A menudo, durante mis viajes, sobre todo cuando he viajado sola, mi consciencia se ha magnificado por encima de lo habitual. Al llegar a un aeropuerto desconocido, esperando un autobús que me llevará a un lugar en el que nunca he estado antes o al comenzar a recorrer nueva ciudad, he tenido la sensación de estar más despierta que nunca. Lo que quiero decir, es que en esos momentos toda mi concentración estaba en el momento presente, no iba al pasado o al futuro, como suele pasar en otras ocasiones. Creo adivinar por qué pasa esto; en estas situaciones estamos tan alerta, sobre todo si uno está solo y sin nadie en quién apoyarse, que no podemos distraernos ni por un instante. Hay mucha información nueva a nuestro alrededor y no queremos perdernos nada, entre otras cosas porque esta información nos puede servir para movernos por este entorno desconocido, así que necesitamos tener nuestro cincos sentidos al cien por cien en el momento presente. Ni que decir tiene si ya tienes que hablar en un idioma que no es el tuyo y entender a los que te rodean.
Cuando estamos en nuestro entorno habitual, hablando siempre en nuestro idioma, relacionándonos normalmente con las personas ya conocidas, haciendo lo mismo cada día, llendo a los mismos sitios, etc, lo más frecuente es que uno empiece a domirse en la inercia de la vida, que todo se vuelva mecánico y al final uno no haga esfuerzo en estar consciente en cada momento. En cambio, cuando uno viaja y cambia de vida durante el tiempo que sea, sin mucho esfuerzo estará más despierto y consciente del momento presente. De repente el tiempo parece que pasa más despacio y los días se dilatan. ¿No os ha pasado que cuándo lleváis unos días de viaje parece como si fueran semanas y que en un día pasaron tantas cosas como si hubieran sido varios? A mi sí me ha pasado, y comentándolo con otra gente, me dijeron lo mismo. Por eso viajar gusta tanto, es como vivir una nueva vida con la intensidad del momento presente, y uno se olvida fácilmente de su pasado y su futuro.
Además cuando logras estar en el presente, normalmente no tienes miedo y te invade una gran confianza de que todo saldrá bien. Seguramente tenías más miedo cuando aún estabas en tu casa, antes de comenzar el viaje, pero una vez estás en él, el miedo se disipa. Pueden surgir dificultades durante el viaje que te muevan de tu centro, y esto suele ser habitual, pero es el momento en que la vida te está poniendo a prueba. No es de extrañar que salgan emociones, reacciones de forma imprevista o te enfades más de lo habitual, pero el caso es que siempre tendrás una fuerza que te impulsa a resolver ese problema, y normalmente lo consigues. Es raro que te quedes bloqueado y sin reaccionar; toda tu energía se concentra para superar ese nuevo reto y luego sientes la satisfacción de haberlo conseguido. A veces un viaje puede convertirse en un juego de pruebas y retos que superar, y uno va aprendiendo más de si mismo durante el proceso. Luego de repente llegan regalos inesperados, agradables sorpresas o personas que aparecen en el momento adecuado para ayudarnos. Entonces todo cobra sentido, y empezamos a entender por qué pasaron ciertas cosas, todo está relacionado y nada pasa por casualidad.
Cuando hablo de todo esto, me refiero a una forma de viajar que es más una búsqueda personal que un recorrido turístico. Yo lo he experimentado más en los viajes largos donde he ido sola y donde no estaba todo planificado. Cuando todo está preparado, tienes los días justos para ver esto y aquello, te llevan y te traen a todas partes, y vas acompañado por muchas personas, te estás perdiendo mucho de lo que es la verdadera experiencia del viaje. Lo digo porque yo empecé a viajar así, y cuando probé la otra forma, me di cuenta de que la diferencia era enorme. Eso sí, también es una forma de viajar que requiere más esfuerzo y que conlleva más dificultades. La gente que nunca ha probado esta forma de viajar, la que a mi me parece en realidad el verdadero viaje, sí le recomendaría que al menos lo intentara una vez, por lo especial y única que es la experiencia como un reto que nos pone a prueba, nos enseña y nos acerca más a quiénes somos de verdad.
Tampoco quiero decir que haya que viajar todo el rato para estar consciente o para vivir la vida con emoción. Es quizás un reto mayor conseguir esto cuando uno está en su lugar habitual, haciendo su vida cotidiana donde todo es más predecible, pues ahí es más fácil dormirse y olvidarnos de nosotros mismos. Yo he estado en ese reto en los últimos meses y en este caso se puede emprender otro viaje diferente, un viaje interior, donde no hace falta cambiar de sitio ni de contexto para aumentar la consciencia. Lo que pasa es que a veces no es fácil hacerlo cuando llevamos tanto tiempo metidos en la misma dinámica de vida, y por eso un viaje exterior puede ser un buen impulso para comenzar uno interior que nos lleve hacia nosotros mismos; al menos así lo experimenté yo.
Lo has explicado perfectamente! Yo he dicho alguna vez que viajar es como volver a nacer. Cada vez que empezamos un nuevo viaje comenzamos a vivir las cosas con más intensidad y viéndolo todo desde otro punto de vista. Son cosas nuevas a cada momento que alimentan el simple echo de viajar y moverse.
Me alegro de que te guste! En realidad tenía este artículo escrito hace tiempo pero ahora estaba reestructurando el blog y lo he puesto en una entrada. Ahí estará por un tiempo para que lo vea más gente; creo que muchos se sentirán identificados.
Cien por cien de acuerdo, Belén 🙂
De hecho hace poco, cuando llevaba más o menos dos meses en Barcelona, me di cuenta de que hacía varias semanas que no había pensado en el pasado o en el futuro, y entonces incluso me sorprendí, porque solemos ser felices contemplando más la retrospectiva que en el instante en que vivimos. En ese momento me dí cuenta de que mi termómetro de la felicidad estaba echando humo, porque cuando se exprime al máximo el momento presente siendo totalmente conscientes de él, es cuando de verdad vivimos. Eso es exactamente lo que me pasa cuando viajo: nada más existe, solamente el camino frente a mí y ni el ayer ni el mañana parecen existir. Y por el momento en Barna siento algo parecido.
Un abrazo y todos mis deseos de felices viajes!
Pues sí Marina, lo has descrito perfectamente. No hay mayor felicididad que cuando vivimos plenamente en el presente, y parece que tú lo estás consiguiendo, ¡enhorabuena! Se ve que has elegido bien metiéndote en este máster, la verdad que lo estuve mirando y tiene muy buena pinta. Yo estoy haciendo otro en Escocia, así que ya no creo que haga este, pero siempre podemos intercambiar información. Que lo disfrutes muchísimo y sigue siendo muy feliz.
Un abrazo!