutar de un estupendo desayuno de pancakes con sirope que Sean nos había preparado. Nos llevaron a la estación de tren en su coche, y mis amigas se despidieron de ellos allí ya que ya no volverían a Beacon (yo si volvía un par de días más).
El tren nos pareció interesante; había gente de todo tipo, sobretodo mucha gente de color, viajando desde las afuertas a la ciudad. El viaje en tren duró casi una hora pero no se me hizo pesado, supongo que porque para nosotras era la primera vez y todo nos llamaba la atención. Cuando llegamos a la estación de Gran Central estábamos emocionadas de estar en la famosa y enorme ciudad de Nueva York.


Caminamos hasta nuestro hotel que estaba muy cerca, The New York Helmsley Hotel, que era todo lujo, y una habitación para las tres costaba 290$. Esto del hotel fue idea de mis amigas, pues yo no quería gastarme tanto dinero y traté de convencerlas para ir a un albergue juvenil o a una casa de Couchsurfing. Pero ellas no se fiaban, decían que Nueva York era peligroso y había que ir a un buen hotel. Yo más bien creo que ellas querían vivir la experiencia del hotel a todo lujo ya que estábamos en Nueva York. Fueron muchos los emails que nos escribimos durante el tiempo que estuve de voluntaria en Canadá, hablando sobre el tema del alojamiento en Nueva York, y al final ellas se salieron con la suya e hicieron la reserva. Sin embargo, debo decir que una vez estuvimos allí, pensé que por qué no tirar la casa por la ventana por una día; nunca había estado antes en un hotel así en mi vida, y qué mejor sitio que en Nueva York.


Cuando llegamos a nuestra habitación, no pudimos evitar nuestro asombro por las fabulosas vistas que teníamos. Los edificios más famosos de la ciudad se veían desde nuestra ventana, y aunque el paisaje urbano no es santo de mi devoción, debo reconocer que impresionaba. Mis amigas empezaron a gritar emocionadas (ellas son más urbanitas que yo), y yo tratando de olvidar el dineral que nos había costado el hotel, me uní a la fiesta. Después inspeccionamos el baño y descubrimos que teníamos toda clase de toallas, albornoces, jabones, geles, champús, peines, y un largo etcétera de accesorios.
Salimos a la calle dispuestas a conquistar la ciudad, que a mi me pareció monstruosa, como si nos hubieran colocado en una ciudad de gigantes. Los enormes rascacielos dominaban los cielos y prácticamente no se veía otra cosa al mirar hacia arriba. Todo parecía estar a escala mucho mayor que en otras ciudades que conocía, al menos esa era mi percepción. No en vano, Nueva York es la ciudad más poblada de los Estados Unidos y la segunda aglomeración urbana del continente. Cuenta con un total de 8,4 millones de neoyorquinos en un área urbana de 830 km cuadrados. Realmente es abrumador estar allí, tan grande y con tanta gente.


Mientras caminaba me preguntaba cómo es que había acabado llendo allí, cuando Nueva York nunca me llamó la atención ni estaba segura de llegar a visitarla algún día. Más que nada yo quería visitar a mis amigos en Beacon, y teniendo NYC al lado, cómo no ir. Y cuando mis amigas se apuntaron a este viaje, desde luego que ellas no se lo iban a perder. Así que, aquí estaba Nueva York, dispuesta a dejarme sorprender.
Había gente de todo tipo de pintas, muchos de color; era imposible no mirar a muchas de aquellas personas, personajes extraños que se habían adaptado a vivir en una urbe enorme y caótica, donde el individualismo impera sobre lo comunitario. Había tanto tráfico, tanto ruido, tanto jaleo,… y nosotras avanzábamos perplejas por el gran espectáculo que se nos ofrecía alrededor.
Lo primero que visitamos fue el Empire State Building, donde mis amigas estaban deseando subir. Después de esperar casi una hora en la cola para comprar las entradas, empezamos a subir ascensores hasta llegar a la última planta. Se trata del edificio más alto de Nueva York, un enorme rascacielos que fue construido entre 1931 y 1972. Desde allí las vistas eran impresionantes, se veían otros elementos arquitectónicos importantes como el Metolife Building, GE Building, Crysler Building, Wall Street, St. Patrick’s Cathedral, Brooklyn Bridge, Manhattan,…


Hice muchas fotos a pesar de haber dicho a mis amigas que a mi el Empire State ni me iba ni me venía; la verdad que luego me gustó.


Luigo fuimos a comer una bagel (pan con forma de donut) y descansamos un poco antes de emprender nuestros pasos a Chinatown, Little Italy y Greenwich Village. Entramos a ver algunas tiendas, aunque yo no compré nada.


Acabamos muy cansadas y después nos quedaba caminar hasta Times Square donde habíamos quedado con un amigo americano de Claire (se conocieron viviendo en Irlanda).
El amigo de Claire nos sorprendió llevándonos a un carísimo y lujosísimo restaurante donde cenamos de maravilla. La gente iba superarreglada y nosotras con nuestras pintas de recorrer la ciudad, dábamos un poco el cante la verdad. Ya estábamos temiendo el momento de pagar porque sabíamos que aquello iba a salir bien caro, pero para nuestra sorpresa el amigo de Clare nos quiso invitar y pagó todo. Fue muy amable con nosotras, la verdad que se portó como todo un caballero. No nos podíamos quejar, hotel de lujo y restaurante de lujo en Nueva York.


Después fuimos a caminar por Broadway, que era un derroche de luz y de color impresionante. Había muchos turistas por la calle y mucha animación.


Había tanto para mirar a nuestro alrededor que no nos aburríamos. Hicimos muchas fotos y nos hicimos fotos hasta con los policías.


Al día siguiente nos levantamos temprano para aprovechar bien el día porque mis amigas tenían que coger el autobús al aeropuerto a las 6 de la tarde. Cogimos el metro hasta Battery Pl. y desde allí caminamos hasta el ferry que nos llevaría al otro lado, pasando por la famosa Estatua de la Libertad.


El día no estaba muy bien pues había niebla y amenazaba con llover. Había otros ferries que iban hasta la estatua y podías bajarte, pero eran mucho más caros. Cuando pasamos junto a la famosa estatua, me parecía increíble estar allí, tantas veces como la había visto en la tele y ahora esta a pocos metros de mi. Es enorme, nunca pensé que fuera tan grande.


A la vuelta empezó a llover. Cogimos el metro hasta Times Square y desde allí caminamos por la Quinta Avenida para llegar hasta Central Park. Pasamos por algunos sitios conocios como St Rockefeller Center, St. Patrick’s Cathedral y la Plaza de las Naciones Unidas.


Cuando entramos en Central Park, se puso a llover. Tuvimos que entrar en una cafetería para resguardarnos y nos comimos un perrito caliente (no había mucho más para elegir). Después de la lluvia, salimos a caminar. Vimos muchas ardillas, todas muy confiadas. Marisa se cansó enseguida y decidió esperarnos sentada en un banco, mientras Claire y yo fuimos a recorrer el parque entero. Tuvimos tiempo para recorrerlo, pasamos por un estanque con barcas y un par de lagos.


Al regresar al sitio donde dejamos a Marisa, la vimos muy entretenida mirando a unos patinadores que bailaban mientras patinaban. Al parecer se juntaban cada tarde para practicar y enseñar a los nuevos. Uno de los patinadores se nos acercó para animarnos a apuntarnos, pero le dijimos que no podía ser porque nos íbamos de Nueva York aquella misma tarde. Marisa fue la que se quedó con más ganas de patinar y de pasar más tiempo en Nueva York.


El tiempo se acababa y teníamos que volver al hotel. Cogimos el metro por última vez y una vez en el hotel, cogimos nuestro equipaje y caminamos a la parada de autobús del aeropuerto que estaba allí cerca. Después de 20 minutos de espera, llegó el autobús y me despedí de mis amigas. Me dio pena verlas marchar después de haber pasado diez días intensos con ellas, en los que lo pasamos muy bien. Ahora tenía que continuar mi viaje en solitario, y me da un poco pereza hacerlo. Bueno, todavía me quedaban dos días en compañía de mis amigos Sean y Caroly, antes de continuar mi viaje en solitario.
Beacon
Cogí el tren a Beacon y cuando llegué allí Carolyn mes estaba esperando. Al llegar a su casa, me propusieron dar un paseo por el pueblo y así conocerlo mejor. Era el típico pueblo americano de las afueras de una gran ciudad. Tenía sus tiendecitas, su oficina de correos, sus bancos, pero todo pequeño y tranquilo, nada que ver con NYC donde acababa de estar. Sean y Carolyn me contaron muchas cosas interesantes de Beacon y me enseñaron sitios curiosos.
Así terminó el fin de semana y llegó el lunes, mi único día completo en Beacon. Sean se había cogido el día libre y Carolyn medio día para poder estar conmigo. Aproveché para hacer algunas fotos del barrio donde vivían Sean y Carolyn, una maravilla.


Más tarde hubo tormenta y se puso a llover muy fuerte, con truenos y relámpagos incluidos. Estuvimos espeando hasta que llegó Carolyn del trabajo a las 2 de la tarde, y al poco rato dejó de llover. Fuimos a comer algo al jardín, del que muestro una foto aquí abajo, junto a una de la casa.


Me llevaron a hacer kayak en el río Hudson, río que discurre por el estado de Nueva York y en parte hace de frontera con el estado de Nueva Jersey. No fuimos muy lejos pero fue divertido. Impresionaba hacer kayak en un río tan grande y tan ancho, las aguas muy tranquilas, eso sí. De ahí fuimos en coche al lugar donde empezaba la ruta de senderismo.
Cuando empezamos a andar ya eran las 6 de la tarde. Primero atravesamos un bosque y me sorprendió lo bonito que era para estar tan cerca de Beacon. Pasamos junto a una pequeña cascada rodeada de exuberante vegetación. Llegamos hasta una presa y nos sorprendió ver allí un montón de adolescentes bañándose. Habían llegado allí en motos y quads, y estaban bebiendo, fumando y ligoteando. Nos sorprendió que algunos de ellos nos saludaran con tanta simpatía al pasar junto a ellos.


Seguimos hasta la cima de esta pequeña montaña y arriba había un monumento conmemorativo por las víctimas de la guerra. La placa decía que más de 600 personas se reunieron en aquella colina el 4 de julio del 2000 para recordar a los patriotas que lucharon en la guerra en Beacon y para rededicar este monumento en su centenario. Desde allí se supone que había buenas vistas, pero por desgracia, no se veía mucho porque había niebla después de haber llovido antes. Aún así, mereció la pena subir hasta allí arriba simplemente por hacer algo de senderismo y por los bosques que atravesamos.
Después de un rato allí, empezamos a bajar y enseguida empezó a anochecer. Al pasar por el bosque de nuevo vimos unas pequeñas salamandras naranjas. Seguramente habían salido fuera por la humedad que había en el ambiente. Nunca había visto unas salamandras como aquellas.
Al llegar al coche, se puso a llover, así que fue perfecto. Después fuimos a casa a cambiarnos para después salir a cenar. Por la calle se veían muchas casas con las banderas americanas por la celebración de la fiesta nacional de la independencia, el 4 de julio, que sería muy pronto.
Me llevaron a un típico American diner, uno de los más grandes de por allí. Era como los típicos que se ven en las películas americanas.


Los platos de comida eran gigantescos y estaban llenos hasta rebosar. Había demasiadas patatas fritas en el plato, creo que habría sido suficiente con la mitad. Me comí casi todo porque tenía mucha hambre, pero al final casi parecía que iba a reventar. Me fijé que mucha gente, cuando no se acababa la comida, pedían a la camarera un envase de plástico para llevarse lo que sobró a casa. Yo lo pensé, pero al día siguiente por la mañana temprano me iba y no iba a poder calentar la comida en algún sitio.


A pesar de estar llenísima, no pude resistir la tentación de pedir el famoso banana split con helado. Lo compartimos entre los tres aunque no pudimos acabarlo. En mi caso yo no engordo por más que coma, pero para los que engordan con facilidad este sitio es un peligro. Con estas comidas no me extraña que los americanos tengan tantos problemas de obesidad.
Al día siguiente, 24 de junio, me despedí de Carolyn cuando se iba a trabajar. Sean se había cogido el día libre de nuevo y me llevó al aeropuerto de La Guardia, donde salía mi vuelo a Vancouver. Tuve mucha suerte de que me llevara, habría sido complicado en transporte público y con tanto equipaje. La verdad que me alegré mucho de haber compartido aquellos días con estos amigos a los que aprecio mucho. Nunca me gustaron los comentarios despectivos sobre los americanos, pues hay de todo, y entre ellos he conocido a muy buena gente también. Sean y Carolyn no sólo me han llevado a sitios, me han abierto las puertas de su casa, me han enseñado lo mejor que tienen allí y me han acompañado en parte de este viaje, por lo cual les estoy muy agradecida. Espero que podamos volvernos a ver en España, en Estados Unidos o en cualquier otro lugar.