Ecuador 2004

Después de mi estancia en Perú, fui al país vecino, Ecuador, donde pasé un total de tres meses, aunque esta vez acompañada. Primero hice un voluntariado en una organización que trabajaba por la conservación de una reserva de bosque nublado. Allí hice monitoreos de aves y educación ambiental con los niños de la escuela del pueblo. Después fui a Otavalo donde hice un voluntariado de 3 semanas enseñando inglés en una escuela de una comunidad rural cercana. Al terminar los voluntariados, realizamos algunos viajes, como la visita de algunos volcanes, un tour de varios días en la selva amazónica de Ecuador y una estancia en la turística ciudad de Baños. Siento enormemente el no tener muchas fotos para esta entrada, pues la mayoría de mis fotos de Ecuador están en diapositiva y sólo he podido escanear unas pocas que tenía en papel (la tecnología digital aún no había llegado a mis manos en aquella época).

Llegada a Ecuador y primeros días en Quito (22-23/08/2004)

El avión aterrizó en el aeropuerto de Quito después de dos horas de vuelo. Cuando salí por la puerta de llegadas, allí estaba esperándome Martin, mi novio irlandés. Había estado trabajando todo el verano en su Cork natal como profesor de inglés y así ahorrar lo suficiente para compartir la aventura de Ecuador conmigo. Llevaba cuatro meses sin verle y la última vez nos habíamos visto en Grecia donde él estuvo viviendo un tiempo.

Después del emocionante reencuentro, cogimos un taxi hasta el albergue donde nos íbamos a alojar, Secret Garden, que nos pareció un paraíso. Teníamos una habitación doble y el precio era parecido a cualquier hostal pero el ambiente del albergue era mejor. Había una terraza en la última planta con estupendas vistas de Quito donde se encontraba el comedor. Los desayunos allí eran estupendos, de lo más variado y completo, y por las noches a veces había conciertos o fiestas. El ambiente era muy internacional, con mochileros de todas partes, y los dueños eran ecuatorianos y australianos.

Al día siguiente fuimos a caminar por la ciudad y empezamos a descubrir todo lo que tenía para ofrecer. Quito es la capital de Ecuador y también de la provincia de Pichincha, además de ser la segunda ciudad más grande y poblada del país. Aunque su nacimiento se situa oficialmente en el 1534, fecha en que fue conquistada por España, sus orígenes se remontan a tiempos más antiguos. Las investigaciones arqueológicas señalan que en el 10300 a.c. vivieron pueblos nómadas que se dedicaban a la caza, pesca y recolección de alimentos. Sin embargo no fue hasta el 800 a.c. cuando se estableció la primera civilización sedentaria, los cotocollaos. En el S. XV comenzó la conquista inca de este territorio y poco después llegarían los españoles.

La ciudad tiene una mezcla de estilos colonial y contemporáneo, y su entorno natural le proporciona gran belleza, pues está rodeada de volcanes. Además posee el centro histórico más grande, menos alterado y el mejor preservado de América. Por todo ello, Quito fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1978. En los últimos años se han restaurado muchos de los edificios antiguos y ahora tiene un aspecto muy cuidado. Cabe destacar sitios como la Plaza de la Independencia, la Basílica del Voto Nacional, la Catedral Metropolitana, la Iglesia de la Compañía, etc. Nosotros ese día no vimos mucho, tan sólo caminamos hasta la Plaza de la Independencia y luego al parque la Carolina (yo como siempre, fan de los parques) y luego nos fuimos a cenar. De todas formas aún nos quedarían muchos días para poder explorar Quito en profundidad.



Primera parte: Voluntariado en Santa Marianitas y Maquipucuna (24/08-09/10/2004)

A las 7:50 del día 24 de agosto estábamos esperando enfrente de la oficina de la ONG Maquipucuna para la que íbamos a hacer voluntariado durante el próximo mes y medio. Esta ONG cuidaba de una reserva de bosque nublado que estaba junto al pueblo de Santa Marianitas, en la provincia de Pichincha. Yo iba a a hacer monitoreos de aves en la reserva y algo de educación ambiental con los niños del pueblo, mientras que Martin iba a enseñar inglés en la escuela. Había otros dos voluntarios esperando: el inglés Paul y el ecuatoriano Patricio. Al poco rato llegó Andrea, la coordinadora de voluntarios. Nos presentamos y nos enseñó la oficina antes de partir rumbo a Santa Marianitas. Allí también hicimos el pago de nuestra estancia (creo que eran unos 200$ al mes).

Andrea conducía la camioneta como aquí llaman a esta especie de todoterreno y por el camino nos fue comentando cosas sobre la comunidad y la reserva. Tardamos dos horas en llegar, así que en realidad no quedaba muy lejos de Quito. El pueblo era realmente pequeño y sólo consistía en un campo de fútbol con algunas casas alrededor, la escuela, una iglesia y un par de tiendas.

Nos llevaron a un edificio hecho de bambú, que era el centro de recursos y también la casa de los voluntarios, donde dejamos nuestro equipaje. Nos subimos de nuevo a la camioneta y continuamos hasta la reserva, a unos pocos kilómetros de allí. Al llegar allí nos presentaron al administrador, Arsenio, y nos enseñaron el albergue de ecoturismo donde se alojaban los turistas. Después visitamos la estación científica donde se alojaban los voluntarios que trabajaban en la reserva. Allí nos alojaríamos sólo los fines de semana, ya que los días de diario nos quedaríamos en el pueblo. Luego nos fuimos a comer en casa de una señora que vivía cerca de la reserva.

Regresamos al pueblo y allí nos quedamos hasta el viernes. Martin iba a dar clase de inglés por la mañana a la escuela y yo iba con Arsenio en moto hasta la reserva para hacer mi trabajo con las aves. El fin de semana lo pasamos en la reserva, simplemente caminando y conociendo el lugar.

La siguiente semana empecé a trabajar con los niños en el programa de educación ambiental y desde entonces me quedaba en el pueblo los martes, miércoles y jueves, mientras que los demás días trabajaba en la reserva. Los niños eran muy alborotadores y me resultó difícil manejarlos; además que la profesora ya me dejó sola con ellos desde el primer día. Eran también muy curiosos y querían saber todo sobre Martin y sobre mi. Con el tiempo nos cogieron mucho cariño y nosotros a ellos, pero yo me enfadé más de una vez con ellos porque eran muy indisciplinados. Una de las cosas que más me sorprendió es que la profesora no tenía ningún reparo en pegarles cuando se portaban mal y la verdad a mi no me parecía bien pero tampoco podía interferir. Parecía ser que en Ecuador lo del castigo físico en las escuelas era todavía común y aceptado.

Cuando estábamos en el pueblo comíamos siempre en casa de la señora Aida, que vivía en una casa junto al camino que iba a la reserva, no muy lejos del pueblo. A mi me encantaban la yuca y el plátano frito, y las deliciosas bebidas de cereales que nos daba de postre en la cena. Su casa siempre estaba llena de perros, pollos y nietos que nos observaban con curiosidad. En la reserva las comidas eran de lujo, ya que comíamos lo mismo que los turistas. Los zumos de fruta y las tortitas con sirope que nos ponían en el desayuno eran espectaculares.

Más adelante nos prestaron unas bicis y con ellas nos movíamos entre el pueblo y la reserva. También fuimos al pueblo de Nanegal que quedaba cerca y desde allí pudimos visitar la cascada de la Piragua, donde nos bañamos. Nanegal era más grande que Santa Marianitas y allí íbamos al internet café o a comprar cualquier cosa que necesitáramos. En la escuela de este pueblo también había voluntarios enseñando inglés. Un día nos robaron las bicis mientras cenábamos en casa de la señora Aida; eso fue un gran disgusto y causó gran revuelo en el pueblo.

A continuación pongo dos mapas: uno de Ecuador donde he marcado con un recuadro y señalado con una flecha la zona donde realizamos el voluntariado, y otro más aumentado de la zona en concreto, donde podéis ver la reserva de Maquipucuna y otras cercanas, así como el pueblo de Nanegal. Si pincháis encima, podéis verlos aumentados.



La Reserva de Maquipucuna: paraíso del bosque nublado

Ahora voy a contar un poco sobre la reserva de bosque nublado de Maquipucuna en la que yo trabajaba unos días a la semana. Es puerta de entrada al Corredor Chocó Andino, el corredor biológico que recorre la costa pacífica panameña, colombiana y ecuatoriana, y uno de los mayores puntos de biodiversidad del planeta. Creada en 1988, la reserva de Maquipucuna se convirtió en la primera área protegida establecida por una ONG. La reserva tiene 5000 ha de bosque nublado situado entre 900 y 2683 m sobre el nivel del mar. Adicionalmente, la Fundación Maquipucuna fue la promotora en la creación de un bosque protector de 18.000 hectáreas, el cual está alrededor de la reserva y sirve de zona de amortiguamiento. El 10% de la diversidad vegetal y el 20% de la diversidad de aves de Ecuador han sido registrados en esta reserva. Esta reserva es la única de este tipo cercana a Quito donde se han podido ver osos de anteojos (único úrsido autóctono actual de Sudamérica) durante varios meses cada año. Por desgracia este ecosistema está muy amenazado por la gran deforestación que ha sufrido.

Desde 1995 se pusieron en marcha actividades de ecoturismo dentro de la Reserva Maquipucuna con el propósito de generar una fuente de ingresos alternativa para las labores de la fundación dentro de un esquema de desarrollo sostenible. Es una construcción rústica pero confortable, hecha con materiales locales y diseñada para encajar en el ambiente natural, con una agradable vista y cerca del río Umachaca. A la izquierda podéis ver una imagen del albergue de ecoturismo. Allí íbamos a comer, pero como dije anteriormente, nosotros nos alojábamos en otro edificio que era sólo para voluntarios.
La constante humedad en este ambiente montano provee las condiciones ideales para epífitas y, debido a la riqueza de su vegetación, estos bosques nublados exceden en número de variedades de plantas a los bosques de tierras bajas. Algunos de los árboles que componían el bosque de la reserva eran cecropias, lauráceas, melastomatáceas y arrayanes. Cada tarde la niebla caía y llovía un poco, dando un aspecto misterioso al bosque. Hubo días que llovió más y durante todo el día, aunque no recuerdo lluvias tan torrenciales como las de la selva tropical de Perú.

Durante mi estudio de aves tuve que recorrer varias senderos: sendero principal, sendero del humedal, sendero del río, y también tuve que acercarme a algunos puntos de observación como la torre de aves y un par de sitios en la carretera que va a Santa Marianitas. Entre las aves que más pude observar estaban las tángaras, de la familia Thraupidae, que son paseriformes del Nuevo Mundo con pico grueso y colorido plumaje. También pude ver diversas especies de tucanes (Ramphastidae), como el arasarí piquipálido o el tucanete culirrojo, uno de mis grupos de aves favoritos. Algunas eufonias de la familia de los fringílidos y los preciosos «barbets» (en inglés) como el torito cabecirrojo (Eubucco bourcierii) y el tucán barbudo (Semnornis ramphastinus) (antes estaban en la misma familia pero estudios de ADN han confirmado que no están tan emparentados).Tengo que decir que yo me aprendí los nombres de las aves, tanto en Ecuador como en Perú, en inglés, ya que la mayoría de las guías las han hecho ingleses o americanos, así como la mayoría de los estudios. Por ello he tenido que buscar las traducciones al español en internet, pero debo reconocer que mucho de estos nombres no me convencen demasiado y prefiero los ingleses.

Podría mencionar muchas más aves pero no quiero aburriros si no estáis interesados en ornitología. Tan sólo quería mencionar unas pocas más que me parecen interesantes como estos:
– Pava crestada (me suena fatal en español, en inglés es crested guan) (Penelope purpurascens): ave galliforme con una especie de cresta gris y garganta roja.
– Trogón acollarado (Trogon collaris): Es un ave preciosa. El macho tiene las partes superiores verdes y luego una línea blanca separa el pecho de las partes inferiores que son de color rojo. Tiene una larga cola blanca con rallitas negras no muy marcadas.
– Cuco ardilla (Piaya cayana): Este cuco tiene una larga cola, midiendo el ave en total 43-46 cm de longitud. Tiene plumaje castaño en el dorso y cabeza, y pecho gris.

Otras aves más comunes que también vimos fueron diversos pájaros carpinteros, pájaros hormigueros (se alimentan de hormigas), mosquiteros, atrapamoscas, colirrojos, saltadores, palomas (no la misma especie que todos conocemos, je, je), etc. Ah, y se me olvidaba mencionar los preciosos colibríes, a los que solía ver alimentándose del agua azucarada de los bebederos que colocaban cerca del albergue de ecoturismo.

En cuanto a mamíferos, no recuerdo haber visto ninguno. Como he dicho antes se sabe que hay oso de anteojos pero es muy difícil de observar. También existen osos hormigueros y perezosos, entre otros. Fue mucho más fácil observar toda clase de insectos, con formas y colores de lo más espectacular. Creo que para cualquier entomólogo estar allí sería un privilegio y un disfrute constante. Había saltamontes y mantis religiosas con alas en forma de hojas, insectos palo, escarabajos de todo tamaño, color y forma que te puedas imaginar, polillas de todo tipo, y mucho más. Recuerdo que por la noche era una fiesta de insectos que volaban por todas partes y se chocaban con nosotros, algo a lo que terminamos por acostumbrarnos.

A diferencia de los turistas que iban allí para pocos días, yo tuve la suerte de poder recorrer el maravilloso bosque de la reserva durante muchos días en el período de mes y medio que allí estuvimos. Era un sitio maravilloso donde la naturaleza ofrecía un derroche de belleza que con pocos sitios se puede comparar. Comparado con la selva tropical de Perú, el bosque nublado (que estaba a mayor altitud) me parecía menos amenazador y tranquilo, y quizás menos imponente también. Ambos eran bellos, pero de manera diferente. De todas formas, también en Ecuador había selva tropical amazónica, y más adelante iríamos a visitarla.

Durante los fines de semana, aparte de visitar algunos de los lugares de mi estudio, también nos aventurábamos en otros que no estaban incluidos en él. Así recorrimos el sendero de la cascada que nos llevó hasta un salto de agua de 200 m o el sendero de los arrieros que nos llevó a la unión de dos ríos después de una caminata de 5,5 km. También subimos a la parte más alta de la reserva para poder ver algunas vistas que normalmente la tupida vegetación no nos dejaban ver. En fin, fueron tantos los sitios maravillosos que descubrimos durante nuestras excursiones en la reserva, que teníamos la sensación constante de estar viviendo en el paraíso, aunque fuera temporalmente. Además la banda sonora del bosque, era una delicia para los oídos, y al caer la noche se hacía misteriosa y mágica. Recuerdo que cuando caminábamos al albergue de voluntarios desde el albergue de ecoturismo después de cenar, siempre lo hacíamos en silencio maravillados por todos aquellos sonidos del bosque.

Santa Marianitas: una comunidad rural junto al bosque nublado

Por otro lado también pudimos experimentar a fondo la vida en el pequeño pueblo de Santa Marianitas. Poco a poco la gente del pueblo nos fue conociendo y acabamos siendo para ellos más que unos gringos alojados en la casa de bambú. Pasábamos más tiempo con los niños, sobretodo Martin, que les enseñaba inglés cada día. Yo sólo estaba con ellos dos días a la semana y tardaron un poco más en conocerme porque empecé a trabajar con ellos una semana más tarde que Martin.

Con los niños tenía idea de hacer dos actividades dentro del programa de educación ambiental: construir unas casetas donde colocar unos contenedores para reciclar (el pueblo estaba muy sucio y nadie reciclaba) y hacer una obra de teatro con mensaje. La actividad de reciclaje fue lo primero que empecé pero no llegó a buen puerto. Se supone que los niños tenían que convencer a los adultos para que ayudaran y no lo conseguimos. Luego propuse a los niños hacer una maqueta del pueblo con materiales de desecho pero no tuvo mucho éxito. En cambio sí hicimos la obra y ahí aproveché para mostrar la problemática que el pueblo tenía con los residuos a través de una historia con los animales del bosque nublado. Escribí el guión de la obra y a cada niño le di un papel con lo que su personaje tenía que decir.

La realidad de aquellos niños era muy distinta a la de los niños de España o cualquier otro país desarrollado. Los padres, por lo general, eran campesinos, y no dudaban en utilizar a sus hijos para ayudarles en las tareas del campo. A veces incluso les hacían faltar a la escuela por ello, y por más que los profesores intentaban evitarlo, no había manera. Me sorprendió encontrarme bastantes familias desestructuradas, con sólo madre o madre, con problemas de alcohol, malos tratos, etc. Algunos de aquellos niños tenían a uno de sus padres o a los dos trabajando en el extranjero, y entonces los dejaban a cargo de algunos familiares. Cuando empezamos a conocer la realidad de aquellos niños a fondo, había muchas cosas en las que no estábamos de acuerdo, pero poco podíamos hacer. Luego por otro lado, también eran niños muy felices, porque jugaban al aire libre y vivían en un entorno privilegiado, porque pasaban mucho tiempo con los otros niños y porque su calidad de vida era mejor que la que podrían tener en una ciudad. Eran niños muy expresivos, impulsivos y se movían en su entorno con una confianza que un niño de ciudad no tendría. No tenían miedo de montarse en un caballo, llevar las vacas a pastar o subirse a un árbol; eran de alguna manera niños salvajes y libres. En cierto modo, podía ver las ventajas de crecer en contacto con la naturaleza, algo que cada vez estoy más convencida que es vital para el desarrollo adecuado y completo del niño.

Los niños jugaban a menudo al fútbol en el campo que tenían en medio del pueblo. Muchas veces venían a buscar a Martin para que jugara con ellos, y aunque a él le encantaba, a veces estaba cansado y no quería ir, pero los niños insistían tanto que al final no le quedaba más remedio que ir siempre. Otro deporte que les gustaba mucho era el voleibol, algo que como pudimos comprobar en otros sitios del país, apasionaba a los ecuatorianos (bueno, y a los que viven en España también).

Yo quería implicarme más con la comunidad y encontré otra forma de colaborar. Me enteré de que tenían un huerto ecológico que llevaban entre todos, así que decidí ir algunos días a ayudar. Incluso un día vino un experto en la materia a darles una especie de cursillo sobre agricultura ecológica al que yo también asistí. El huerto estaba muy bien montado y organizado, y pude comprobar como los habitantes de Santa Marianitas aprovechaban la ocasión de trabajar juntos para socializarse y hablar entre ellos. Yo también tuve la oportunidad de conocerlos más y de darme a conocer, ya que hasta entonces sólo me relacionaba con los niños y los profesores. Recuerdo que las mujeres se sorprendían de que a mi edad no estuviera casada ni tuviera hijos, y yo les explicaba que en mi país ahora las mujeres tenían otras prioridades como estudiar, trabajar e independizarse.

Las mujeres del pueblo tenían un grupo que se dedicaba a hacer artesanías, mermeladas y otros productos que luego vendían para sacar un dinero. Las mermeladas por cierto estaban buenísimas, y las hacían de frutas tropicales como papaya, guayaba, plátano, etc. Quería haber ido con ellas un día a aprender a hacer las mermeladas, pero al final no coincidió que fuera un día que yo pudiera. Aquellas mujeres eran muy distintas de mi pero tenía curiosidad por ver cómo vivían y pensaban.

Una cosa que no me gustaba nada de la gente de la comunidad y que me decepcionó mucho, fue su afición a las peleas de gallos. Aquello era algo que no descubrimos hasta casi el final de nuestra estancia allí, ya que la mayoría de los fines de semana no estábamos en la comunidad, sino en la reserva, en Quito o en algún otro lugar. Pero un domingo regresamos de Quito temprano y nos encontramos a toda la gente del pueblo alrededor de un círculo vallado. Gritaban con excitación, aplaudían y vitoreaban. Nos acercamos y vimos para nuestro disgusto que estaban viendo una pelea de gallos. Sólo nos quedamos unos minutos a mirar aquello, que nos pareció un espectáculo de lo más macabro. Los gallos estaban sangrando, a uno le faltaba un ojo y la cresta, el otro tenía un ala rota, y cosas así, y seguían agrediéndose el uno al otro hasta que uno de los dos muriera. La gente hacía apuestas y estaba tan emocionada como si aquello fuera un partido de fútbol. Los niños estaban allí también, disfrutando tanto como los adultos, y se reían al ver mi cara de disgusto. A pesar de que ellos insistían en que nos quedarámos con ellos, nos fuimos a casa decepcionados y tristes.

En el pueblo había muchos perros, que aunque tenían su dueño, siempre estaban sueltos y andaban a sus anchas por donde querían. Nunca pensé que pudieran ser peligrosos hasta que un día tuvimos un susto tremendo. Veníamos de cenar de casa de la señora Aida y ya había oscurecido. Como siempre, atravesamos el pueblo para ir hasta nuestra casa de bambú. No había nadie por la calle y todo estaba en silencio. De repente vinieron tres perros hacia nosotros y empezaron a ladrarnos. A continuación vinieron más perros, y como si se llamaran unos a otros, empezaron a aparecer más y más, hasta que unos diez perros nos rodearon. Nos gruñían y estaban a punto de atacar. Yo estaba aterrorizada y no veía manera alguna de escapar; ni siquiera había alguien por allí a quién pedir ayuda. De repente Martin cogió una piedra y les amenazó gritando con fuerza. Menos mal que tuvo la ocurrencia de hacer aquello, ya que los perros se asustaron y se marcharon. Nos salvamos por los pelos y nos fuimos a casa con mucho susto.

En general, los días en el pueblo no eran tan tranquilos como los que pasábamos en la reserva, ya que los niños siempre estaban tratando de pasar todo el tiempo posible con nosotros, incluso cuando estábamos descansando venían a buscarnos a nuestra casa de bambú. Cuando nos agobiábamos, bajábamos al río que pasaba cerca de la casa, un pequeño paraíso que descubrimos un día de casualidad. Allí nos relajábamos con el sonido del agua, sentados encima de las rocas y rodeados de vegetación. Los niños por suerte no descubrieron nuestro refugio de tranquilidad porque en la casa nos invadían cada día y no había manera de desconectar.

Un fin de semana en Quito (10-12/09/2004)

Nos tomamos una semana de vacaciones porque las clases de los niños se suspendieron debido a que los profesores estaban haciendo una formación especial y los niños no querían ir a la escuela. Empezamos por Quito, y luego continuamos con un voluntariado corto en la finca de Orongo, propiedad de la fundación.

Nos volvimos a alojar en el albergue de Secret Garden, el mismo donde estuvimos los primeros días. Visitamos algunos lugares del casco histórico y por la tarde fuimos a cenar a «gringolandia», en la zona de Mariscal, donde había muchos hoteles y restaurantes para «gringos» o turistas. Después de cenar tomamos algo en un pub irlandés con precios prácticamente europeos. La verdad que aquella zona no me gustó nada, no parecía que estuviéramos en Ecuador.

El domingo fue un día de sol y calor, y había mucha gente por la calle. Cuando llegamos a la Plaza de la Independencia, vimos mucha gente concentrada. El motivo era un evento político llamado «25 años de la ruptura», y pensé que tal vez fuera por las inminentes elecciones que dentro de poco habría en la provincia de Pichincha (no estaba segura si también tendrían lugar en otras provincias). Había mítines, encuestas, teatro, música, exposiciones fotográficas, etc. Visitamos más lugares del casco histórico como la catedral por ejemplo, e hicimos algunas compras.

Comimos en un lugar donde vendían deliciosos yogures helados y pan de yuca. Después cogimos el autobús a Nanegal, que como es habitual, tenía la música a todo volumen, casi siempre cumbias y otros ritmos latinos, algo de lo que acabamos saturados de verdad. A veces era peor porque ponían canciones romanticonas de lo más insoportable. Yo me preguntaba si es que los ecuatorianos no se les ocurría escuchar otro tipo de música porque la verdad es que siempre era lo mismo. Cuando llegamos a Nanegal tuvimos suerte de que vimos a la señora Aida con su marido subiendo a una camioneta rumbo a Santa Marianitas, así que nos subimos con ellos (el autobús no llegaba hasta allí, así que había que hacer auto-stop o buscarse la vida como pudieras).

Finca ecológica de Orongo (13-17/09/2004)

Al día siguiente de volver de Quito, vino a buscarnos uno de los que trabajaba para Maquipucuna y nos llevó a la finca ecológica de Orongo, no muy lejos de allí (no recuerdo cuántos kilómetros exactamente). Esta finca era propiedad de la fundación y tenían principalmente plantación de café y plátanos. Una familia ecuatoriana de la zona se hacía cargo de la finca y de esa manera les daban trabajo. Además con esta finca pretendían promover la agricultura ecológica en las comunidades cercanas.

En la finca nos recibió Marco, el que la cuidaba, y allí vivía con su familia. La casa donde vivían era bastante grande ya que además allí se alojaban los voluntarios que temporalmente ayudaban en las plantaciones. En ese momento nosotros éramos los únicos voluntarios y sólo nos quedaríamos cinco días. Después de dejar nuestro equipaje en la habitación, Marco nos hizo la típica entrevista sobre nuestras vidas (los ecuatorianos son muy curiosos y quieren saber nuestra edad, profesión, cómo nos conocimos y si nos vamos a casar pronto, entre otras cosas). Cuando Marco supo que era española no pudo evitar exclamar emocionado que vivir en España era su sueño, y que tenía algunos familiares allí haciéndose ricos. En los días que siguieron no desaprovechó la ocasión para preguntarme todo lo que pudo sobre la situación laboral en España, el precio de la vivienda y otras muchas cosas. Yo no sé que les pasa a los ecuatorianos con España, pero la tienen demasiado idealizada pensando que allí se les van a solucionar todos sus problemas. También suelen caer en el error de creer que todos los españoles estamos forrados, y parece que ser que esta creencia se ve fortalecida al vernos viajar en Ecuador durante tanto tiempo (un viaje así ellos no se lo podrían permitir, de hecho apenas conocen su país porque no tienen dinero para viajar en él). Yo siempre les digo que no es que tenga mucho dinero, sino que prefiero usarlo para viajar en lugar de para comprarme una casa o un coche.

Antes de cenar fuimos a dar un paseo en la finca con Marco como primera toma de contacto. La cena nos pareció escasa y esperábamos que fuera mejor en los próximos días, pero no fue así. Todas las comidas eran muy escasas y pasábamos mucha hambre. Eso fue lo peor de los días que estuvimos allí. Por lo demás, el lugar nos encantó, y el trabajo también.

Trabajamos dos días en las plataneras, cortando con el machete las hojas muertas y enfermas. Otro día trabajamos en la plantación de café, poniendo abono a las plantas que estaban en el peor suelo. Marco tenía vacas y toros en la finca que sólo vimos de lejos pero sí las oíamos cada mañana. Marco ordeñaba algunas de las vacas y luego las llevaba a pastar, y siempre nos despertábamos por el tremendo ruido que hacían. Tenía también algunos caballos y perros. Era un lugar muy entretenido y la verdad que no nos aburrimos ni un momento.

Las tardes las teníamos libres y una de ellas decidimos ir al pueblo más cercano andando, Palmitobamba. Teníamos muchísima hambre y pensamos en ir allí para comprar algo de comida. Tardamos aproximadamente una hora en llegar y disfrutamos mucho de la caminata y del paisaje. Nos compramos unas galletas y helados en una tiendecilla que había en el pueblo, y nos sentamos un rato en un parque a comerlos. Cuando ya empezaba a oscurecer, emprendimos el camino de vuelta a la finca.

No quedaba mucho para llegar cuando de repente vimos un enorme toro negro en medio de la carretera. No nos atrevíamos a pasar al lado de tan imponente toro y estuvimos un rato dudando entre pasar o buscar un camino alternativo. Nos metimos campo a través para ver si podíamos llegar a la finca sin pasar por la carretera, pero ya se estaba haciendo de noche y nos entró miedo de perdernos. Veíamos a lo lejos las luces de una casa pero no estábamos seguros si era la casa de Marco o la de otros campesinos. Finalmente decidimos volver a la carretera ya que pensamos que por esos campos podía haber más toros sueltos y entonces la íbamos a liar más. De repente vimos una niña con un vestido blanco venir por la carretera, sin linterna ni nada, igual que nosotros. Nos acercamos a ella para decirle lo del toro y la pobre se asustó, pero entonces vimos que era la hija de Marco. Ella nos dijo que posiblemente era uno de los toros de su padre que se había salido de la finca, pero que era inofensivo y no teníamos de que preocuparnos. Caminamos con ella y el toro ya no estaba, menos mal.

Un día Marco nos pidió dar clases a sus hijos (un niño y una niña) aprovechando que estábamos allí y nosotros le dijimos que sí. Martin les dio clases de inglés y yo de informática. Los niños estaban bastante tímidos con nosotros y no parecían muy interesados en las clases; estaba claro que se veían obligados a ello por su padre.

También fuimos a ver aves un par de veces por la mañana temprano, en la plantación y en el bosque cercano. Lo mejor fue la segunda vez, cuando fuimos al bosque, que estaba en una elevación y desde donde se veían estupendas vistas. La subidita mereció la pena y desde allí Marco nos mostró un camino inca que iba hasta la reserva de Maquipucuna. Le dijimos que nos gustaría hacer ese camino y él se ofreció a llevarnos por él hasta Santa Marianitas al día siguiente. Llamamos para decir que no nos vinieran a buscar en coche como habíamos acordado. A cambio hicimos un camino que fue toda una aventura y que nos ofreció unas vistas increíbles. Al llegar a Santa Marianitas vimos el pueblo desde arriba, algo que nos encantó porque nunca lo habíamos visto de esa manera. Parecía imposible que en aquel pequeño pueblo rodeado de bosque viviera gente, y allí íbamos nosotros, a continuar con lo que habíamos dejado días atrás.


Reserva de Santa Lucía (24-26/09/2004)

Esta reserva está manejada por la organización que lleva el mismo nombre: Santa Lucía. Originariamente este era el lugar en el que yo quería hacer voluntariado en Ecuador, ya que me gustó mucho de que aquella iniciativa de conservación fuera creada por la comunidad cercana. Finalmente no pude hacer mi voluntariado allí porque esta reserva estaba en un lugar más aislado que Maquipucuna, en lo alto de un monte, y Martin no podría ir al pueblo a dar clases. Fueron ellos los que nos propusieron hacer voluntariado en Maquipucuna, ya que ahí los dos podríamos hacer nuestros respectivos trabajos. Pero estaba claro que no podía irme de Ecuador sin visitar Santa Lucía, así que hablé con ellos para pasar allí un fin de semana. (Siento mucho la falta de fotos, pero si pincháis en Santa Lucía más arriba, se os abre la web y podéis ver esta maravilla de sitio).

El terreno donde ahora está la reserva fue comprado por campesinos sin tierras en 1976 y tuvieron que deforestar para poder poner ahí sus cultivos. Con el tiempo la agricultura fue degradando el bosque nublado y en 1988 la zona fue declarada parte del Bosque Protector. Los miembros de la cooperativa tuvieron que buscarse la vida de otra manera y así decidieron emprender la actividad del ecoturismo en los 90. En 1999 construyeron un albergue de ecoturismo con madera de árboles caídos y con la ayuda de voluntarios hicieron senderos. Recibieron ayuda de varias organizaciones, entre ellas Maquipucuna, y también algunas internacionales como Rainforest Concern.

Santa Lucía conserva más de 730 hectáreas de bosque nublado montano en la bioregión del Chocó Andino, considerado un ‘hot spot’ por su gran biodiversidad.  El 80% de la reserva es bosque primario donde se encuentran más de 394 especies de aves, 45 especies de mamíferos, incluyendo: pumas y osos de anteojos que se encuentran actualmente en peligro de extinción, miles de plantas tropicales nativas, incluyendo una sorprendente variedad de orquídeas, bromelias, y otras epífitas.

Llegamos a este paraíso un viernes por la tarde, empapados por la lluvia que había estado cayendo sin parar, después de un duro ascenso de dos horas que parecía no acabar nunca. Cogimos el camino no muy lejos de la reserva de Maquipucuna; nos dijeron que siguiéramos el camino de siempre y luego veríamos una bifurcación cuando ya quedara poco para llegar. Según avanzábamos la pendiente era cada vez mayor y encima empezó a llover con ganas. Pero no podíamos para hasta llegar, no teníamos más remedio que seguir. El paisaje era impresionante aunque no pudimos disfrutarlo mucho por el cansancio y la lluvia; queríamos llegar ya y descansar.

La eco cabaña (como llamaban al albergue de ecoturismo), como si de un cuento se tratara, apareció entre la niebla, misteriosa y encantadora, a 1900 m sobre el nivel del mar. Al llegar nos dieron la bienvenida Eduardo y Rosario, un matrimonio que se hacía cargo de la eco cabaña. Nos la enseñaron y nos pareció muy acogedora para las tardes de lluvia como aquella. Nos comentaron que el invierno se estaba adelantando demasiado porque no había lluvias como aquellas hasta diciembre. La eco cabaña tiene capacidad para veintidós personas con habitaciones dobles y dormitorios grandes. A nosotros nos metieron en una habitación que estaba en la buhardilla con colchones en el suelo.

Tenían inodoros para ser usados de noche y baños composteros que se usan durante el día (una genial idea para minimizar la contaminación). Las duchas tenían agua caliente con espectaculares vistas al bosque. Tuvimos ocasión de probarlas antes de cenar, una maravilla, y merecida recompensa después del esfuerzo realizado durante el ascenso. La cena fue una agradable sorpresa: pizza y ensalada, y de postre, bolitas de chocolate. Además tienen bebidas calientes a disposición todo el día, incluido chocolate. Eduardo nos contó que intentan utilizar todo lo posible productos de su huerto ecológico para las comidas, que eran mezcla de tradicional ecuatoriana e internacional. Sus hijos estaban allí para la cena; trabajaban en el pueblo pero venían a menudo a visitar a sus padres, sobre todo los fines de semana. Con su hija Paulina estuve en contacto al principio, cuando quise irme allí de voluntaria, pero ese fin de semana no estaba allí. Ella se encargaba sobre todo de las labores administrativas de la oficina, la web y la coordinación de los voluntarios.

Al día siguiente nos levantamos a las 6:30 de la mañana y vimos sorprendidos la transformación que había experimentado el lugar, pues ahora era una mañana primaveral, soleada y despejada, y las aves no paraban de cantar. Vimos desde nuestra ventana al precioso tángara de cabeza roja, una de las aves que veíamos en Maquipucuna. Al asomarnos vimos por primera vez las increíbles vistas que nos rodeaban: montañas impresionantes (incluso se veían las de la provincia de Imbabura) y pueblos como Nanegal, Santa Marianitas y Nanegalito. Dimos un corto paseo por el sendero principal antes de desayunar, y vimos unos preciosos colibríes de cola larga. Nos entraron unas ganas tremendas de explorar este lugar, la emoción crecía por momentos.

Para desayunar nos dieron piña, huevos revueltos y un estupendo pan hecho en casa con mantequilla y mermelada de guayaba, y por supuesto, acompañado de mi chocolate caliente. Con el estómago lleno, emprendimos nuestros pasos al sendero principal, y de ahí tomamos el sendero a las cascadas. Mientras caminábamos por el bosque, crecía nuestro asombro ante la belleza que contemplábamos. Había grandes árboles con lianas colgando, y arbustos con hojas enormes que salían del grueso y corto tallo. La luz del sol se reflejaba en las hojas y se filtraba entre ellas, iluminando el bosque de manera mágica. Luego el sonido del agua comenzó a llegar a nuestros oidos y encontramos la primera cascada; tras esa, dos más aún más espectaculares. La imagen que se nos ofrecía era de un auténtico paraíso, y yo me sentía absolutamente privilegiada por estar allí.

Por la tarde, las nubes bajaron y todo quedó envuelto en una niebla espesa que no dejaba ver lo que había alrededor. Empezó a chispear y después a llover más fuerte, hasta que una tormenta de rayos y truenos se desató sobrecogiéndonos. Renunciamos a salir con aquel tiempo y decidimos quedarnos dentro disfrutando de la comodidad de la eco cabaña. Nos relajamos en las hamacas, leímos un poco, jugamos a las cartas y tocamos la guitarra (tenían dos allí). Llegó la noche y sólo con la luz de la velas cenamos (no hay electricidad). Nos fuimos a dormir temprano porque al día siguiente nos esperaba un madrugón para ver uno de los mayores espectáculos que la naturaleza ofrecía en aquel lugar: el lek (lugar del ritual de apareamiento) del gallito de la roca.

Nos levantamos a las 4 de la mañana ya que había que caminar durante casi dos horas hasta el lek y teníamos que llegar al amanecer si queríamos ver el famoso ritual. Eduardo nos iba a guiar hasta allí y su linterna era la única que iluminaba el camino ya que olvidamos traer la nuestra. Estaba muy oscuro y el camino era empinado y resbaladizo. Caminar en el bosque nublado a aquellas horas era impresionante y no pude evitar acordarme de las caminatas nocturnas que hice en la selva peruana durante mi trabajo con aves. Cuando llegamos, aún estaba oscuro, y nos sentamos a esperar. De repente, escuchamos los primeros cantos de los machos, sonido muy característico que no sabría como describir. A mi se me puso la carne de gallina, y nunca mejor dicho.

El gallito de la roca (Rupicola peruviana) es una especie de ave paseriforme de la familia Cotingidae. Es el ave nacional de Perú, y habita sobretodo en la región amazónica. Sin embargo, allí no tuve ocasión de verle. Por suerte, también se encuentra en Ecuador y quiso la vida que me surgiera esta oportunidad. Presentan un marcado dimorfismo sexual, pues el macho posee un plumaje muy colorido, combinación de naranja y negro, mientras que la hembra tiene un plumaje más austero de color marrón. Tienen un pico corto y ambos sexos presentan una cresta de plumas en forma de disco permanentemente desplegada (mucho más grande en los machos). Se alimentan de frutos diversos cuyas semillas digiere y dispersa, jugando así un papel importante en la preservación de su entorno ecológico. Por lo general son difíciles de observar cuando no están en los leks, pues son ariscos y viven en cañadas húmedas profundas o en peñas empinadas. Cuando empezó a clarear y los vi, apenas podía contener la emoción.

Por fin empezó el espectáculo y los machos comenzaron a cantar y a bailar para las hembras. Estuvimos casi una hora allí tratando de verlos (no era fácil con la vegetación) y hasta grabé un poco de sus cantos con mi rudimentaria grabadora. A pesar de que nos movíamos con mucho sigilo, terminaron advirtiendo nuestra presencia y dejaron de cantar porque se asustaron. De todas formas no nos quejábamos, habíamos visto bastante. Os preguntaréis porque hacen este tipo de cortejo y en estos lugares llamados lek. La hembra se encarga sola de la incubación y del cuidado de los pollos, y no se queja porque el colorido plumaje del macho atraería a los depredadores. Entonces, ¿qué es lo que buscan de ellos? Sus habilidades como cantantes y bailarines. Las demostraciones de los machos en los leks son una eficaz forma de selección entre los machos de la especie. El macho que baile mejor a los ojos de la hembra y que regrese puntual cada día a la sesión de baile evitando ser presa de los depredadores, será el elegido para brindar sus genes a las nuevas generaciones.

Por desgracia, los gallitos de la roca están en peligro de extinción. Su belleza incomparable y su popularidad los convirtió, desde principios del siglo pasado, en aves perseguidas por muchos, y actualmente son objeto de la captura y tráfico ilegal.

Ya que no tengo imágenes propias que poneros, os pongo un enlace a este video que encontré en YouTube para que los veáis y escuchéis. Pincha aquí para ver video.

Emprendimos el camino de regreso, esta vez más relajadamente porque ya había luz y no teníamos tanta prisa. La mañana se presentaba de nuevo soleada y despejada, mostrando la belleza del bosque en todo su esplendor. Cuando llevábamos como media hora caminando, oímos a los gallitos de la roca otra vez; quizás estaban esperando que nos alejáramos para seguir con su ritual. Yo lo sentí como una despedida y me entraron ganas de llorar. Me di cuenta de que tal vez no los volviese a ver, tan incierto como es su futuro por la amenaza que sufren tanto por el tráfico ilegal como por la destrucción de su hábitat.

¿Y qué pasará cuando gente como Eduardo y Rosario no estén para cuidar de este bosque? Ellos nos contaron de los enfrentamientos que tuvieron con los furtivos que entraban a cazar ilegalmente, quizás algunos de ellos sean hombres de Santa Marianitas, los que disfrutan de las peleas de gallos, juegan al billar y se emborrachan hasta altas horas de la noche en el minibar del pueblo. Sentí muchas ganas de ayudar a esta gente que estaba tan comprometida con la conservación de su entorno, gente de la comunidad (esta vez no eran extranjeros o urbanitas de Quito que se veían atraidos por el bosque), pero por desgracia eran minoría y se veían enfrentados a los intereses de otros habitantes que seguían viendo el bosque como un lugar al que explotar. Fue entonces cuando empezó a surgir en mi la idea de crear una web sobre voluntariado y así ayudar a ONGs de países en desarrollo a conseguir más voluntarios y financiación; algo que años después logré con la creación de Global Life Experience y Mundo Voluntario.

Después de un desayuno con muchos pancakes y sirope, hicimos el sendero autoguiado que disfrutamos un montón. Encontramos un columpio que tienen colgado de un enorme árbol, y allí nos montamos un buen rato. El columpio subía muy alto y parecía que estabas balanceádote entre las copas de los árboles, o casi volando. Fue genial para descargar adrenalina a tope, una experiencia muy divertida.

A la una de la tarde comimos nuestro almuerzo y al terminar nos despedimos de nuestros anfitriones. Prometí ayudarles a conseguir más voluntarios y les deseé mucha suerte con su proyecto. Esta vez fuimos afortunados porque no llovió en toda la tarde y pudimos bajar relajadamente a Maquipucuna, pudiendo por fin disfrutar del camino y parando a cada rato para contemplar las vistas. Cuando llegamos, fuimos al río a darnos un baño, otra vez en nuestro querido Maquipucuna, al que habíamos echado de menos. Más tarde tuvimos una cena estupenda en el albergue de ecoturismo y así terminó un fin de semana redondo, mejor imposible.

Seguimos en Santa Marianitas…

Regresé el lunes por la tarde después de un día de trabajo en Maquipucuna con mis monitoreos de aves. Los siguientes días fueron tranquilos porque hasta las 12 no bajaba a la escuela para preparar la obra de teatro con los niños. Los ensayos eran muy caóticos y los niños se distraían con facilidad, pero yo me lo pasaba bien de todos modos.

El martes por la noche empecé a encontrarme mal y acabé teniendo diarrea. A Martin le dolía el estómago y acabó vomitando. Qué faena, con lo bien que íbamos, ahora nos poníamos malos. No me apetecía nada repetir la experiencia de Perú cuando caí enferma, y esperaba que aquello fuera pasajero. Al día siguiente nos quedamos en la cama todo el día descansando, así que no fuimos a la escuela. Por suerte el jueves ya estábamos recuperados y volvimos a nuestras actividades cotidianas. Con los niños era difícil ensayar y acabé muy cansada, además que yo estaba un poco débil. Por la noche empecé a acatarrarme, lo que faltaba.

Yunguilla y la gran caminata (1-3/10/2004)

Para este fin de semana teníamos previsto hacer una caminata muy chula que nos habían recomendado, y que va desde un sitio llamado Yunguilla hasta Maquipucuna, 8 horas en total caminando por un sendero preincaico que atraviesa montes y bosque. El problema es que yo no estaba en mis mejores condiciones ya que me había quedado débil después de la diarrea y además estaba acatarrada. Como ya no nos quedaba más tiempo para aplazar esta excursión, al final decidí arriesgarme e intentarlo.

El viernes día 1 de octubre a las 14:30, vino Juan Carlos, uno de los trabajadores de Maquipucuna, a buscarnos para llevarnos a Nanegalito. Este pueblo, que ya he mencionado varias veces en mi relato, es más grande que Nanegal (a pesar de que el nombre pueda sugerir lo contrario) y está más cerca de Quito. Allí cogimos el autobús que va a Quito con Juan Carlos, y nos dijo donde nos teníamos que bajar. En ese sitio donde nos bajamos, nos venía a recoger Germán, uno de los dirigentes de la comunidad de Yunguilla. Nos llevó en coche hasta la casa de ecoturismo donde nos esperaba Faustito, nuestro guía en la caminata que íbamos a hacer al día siguiente. Allí conocimos también a algunos voluntarios extranjeros que se quedaban una temporada larga participando en algún proyecto de la comunidad.

Y ahora llega el momento de hablar de Yunguilla, otra de las ONGs que tuvimos la suerte de conocer durante nuestra estancia en Ecuador, y también muy vinculada a las otras que ya habíamos conocido en el bosque nublado. Esta también tenían un proyecto de ecoturismo comunitario, algo que cada vez me convence más por ser una de las mejores fórmulas para armonizar comunidad y conservación del entorno natural. La comunidad de Yunguilla se sitúa en una zona de bosque nublado en el nor-occidente de la provincia de Pichincha. Está más cerca de Quito que Maquipucuna y Santa Lucía, como podéis deducir del párrafo anterior. Se localiza en su mayoría en las estribaciones externas occidentales de la cordillera de los Andes, en concreto en la Cuenca Alta del Río Guayllabamba (CARG).

En 1995, con apoyo de la Fundación Maquipucuna y el Programa de Bosques Nativos Andinos (PROBONA), se empezó a trabajar en una propuesta de manejo forestal, con el objetivo de mejorar la calidad de vida de la comunidad mediante el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales de la zona. Para ello se formó un comité forestal en el que se integraron entre 20 y 50 familias, el cual ha realizado diversas tareas agroforestales para lograr este objetivo.

Fuimos a recorrer las tierras de la comunidad con Faustito, nuestro guía, que tienen una extensión de 2600 ha en total. Nos enseñó las plantaciones, el huerto, la fábrica de mermeladas y papel reciclado, la quesería, el centro de actividades de educación ambiental, etc. La comunidad cuenta con 12 guías turísticos avalados por el Ministerio del Ambiente y Turismo, guías especializados en trabajo con niños y cocineros capacitados con alimentación a base de productos orgánicos. Me pareció que tenían todo muy bien organizado y además los comuneros eran los que se llevaban todos los beneficios.

La casa de ecoturismo donde nos alojábamos se llamaba “Tahuallullo”, y contaba con 3 habitaciones para 10 personas con baño compartido. Cenamos en casa de una señora del pueblo y enseguida nos fuimos a dormir, ya que al día siguiente nos esperaba la gran caminata y teníamos que estar con fuerzas para realizarla. Yo esperaba estar mejor de mi catarro para entonces, y al menos la tripa no me había vuelto a dar problemas.

Al día siguiente nos levantamos a las 5:30 y fuimos a desayunar a casa de la señora media hora después. Nos pusieron una sopa de arroz y patatas, y la verdad que aquello era lo que menos me apetecía, pero otra cosa no había. Nos llamó la atención que la casa sólo tenía el salón y una habitación. Había una cama tapada por una cortina donde alguien estaba durmiendo. Era una casa muy humilde y austera.

Después de desayunar atravesamos el pueblo y por fin pudimos ver las vistas desde allí que eran increíbles, pues el día anterior no vimos nada por la niebla. Antes de dejar el pueblo, pasamos por la tienda comunitaria donde vendían productos típicos de la zona. Faustito nos compró la comida que íbamos a necesitar para todo el día.

La zona de la CARG está surcada de una amplia red de misteriosos caminos preincaicos (culuncos). Están formados por el caminar de los antepasados de la zona y la erosión generada por las lluvias. Están asociados al grupo étnico de los Yumbos, que también han dejado numerosos restos arqueológicos, como las tolas (pirámides truncadas formadas por tierra y otros materiales).

Poco a poco fuimos dejando el pueblo atrás, caminando por un ancho camino por donde pasa el ganado. Vimos muchas fincas a los lados del camino con vacas y caballos. Cuando llegamos al lugar más alto del camino, vimos montañas y un volcán cuyo nombre no recuerdo y que al parecer aún está activo. Faustito nos contó que allí había un pueblo y que era el único en el mundo que estaba sobre un volcán activo.

Luego llegamos al lugar donde la tradición manda que hay que bailar y cantar al ritmo de las palmas para tener buena suerte en el camino, y así hicimos. Unas dos horas después paramos a comer en unos campos donde había un caballo pastando. Faustito nos dio la comida que compró en la tienda: pan, queso casero, plátanos, mermelada, manzanas, chocolate, galletas, caramelos, etc. Comimos de todo, olvidándonos completamente de nuestra dieta postdiarreica, pero es que teníamos mucha hambre.

Después del almuerzo empezó el camino difícil. Empezamos a descender por senderos resbaladizos y llegamos a los culuncos, donde el terreno se hundía y caminabas entre paredes. Nos resbalamos muchas veces ya que había mucho barro, y a veces el camino iba junto a precipicios y era peligroso. Empezamos a atravesar el bosque y el llegamos hasta el río. Cerca de allí había una cascada y para llegar a ella había que caminar por el agua y nos mojamos hasta los muslos. Teníamos que ir con cuidado porque las rocas estaban resbaladizas y habá mucha corriente. La verdad que cuando vi la cascada no me emocioné mucho porque estaba congelada y muy cansada.

Cuando volvimos al lugar donde habíamos dejado nuestras cosas junto al río, comenzó a llover, y la lluvia nos acompañó el resto del camino, unas dos horas más hasta Maquipucuna. Se acabaron los culuncos y atravesamos unos pastos donde había una plantación de guayaba. Poco después llegamos a Maquipucuna, siguiendo el camino de arrieros. Eran las 4:15 de la tarde y Faustito estaba muy preocupado porque tenía que volver al río donde había quedado con sus amigos para acampar. Llovía mucho y no le apetecía nada volver, pero al final tuvo que hacerlo. Le pagamos 20$ por sus servicios, aunque en realidad eran 16$, pero no teníamos suelto. Me dijo que considerara su oferta de quedarme en Yunguilla una temporada a ayudar (me lo había dicho varias veces a lo largo del día). Decía que una bióloga como yo podía dar formación a los trabajadores del proyecto, y si me quedara unos meses, no me cobrarían nada. Le dije que lo pensaría, pero lo verdad es que sola no me animaba a quedarme allí, ya que Martin no tenía interés en quedarse.

Al día siguiente, nos levantamos temprano y decidimos caminar por el sendero del río antes del desayuno. Yo me sentía mal, sin fuerzas y con dolor de cabeza, así que ya empecé a mosquearme. En el desayuno comí bastante porque tenía hambre pero poco después empecé a tener diarrea. Me pasé toda la mañana tumbada en la cama o en la hamaca, y no fui a comer. Cada vez me encontraba peor, y una pareja que estaba allí de visita se ofreció a llevarme a Quito en su coche, ya que ellos iban para allá. Nos fuimos con ellos y nos dejaron en el hospital principal.

Allí me hicieron una prueba por si tenía alguna bacteria y no salió nada. De todas formas, me dijo que podían ser amebas y me dieron unas pastillas por si acaso para desparasitar. Después cogimos un taxi para ir a dormir a Secret Garden.

Al día siguiente me encontraba bastante mejor y ya no tenía más diarrea. Cuando regresamos a Santa Marianitas por la tarde, los niños nos recibieron con alegría y nos dijeron que nos habían echado de menos. Nos encontramos con la señorita Miriam que ya había regresado (había estado de baja mucho tiempo porque la habían operado) y también estaban contentos por su regreso.

Últimos días en Santa Marianitas y Maquipucuna (5-9/10/2004)

Estos fueron días estresantes porque había terminar de preparar la obra de teatro y no quedaba mucho tiempo antes de los dos eventos de la semana: el partido de fútbol del jueves y el teatro del viernes. La señorita Miriam me estuvo ayudando tanto con los ensayos como con los últimos preparativos, como disfraces y decorado.

El jueves fuimos a Chacapata, un pueblo que está pasando Orongo, para los encuentros de fútbol entre escuelas de los pueblos de la zona. Los niños no iban en un cómodo autobús, que va, sino en una camión, todos ahí metidos como ganado, y nosotros con ellos. Fue divertido viajar así, toda una experiencia. Los niños vestían sus uniformes de fútbol de color azul y blanco, como podéis ver en esta foto.

Después de un ceremonioso desfile con música de bandas y de entonar el himno nacional (eso nunca falta), comenzaron los partidos. Estuvieron jugando toda la mañana entre unos equipos y otros, y al final el nuestro ganó. Justo al terminar los partidos, comenzó una torrencial lluvia que nos acompañó todo el camino de vuelta. Como íbamos en el camión sin cubierta ni nada, llegamos empapados. Después de la cena nos quedamos preparando disfraces con la señorita Miriam y algunos niños hasta las 10 de la noche.

Al día siguiente, quedamos temprano enfrente de la escuela para el último ensayo antes de ir a Nanegal, donde se haría la representación. Aún estaba bastante flojo y yo estaba preocupada porque iban a actuar delante de mucha gente. Después vino el camión para llevarnos a todos a Nanegal. Allí intentamos hacer un nuevo ensayo antes de que empezaran las actuaciones pero los niños estaban revolucionados y no hubo manera. Fueron de los últimos en actuar y aunque salió bastante cutre, hasta les dieron un premio (aunque no creo que fuera el primero).

Ya de vuelta en Santa Marianitas, los niños nos invitaron a ir con ellos a bañarnos al río, en un sitio donde solían ir a menudo. Yo no me metí, pero Martin sí, y acabó con un montón de niños lanzándose encima de él; era muy divertido. Qué bien se lo pasaban allí los niños, esos eran privilegios que los niños de ciudad no tienen, y una vez más me daba cuenta, de que a pesar de su pobreza, en cierto modo tenían una vida más feliz.

Después de comer, fuimos caminando hasta la reserva de Maquipucuna para pasar allí la noche y parte del día siguiente. Llegamos temprano, así que pudimos hacer la ruta de la cascada, que además fue la primera que hicimos allí. A continuación fuimos a la torre de aves desde donde vimos un mágico atardecer. No pude evitar llorar porque sabía que al día siguiente me marchaba de aquel paraíso y no sabía si volvería alguna vez.

El sábado, después del desayuno, caminamos por los senderos de palmitos y humedal, y me fui despidiendo de mis queridas aves a las que había estado observado durante tantos días trabajo. Después de comer nos relajamos un rato en las hamacas mientras escuchábamos los sonidos de nuestro querido bosque.

Y ya llegó el momento de marcharnos, así que emprendimos el regreso a Santa Marianitas donde los niños nos esperaban con una fiesta de despedida. Estuvo lloviendo todo el camino, como no, la lluvia ya era parte del entorno y algo habitual. Mientras hacíamos el equipaje, un montón de niños invadieron la casa con la excusa de decorarla para la fiesta. Al final llegamos tarde a la cena en casa de la señora Aida, que al ser la última, nos había preparado algo delicioso. Luego estuvimos con los niños en la fiesta. Habían comprado toda clase de chucherías en la tienda del pueblo, así como diversos refrescos, y pusieron música para bailar (sobre todo reggaeton, que les encantaba). Fueron muy majos con nosotros y nos lo pasamos muy bien bailando con ellos. Uno de los niños hasta nos dio un regalo a Martin y a mi; si no lloramos fue de milagro. Así terminó nuestra experiencia en esta parte de Ecuador, pero aún nos quedaba aproximadamente un mes con más aventuras e historias que íbamos a vivir en otros lugares del país.

Para leer la segunda parte de la entrada, haz click en página 2.

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Perú 2004

Fui a Perú para realizar un voluntariado en la selva amazónica, en concreto en la reserva de Tambopata, situada en la provincia de Madre de Dios. El voluntariado duró casi tres meses y estuvimos en distintos lugares de la reserva, dos semanas en cada sitio, alojándonos en albergues de ecoturismo. Nuestro trabajo consistía en monitoreos de fauna salvaje para evaluar el impacto del ecoturismo en esta reserva. Tras el voluntariado, realicé un viaje de 3 semanas en solitario durante el cual hice algunas de las excursiones más típicas como el Camino Inca, el Lago Titicaca y el Cañón del Colca. Fue una país que me fascinó por su belleza aunque tuve que enfrentarme a algunas experiencias duras o no muy agradables, pero que en definitiva valoro por el aprendizaje que me aportaron.

Vuelo a Lima y llegada a Perú (10-12/05/2004)

Salí de Madrid en un vuelo de Easyjet con destino a Londres el 9 de mayo, ya que mi vuelo a Lima salía de allí. Os preguntaréis por qué no compré un vuelo que saliera de España, y la razón es sencilla: el precio. Parece mentira pero así es, me salía más barato volar a Londres y de ahí a Lima, que ir desde España. Antes de decidirme por esta opción estuve preguntando en varias agencias de viajes españolas, y ninguna me vendía un billete para seis meses a buen precio, y menos que la ida fuera a Perú y la vuelta desde Ecuador, que era lo que yo quería. Con la agencia inglesa STA Travel pude consguir un vuelo a buen precio que me permitiera volar a un país pero volver desde otro diferente. Incluso aunque tuviera que volar a Londres para coger este vuelo, me seguía saliendo rentable.

En Londres había quedado con una de las voluntarias inglesas en el aeropuerto; con ella había estado en contacto anteriormente para coger el mismo vuelo a Lima. De hecho fue gracias a ella que pude comprar mi vuelo con STA Travel, ya que sólo podían enviar los billetes de avión a una dirección inglesa. Ella se ofreció a recibir mis billetes y me los trajo aquel día al aeropuerto. Esta voluntaria se llamaba Emma y era de la Isla de Jersey (pequeña isla situada en el Canal de la Mancha). Con ella pasé la noche esperando a que saliera nuestro vuelo a Lima a la mañana siguiente. Esa noche cumplía un año más, ya que el día 10 de mayo es mi cumpleaños, y vaya manera de celebrarlo, marchándome a Perú, uno de mis países soñados. Apenas pude dormir en toda la noche, entre la incomodidad de los asientos y la emoción del viaje. Me esperaba una gran aventura que iba a durar meses, y para la que llevaba preparándome aproximadamente un año.

Mentalmente estuve recapitulando cómo comenzó esta aventura ya el año pasado, cuando todavía vivía en Irlanda. Como estaba frustrada por no poder encontrar un buen trabajo allí, decidí ponerme a buscar un proyecto en Sudamérica para hacer voluntariado. Al encontrar el Proyecto Fauna Forever en el que se estudiaría el impacto del ecoturismo en la fauna de la selva amazónica de Perú, pensé que tenía que participar en él como fuera. Al ver el precio (3300 euros) pensé que no podía ser, era demasiado caro. Después una amiga me habló del “fundraising”, algo que los anglosajones hacen mucho cuando se quieren ir de voluntarios o cuando simplemente quieren recaudar fondos para una  ONG. Me puse en marcha y organicé muchos eventos y actividades para conseguir el dinero. Fue duro trabajar y hacer todo aquello a la vez; hubo momentos en que pensé en abandonar, pero seguí adelante y finalmente conseguí todo el dinero. Me llevó unos cinco meses conseguirlo, pero había merecido la pena por todo lo que aprendí en el proceso, no sólo por el dinero. Ahora estaba a punto de embarcarme en mi vuelo a Perú y así iniciar la segunda parte de la aventura.

Al día siguiente temprano llegó la otra voluntaria inglesa que iba a viajar con nosotras, Rachel. Ella había llegado hacía pocos días de un proyecto con guepardos en África, y me preguntaba cómo tenía ganas de embarcarse tan rápido en otra aventura. Fuimos a facturar nuestro equipaje y después nos dirigimos a la zona de embarque. Lo gracioso es que nuestro vuelo hacía una escala de dos horas en Madrid, pero yo tuve que ir a Londres a coger el vuelo porque compré el billete en una agencia inglesa. Era un fastidio tener que pasar toda la noche en Londres para luego volver a Madrid a coger el vuelo, pero no quedaba otro remedio, así son las normas. Lo bueno es que a la vuelta, como pasaríamos primero por Madrid, podía bajarme allí sin tener que volver a Londres.

Por fin embarcamos en el vuelo definitivo, el que nos llevaría a Lima, capital de Perú. Era la primera vez que hacía un vuelo largo y la primera vez que cruzaba el charco, y en definitiva, la primera vez que pondría mis pies en suelo americano. Había soñado tanto con este momento que no podía creer que por fin estuviera sucediendo. Sin duda se trataba de un nuevo comienzo en mi vida viajera, y sabía que cuando volviera de este largo viaje ya no sería la misma, que muchas cosas iban a cambiar en mi.

Al llegar a Lima, nos encontramos con una ciudad envuelta en bruma y oscuridad. Eran las 6 de la tarde cuando llegamos y ya había oscurecido. Ya podía acostumbrarme a que en esta parte del mundo se hace de noche más o menos a esa hora todo el año, ya que apenas hay diferencia entre las distintas estaciones por estar tan cerca del Ecuador. Habíamos reservado una habitación para las tres en el albergue juvenil de la red YHA y contratamos el servicio de recogida en el aeropuerto que tenían por 10 $. Un señor muy simpático vino a buscarnos y no paró de contarnos cosas de Lima por el camino.

Lima es la capital de Perú y está situada en la costa central del país, a orillas del océano Pacífico. La población está en torno a los 7 millones de habitantes, siendo la ciudad más poblada del país. El clima de la ciudad es muy particular dada su situación, pues combina una ausencia de precipitaciones, con una altísima humedad atmosférica y una neblina persistente. De camino al albergue miraba por la ventanilla del coche lo poco que la niebla dejaba ver. A veces, cuando parábamos en un semáfaro, se acercaba alguien a vender cosas o a pedir. Algunos de aquellos sitios de las afueras de la ciudad tenían muy mala pinta, y la niebla daba la sensación de estar en un sueño. Yo sí que tenía mucho sueño, sólo pensaba en llegar al albergue y meterme en la cama.

Al día siguiente tuvimos que regresar al aeropuerto ya que teníamos que coger nuestro vuelo a Puerto Maldonado, la ciudad de la selva, lugar donde nos encontraríamos con la gente de la ONG para la que íbamos a trabajar. El vuelo hasta allí lo disfruté muchísimo por los maravillosos paisajes que pude contemplar. Tuvimos dos trayectos: el primero a Cuzco que nos ofreció espectaculares vistas de los Andes, y el segundo a Puerto Maldonado que nos mostró por primera vez la selva amazónica. Yo casi lloraba de la emoción al contemplar aquello con lo que había soñado durante tantos años. Desde pequeña quería ir a la Amazonía, era una obsesión y sabía que no descansaría hasta llevarlo a cabo, y ahora por fin estaba a punto de cumplirse.

Primera parte: Voluntariado en la selva amazónica (12/05-31/07/2004)

Lo primero que noté al bajarme del avión fue la gran humedad que había en el aire; no había duda de que la selva estaba cerca. La decoración del aeropuerto también nos lo recordaba: dibujos de diversas aves tropicales en las paredes y tejadillos de paja en los puntos de información. Allí nos esperaba el coordinador del equipo de aves, que era en el que yo iba a trabajar. Se llamaba Alexis, peruano de Lima y ornitólogo con amplio conocimiento de las aves de la selva amazónica. Nos esperaba con unos mototaxis o motocarros que nos llevarían a nuestro hotel.

Puerto Maldonado es una ciudad del sureste de Perú, de la provincia de Madre de Dios, a orillas del río que lleva el mismo nombre. Durante el camino al hotel todo me llamaba la atención: las casitas con techos de paja, las palmeras, las madres con los niños a la espalda, los puestos ambulantes, mototaxis y motos por todas partes,… El ambiente era sin duda tropical y tenía ese toque de luminosidad y color que es tan característico de esta parte del mundo.

En este mapa se puede ver donde está localizada la provincia de Madre de Dios en Perú, a la que pertenecen Puerto Maldonado y la Reserva de Tambopata. Como podéis ver, está en el sureste del país, dentro de la Amazonía que también se extiende en otros países como Brasil, Colombia, Bolivia y Ecuador. Lima queda en el oeste, más o menos a mitad de camino entre el norte y el sur.

En el hotel nos saludaron el director de la ONG, Chris, un biólogo escocés que vino a hacer un doctorado hace años a Perú y quedó tan enganchado con la selva que finalmente se quedó aquí. También estaban los otros dos coordinadores: Alan de Sudáfrica (coordinador del equipo de mamíferos) y Willy de Perú (coordinador del equipo de anfibios y reptiles). Karen, la secretaria y la que llevaba toda la logística de la ONG, nos llevó a nuestras habitaciones. Y conocimos al resto de nuestros compañeros voluntarios de los cuales había tres peruanos y el resto de otros países (Irlanda, Australia y Estados Unidos). Los peruanos no pagaban nada por participar en el proyecto; en cambio los demás pagábamos 3300 dólares, mucho dinero porque aparte de pagar nuestros gastos, también pagábamos los de los voluntarios peruanos.

El hotel de Puerto Maldonado era super paradisíaco. Tenía su piscina y sus palmeritas, y en el comedor al aire libre con techo de paja, nos habían puesto un montón de frutas tropicales para ir abriendo boca antes de comer. Una vez hubieron llegado todos los voluntarios, nos sirvieron la deliciosa comida, que ahora no recuerdo, pero seguramente fue arroz con verduras y pollo. En Perú ya me podía ir preparando a que el arroz estaría presente en cada comida, y es que ellos lo toman como el pan nosotros. Después de la comida tuvimos la presentación oficial del proyecto (Fauna Forever) y del equipo lo que nos llevó gran parte de la tarde. Para la cena nos llevaron a un restaurante de la ciudad y así tuvimos oportunidad de ver un poco más de la misma. Aquel día me enteré de que la cocina peruana es una de las más famosas y apreciadas del mundo, algo de lo que yo no tenía idea.

Al día siguiente tuvimos un «training» sobre el trabajo que llevaríamos a cabo durante el proyecto, cada equipo por separado. Los que estábamos en el equipo de aves estuvimos aprendiendo a montar las redes que utilizaríamos para atrapar a los pobres pajarillos y aprendimos también a extraer a los que desfortunados que cayeron allí. Alexis nos enseñó todo el proceso que teníamos que realizar cada vez que cayera un ave, con todas las mediciones y toma de datos correspondientes. Aquello iba a ser nuestro día a día durante casi tres meses en la selva.

También fuimos a dar una vuelta por Puerto Maldonado, una ciudad que no tiene nada de especial, ya que lo realmente importante y turístico es la selva que queda cerca. Quizás tan sólo merece la pena mencionar la Plaza de Armas, con su torre del reloj y sus palmeras alrededor. Nos llevaron al zoo del pueblo, donde había animales como monos de distintas especies, guacamayos, cóndores, tapires, jaguares, pumas y caimanes. Era muy pobre y estaba al cuidado de una familia que lo había convertido en su negocio y modo de subsistencia. Estuvimos también en un mercado muy grande donde aprovechamos para hacer las últimas compras antes de marcharnos a la selva. Durante seis semanas íbamos a estar desconectados de la civilización, así que ni tiendas, ni internet, ni teléfono, ni siquiera electricidad ni agua caliente. Luego regresaríamos a Puerto Maldonado para un descanso de tres días para luego continuar con la segunda parte y así completar los casi tres meses que duraba el voluntariado.

Por fin llegó el esperado día en que emprendíamos nuestro viaje a la selva, en concreto a la Reserva de Tambopata. Se trata de una reserva de selva amazónica, a 60 km de Puerto Maldonado, y está considerada como uno de los lugares del planeta con mayor biodiversidad. A continuación pongo un mapa donde podéis ver con detalle dónde está situada esta reserva.

Fuimos allí en un autobús todo terreno hasta la comunidad Infierno, a unos 45 km de Puerto Maldonado. Según nos íbamos acercando a la selva mi emoción crecía por momentos. Desde que viera la película de La Selva Esmeralda a los doce años no he parado de soñar con visitar la Amazonía, y ahora este sueño se iba a cumplir. El autobús nos dejó en un puerto junto a la comunidad Infierno y allí cogimos un bote hasta el primer albergue, con una parada previa en el centro de La Torre donde firmamos para recoger nuestros permisos científicos.

El primer albergue se llamaba Explorer’s Inn, lugar donde Chris, el director de la ONG, había hecho su tesis de doctorado, y donde ahora otros estaban haciendo lo que él hizo en su día. Muchos de estos estudiantes de doctorado trabajaban también como guías para los turistas que acudían allí. Tardamos unas dos horas en llegar allí.

El trayecto en el río fue aún más emocionante, ¡ya estaba en plena selva! Las aves tropicales emitían gran variedad de exóticos sonidos a nuestro alrededor y una extensión interminable de verde nos rodeaba. Al llegar al albergue nos esperaban con unos zumos tropicales para darnos la bienvenida y después nos llevaron a nuestras cabañas correspondientes. Todo estaba perfectamente acondicionado para que el turista tuviera una agradable y cómoda estancia en la selva.

Las habitaciones eran sencillas pero estaban bien equipadas. Nuestras camas tenían su mosquitera correspondiente, ya que había muchos mosquitos que podían transmitir enfermedades. El repelente era algo que tenía que llevar encima constantemente, además de llevar siempre cubierto el cuerpo para evitar picaduras. Aunque apenas me picó ningún mosquito, no me libré de alguna que otra garrapata, pero por suerte las de la selva no transmitían enfermedades. Otra cosa muy desagradable de la que no nos libramos ninguno fueron unos ácaros invisibles que vivían en la hierba y que se te metían en la piel provocando unos picores horribles. En la habitación sólo encontré cucarachas, pero teníamos que revisar nuestra ropa y botas cada mañana, y la cama cada noche, por si algún «visitante indeseable» se hubiera metido ahí.

Casi todos los albergues tenían su mascota que era algún animal de la selva. En el caso de Explorer’s Inn, se trataba de un guacamayo azul llamado Willy. En esta foto estamos con Willy aunque no conseguía se quedara mucho tiempo quieto.

En otro de los albergues, TRC, había unos guacamayos rojos que visitaban asiduamente el lugar en busca de comida. Habían sido criados por biólogos del Proyecto Guacamayo hacía años y ellos no tenían miedo de la gente, así que visitaban el albergue cuando les convenía en busca de comida. Eran un poco agresivos; en una ocasión quise darles unas galletas y se pusieron muy nerviosos subiéndose encima de mi y clavándome sus afiladas garras.

Aunque aquel lugar estaba muy bien acondicionado para que el turista estuviera cómodo, había algunas incomodidades que había que soportar como la ausencia de agua caliente y electricidad, además de la incomunicación con el mundo exterior, pues no había internet ni teléfono. Los albergues contaban con radios para comunicarse con el exterior en caso de emergencia o para conseguir provisiones. Nosotros podíamos recibir cartas o emails impresos que eran enviados a la oficina de la organización y que nos llegaban en un bote una o dos veces por semana.

Una cosa estaba clara, no éramos turistas; estábamos allí para trabajar, y bien duro. Cada equipo de trabajo tenía un horario y unas tareas específicas. Yo estaba con las dos chicas inglesas en el equipo de aves, encabezado por nuestro coordinador. Nos levantábamos de madrugada, entre las 4 y las 5 de la mañana (dependiendo de la zona donde nos tocara trabajar). La caminata hasta el sitio de trabajo duraba entre media hora y una hora, y como era noche cerrada, teníamos que ir con linternas. Nunca olvidaré la caminata del primer día, miedo y emoción se mezclaban dentro de mi según nos adentrábamos en la selva. Los sonidos de la selva eran increíbles y nosotros caminábamos en silencio, envueltos por aquel escenario sobrecogedor, la naturaleza en su máximo poder y yo sintiéndome desaperecer en aquella grandeza. Quizás el sonido que más impresionaba de todos era el de los monos aulladores; aquellos rugidos atronadores asustaban a cualquiera y no era para menos.

Todo lo que había sido mi vida hasta ahora parecía perder importancia; la selva era un mundo tan distinto al que yo conocía que sólo podía sentir un enorme respeto mientras la recorría. Era consciente de los peligros, nos habían contados todos y cada uno de ellos en las charlas que nos dieron los primeros días en Puerto Maldonado, pero tampoco quería obsesionarme ni tener miedo constante. Tan sólo había que estar alerta y pendiente de todo, no había tiempo para dormirse ni distraerse, sino más bien había que estar con los cinco sentidos puestos en todo momento.

Cuando llegábamos al sitio de trabajo abríamos las redes que habíamos montados el día anterior y esperábamos un tiempo a que cayeran los pobres pajarillos. Luego hacíamos rondas cada media hora para ir recogiendo los pajarillos que habían caído en las redes. Los llevábamos al lugar donde teníamos nuestras cosas, y allí les tomábamos diversas medidas, los pesábamos, identificábamos, etc. Así durante unas siete horas y después había que desmontar las redes, montarlas en otro sitio (donde volveríamos al día siguiente) y de vuelta al albergue. Era un trabajo duro, y además en condiciones de calor y humedad, con muchas horas de caminata por terreno difícil, pero con el paso de los días una empezaba a acostumbrarse.

Después de este albergue, estuvimos en cuatro más, en cada uno de ellos durante dos semanas también. Los otros albergues se llamaban: Sachavacayoc, Tambopata Research Center (TRC), Las Piedras y Reserva Amazónica. El trabajo era lo mismo, sólo cambiaba el lugar, así que no voy a entrar en detalles de lo que hicimos en cada sitio, si no me eternizaría.

En algunos de estos albergues llevaban a cabo proyectos de investigación como el que realizaban en TRC sobre guacamayos (Tambopata Macaw Project). Este proyecto empezó en 1990 bajo la dirección de Eduardo Nycander con la finalidad de aprender acerca de la ecologia básica de los grandes guacamayos para así ayudarlos en su conservación. Actualmente el proyecto lo dirige un americano que se llama Donald Brightsmith y muchos voluntarios de todo el mundo participan en él a cargo de algún biólogo peruano que está en destino. Se monitorean nidos entre abril y octubre para ver cuántos huevos y pichones hay en cada uno y así estudiar el éxito reproductor de los guacamayos. Yo participé en dos actividades de este proyecto: un censo con escuchas y avistamientos, y un transecto en uno de los senderos como parte de un estudio fenológico (relación entre factores climáticos y ciclos de seres vivos).

Algunos trayectos en bote para ir a algunos de los albergues fueron largos, especialmente el trayecto a Las Piedras que nos llevó día y media con una acampada nocturna incluida. Hubo momentos de peligro ya que el nivel del agua estaba bajo y había muchos troncos de hundidos que había que esquivar. Nunca olvidaré la noche de luna llena de aquella acampada y el rato que pasé en silencio sintiendo aquel lugar cuando todos se fueron a dormir. Fue sin duda uno de los momento más mágicos de mi estancia en la selva.


Y que decir de los muchos atardeceres de rojo espectacular que tuve la suerte de contemplar. O de las lluvias torrenciales que en alguna que otra ocasión nos impideron trabajar y que subían mucho el nivel del río. Recuerdo una en el último albergue, Reserva Amazónica, que realmente me hizo temer que acabara habiendo una inundación que se llevaría nuestras cabañas por delante. Vuelvo a repetir que en la selva sientes que la naturaleza es más poderosa que en ningún otro lugar y todo es desbordante y sobrecogedor.

En cada uno de los sitios donde estuvimos, teníamos dos días libres completos que aprovechábamos para ver algo interesante por allí cerca. También en alguna tarde libre pude hacer alguna excursión o dar un paseo. En Explorer’s Inn fuimos a visitar el precioso lago Cocococha, donde vimos algunas nutrias y tortugas. En Sachavacayoc además de visitar el lago que lleva el mismo nombre, fuimos en bote hasta unas cascadas junto al río Gato donde hay una comunidad que vive de la pesca y el cultivo. En TRC fuimos a la famosa colpa donde numerosos loros y guacamayos se alimentaban de arcilla cada día al amanecer. En Reserva Amazónica nos llevaron a la isla de los monos donde pudimos ver de cerca a muchos de ellos porque no tenían miedo de la gente.

En Reserva Amazónica también visitamos una comunidad nativa, Palma Real, aunque me resultó un poco decepcionante. La chica que nos guiaba era coordinadora del proyecto “Bosque de niños”. A mi me parecía que la gente allí vivía en condiciones de pobreza y yo me preguntaba si realmente estaban bien así. Algunos niños indígenas nos siguieron, aunque parecían un poco desconfiados. Se dejaron hacer esta foto enfrente de su escuela.

Como bióloga tengo que contar un poco de la flora y fauna del lugar, aunque no quiero extenderme demasiado ya que sé que muchos de mis lectores serán profanos en el tema y no quiero aburrirles. Entre la vegetación cabe mencionar diversas palmeras (Astrocaryum, Attalea, Iriartea, Scheelea,…), leguminosas (Hymenaea, Batesia o las famosas lianas), moráceas (Ficus, Brosimum, Clarisia,…), castaños, ceibas, etc.

Entre las aves, son muchas las que pudimos oir, ver y anillar durante nuestro estudio, ya que yo estaba en el equipo que las estudiaba. Una de las que más contribuye a la banda sonora de la selva es el guardabosques gritón (Lipaugus vociferans), llamada así por su característico chillido de lo más estruendoso, aunque luego es un discreto pajarillo de color gris. Más difícil era escuchar al carricero musical (Cyphorhinus aradus) que emitía un sonido aflautado que era una delicia para los oídos. Algunas preciosidades que tuvimos la suerte de contemplar fueron pájaros carpinteros como el picamaderos cuellirojo (Campephilus rubricollis), cacique de lomo amarillo (Cacicus cela), momoto yeruvá occidental (Baryphthengus martii), oropéndola crestada (Psarocolius decumanus), tucanes de diversas especies (Ramphastidae), chupacacao de vientre blanco (Ibycter americanus), martín pescador de collar (Megaceryle torquata), tinamús (el ondulado emite un sonito muy particular al atardecer), colibríes, loros y guacamayos, etc, entre otras muchas. A continuación algunas fotos de los pajarillos más llamativos que pudimos coger en las redes.

Red-headed manakin

Uno de los colibríes



Pero mi favorito de todos era este precioso atrapamoscas real amazónico, con su llamativa cresta roja ribeteada en negro que además se abría cuando estaba alerta y estresado (como cuando le cogíamos en las redes), lo cual nos permitió hacer estupendas fotos. Claro, que él no lo pasaría tan bien como nosotros, pobre. Recuerdo la primera vez que lo cogimos, fue como haber encontrado un tesoro. Luego lo capturamos unas cuantas veces más y aunque nos acostumbramos a ello, no dejaba nunca de ilusionarnos.

El día que fuimos al lago Sachavacayoc tuvimos la suerte de contemplar un ave muy peculiar llamada hoatzin (Opisthocomus hoazin). Se movían ruidasamente entre las ramas cerca del lago hasta que de repente dos de ellos nos sobrevolaron y los vimos perfectamente. Tienen capacidad limitada de volar y sus pollos tienen tiene dos garras en cada ala que le ayudan a agarrarse a las ramas a medida que trepan por los árboles. No tengo una foto de ellos pero aquí pongo un enlace donde podéis verlos: hoatzín

Tengo que decir que yo me aprendí los nombres de las aves en inglés, ya que la mayoría de las guías las han hecho ingleses o americanos, así como la mayoría de los estudios. Por ello he tenido que buscar las traducciones al español en internet, pero debo reconocer que muchos de estos nombres no me convencen demasiado y prefiero los ingleses.

Entre los mamíferos vimos ardillas, agutíes, coatíes, capibaras, pécaris (cerdos salvajes), tapires, armadillos, nutrias, … y por supuesto multitud de monos de diversas especies (aulladores, capuchinos, tamarindos, araña,…). Jaguares y pumas no vimos, eso es más difícil, pero la verdad es que casi mejor que no nos encontráramos con ninguno.

También pude ver muchas especies de serpientes que el equipo de reptiles y anfibios capturaba cada noche para sus estudios y que al día siguiente nos enseñaban. Otros reptiles que vimos fueron caimanes y tortugas. El equipo de reptiles y anfibios también capturó muchas ranas y sapos, algunos de los cuales pudimos ver.

Y como no toda clase de insectos y bichos varios, alguna que otra tarántula y hasta hormigas gigantes muy venenosas. Las hormigas cortadoras de hojas pululaban por muchos de los caminos de la selva llevando sus trocitos de hojas encima. Alguna que otra vez tuvimos la suerte de ver la preciosa y enorme mariposa morfo azul (Morpho menelaus).

Podría contar muchas más cosas de estos tres apasionantes meses en la selva y todas las aventuras que me acontecieron, pero tengo que ser breve por falta de tiempo. En verdad que fue una de las experiencias que más me han marcado en mi vida y que por supuesto nunca olvidaré. Termino este relato con una foto del grupo de voluntarios y coordinadores del proyecto.

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