Culturas ancestrales y su conexión con la tierra

La idea de este artículo surgió a raíz de un tour guiado que tuve que realizar en el Museo Nacional de Escocia como una de las partes en la que iba a ser evaluada en una asignatura del máster de Ecoturismo. Al principio no me hizo ninguna gracia tenerme que enfrentar a semejante evaluación, y además hacerlo en inglés complicaba las cosas. Sin embargo, el tema que elegí me apasionaba tanto, que terminé disfrutando con la tarea. La sección del museo elegida se llama «Living Lands» y trata sobre seis culturas ancestrales, los recursos naturales que utilizaban en su vida diaria y su conexión espiritual con los espíritus de la naturaleza. Yo me centré en tres culturas y en un animal importante para cada una de ellas, comentando también sobre sus creencias espirituales de las que estos animales formaban parte. El tour salió muy bien y aprobé con buena nota, pero lo más importante es que aprendí mucho sobre las culturas de las que tenía que hablar.

Estas culturas han vivido durante cientos de años en estrecho contacto con la naturaleza y han aprendido de ella para poder sobrevivir en ambientes que a veces eran duros y extremos. Estas culturas desarrollaron un profundo conocimiento sobre las plantas y animales que los rodeaban, y las utilizaron de forma sostenible en su vida diaria. Su espiritualidad tenía muy en cuenta estas plantas y animales, a los cuales trataban con respeto y agradecimiento. Esa conexión que ellos tenían con su entorno es algo que hemos perdido en las sociedades modernas y que algunos de nosotros echamos en falta. Creo que una de las razones por las que viajamos es para acercarnos un poco a las culturas que aún conservan parte de esa conexión, recuperando un poco de lo que hemos perdido.

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Cataratas del Niágara

Nuestro tren a Niagara salía a las 8 y llegaba a las 10:30, no íbamos muy lejos de Toronto. Ese tren también iba a New York y era americano, y la verdad que se notaba la diferencia con los canadienses.

En Niagara nos esperaban mis amigos americanos Sean y Carolyn. A ellos los conocí en Salamanca, ciudad en la que viví un año; les daba clases de español. Fue una alegría verlos después de dos años que no los veía. Dejamos el equipaje en su coche y nos fuimos andando hasta las cataratas.Por el camino vimos el pueblo, que me pareció bastante hortero, parecía una especie de parque de atracciones. Quizás era así porque esa zona estaba cerca de las cataratas y allí iban los turistas.

Caminamos hasta las cataratas, y ¡guao, qué pasada! Ver algo como lo que veis en esta foto no deja indiferente.

El nombre «Niágara» viene de una palabra iroquesa que significa «trueno de agua». Las Cataratas del Niágara (Niagara Falls) son un pequeño grupo de cascadas en el río Niágara en la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. Situadas a unos 236 metros sobre el nivel del mar, su caída es de aproximadamente 52 metros. Aunque no tienen una gran altura, son muy amplias y son las más voluminosas de América del Norte, ya que por ellas pasa toda el agua de los Grandes Lagos. Son un lugar de turismo compartido por las ciudades de Niagara Falls (Nueva York) y Niagara Falls (Ontario). Nosotros estábamos en el Niagara canadiense.

Compramos los tickets para the Maid of the Mist, el barco que nos llevaría hasta las cataratas para verlas de cerca. Nos dieron unas capas de agua para no mojarnos.

Nos acercamos bastante a las cataratas y el ruido era ensordecedor. Aquella mole de agua cayendo era impresionante.

Siempre supe que algún día vendría a verlas y por fin ese día había llegado. Lo único que a mi gusto le quita un poco de encanto es que estén en plena ciudad, me hubiera gustado más encontrármelas en medio de la naturaleza salvaje.

Desde allí vimos turistas en la parte americana visitando las cataratas. Llevaban unas capas de agua amarillas y en lugar de acercarse en barco, iban andando por unas pasarelas.

Después fuimos caminando para acercarnos a las cataratas desde arriba. Había un paseo junto a las cataratas y se podían hacer fotos en distintos puntos. Era algo impresionante ver la fuerza que tenía el agua; desde luego que no deja indiferente.

Llegó la hora de comer y fuimos a un merendero de un parque. Luego cogimos el coche para ir a Nueva York pero antes había que pasar por la temida frontera de Estados Unidos (Buffalo). Si quieres saber cómo fue nuestra experiencia de cruzar la frontera por tierra, te invito a que leas el siguiente capítulo de este gran viaje.

Viaje en Quebec

Toronto-Quebec (13/06/2008)

A las 9 de la mañana salía nuestro tren a Quebec. Fuimos a recoger nuestro Corridor Pass en la estación antes de que saliera el tren. Era un pase para viajar 10 días en tren en Ontario y Quebec. Nos dieron nuestros tres billetes con nuestros asientos asignados.

La provincia de Quebec es la más grande de Canadá y cuenta con una población de 8 millones de habitantes. Casi se podría decir que es una nación dentro de Canadá, ya que tiene otro idioma oficial (el francés) y costumbres distintas. La capital es la ciudad de Quebec pero la ciudad más poblada es Montreal. La ciudad de Quebec es la más antigua de Norteamérica y está declarada Patrimonio de la Humanidad.

Tuvimos que cambiar de tren en Montreal y como teníamos una hora para coger el tren a Quebec, decidimos ir con nuestras maletas a dar una vuelta para ver algo de Montreal. Lo que vimos fue muy poco pero mejor que nada. También era una ciudad con rascacielos como Toronto y con aspecto muy moderno. Aprovecho para decir que es la más grande de la provincia de Quebec y la segunda más grande del país.

Llegamos a las 9 de la noche a casa de Carol, la couchsurfer que nos alojaba en Quebec. Vivía en una zona residencial pobre llamada Limoilou, y para llegar allí tuvimos que coger un autobús desde la estación de tren. Carol era de origen salvadoreño aunque había nacido en Canadá. Era trilingüe, había vivido en varios países y viajado hasta en 40, con tan sólo 34 años. Nos llevó a cenar en Quebec con un amigo coreano llamado Eric, doce años más joven que ella.

Quebec city (14/06/2008)

Quebec es una de las ciudades más bonitas que he visto en mi vida. Es la ciudad más antigua de Norteamérica y no es la típica moderna con rascacielos, sino que es más de estilo europeo, con edificios bajos e históricos. Ese año era el 400 aniversario de la ciudad y había muchas celebraciones. El día más grande iba a ser el 24 de junio, día de St Jean, patrón de la ciudad, que marca el comienzo del verano. Por muy poco no íbamos a estar allí ese día. Vimos la ciudad de noche con Carol y nos encantó. Cuando la vi de día me gusto todavía más.

Antes de nada Carol nos llevó a un sitio especializado en desayunos que nos fascinó. Había toda clase de desayunos con crepes, tortillas, patatas, huevos, bacon, fruta, mermeladas, sirope, etc. No tuvimos hambre en todo el día con aquel superdesayuno.

Empezamos nuestra ruta por la calle St Jean, donde por la tarde habría conciertos por lo del aniversario. Era una calle muy animada con muchas tiendas y gente por todas partes, con razón es la calle comercial principal de la ciudad.

Nos fuimos adentrando en el casco histórico, pura elegancia.

Después fuimos al castillo de Frontenac, que en realidad es un hotel de lujo construido a finales del S. XIX.

De camino allí nos encontramos un exhibición de coches de lujo por la calle, y aprovechamos para verla un rato.

Y nos hicimos algunos fotos con personajes interesantes que nos encontramos por allí. Suponíamos que estaban allí por las inminentes y enormes celebraciones del aniversario de la ciudad. También vimos muchos guías vestidos de época que llevaban a los turistas por la ciudad. La verdad que este tipo de cosas siempre me han parecido muy atrayentes para el turismo ya que dan vida a la ciudad y parece como si volvieras a los viejos tiempo.

También fuimos a la famosa calle Casse-cou, que empieza con unas escaleras muy empinadas y está llena de tiendas y restaurantes muy chulos, de varios colores. Vimos algunos guías vestidos de época por la ciudad.

Nos encontramos una calle con muchas tiendas de artesanía de los indios norteamericanos. Nos encantó perdernos en ellas y hacernos fotos con las estatuas que había fuera.

Por esa zona había calles con muchísimo encanto.

También fuimos a una calle de pintores y vimos el famoso mural pintado en uno de los edificios del centro.

Y por último fuimos a la fortaleza y ciudadela donde había un parque.

A eso de las 7 de la tarde fuimos a la calle St Jean otra vez y había conciertos. Poco después quedamos con Carol que estaba con algunos amigos mejicanos y una chica de Barcelona, todos más jóvenes que ella. Fuimos a un pub que estaba genial a tomar algo y estuvimos charlando con sus amigos.
Reserva de indios de Wendake (15/6/2008)

Al día siguiente empezaba nuestra ruta en coche por la provincia de Quebec. Habíamos recogido el coche en el hotel Hilton, que era el sitio de AVIS más cercano para recoger el coche. Ahora sería mucho más cómodo viajar sin tener que cargar maletas de un lado a otro. Antes de coger la carretera para hacer la ruta, fuimos en dirección contraria porque me empeñé en visitar otro lugar que era la reserva de indios de Wendake, muy cerca de la ciudad de Quebec, y una de las reservas más ricas de Norteamérica.

Fuimos a ver el museo al aire libre que hay para turistas y la entrada costaba 11$, pero nosotras también pagamos para ver unas danzas que había al final, 16$ en total.

Fue un poco decepcionante. Nuestra guía era una chica pelirroja y pecosa que se consideraba india. La tribu eran los Hurones, y según nos explicó, quedó muy reducida, se fueron a vivir a la ciudad de Quebec y tuvieron que mezclarse con los blancos para sobrevivir; por eso había indios rubios con ojos azules. La visita fue interesante pero creo que demasiado cara para lo que vimos.

La danza no fue nada del otro mundo. Al final bailamos con ellos la danza de la amistad, junto con otros cuatro turistas que estaban allí. Mi primer contacto con la cultura de los nativos norteamericanos, a la cual yo admiro mucho y era uno de mis motivos de ir a Canadá, fue de lo más decepcionante.

Después condujimos por las calles de la zona residencial de la reserva, vivían en casas normales y corrientes y de no ser porque los carteles de las calles tenían un diseño tribal y hechos de madera, me habría parecido una zona residencial cualquiera.

Volvimos a Quebec y allí hicimos una visita al supermercado. Teníamos que llevar provisiones para nuestros próximos días de camping. La primera parada la hicimos poco después del supermercado, en el pueblecito Beaupreau, donde paramos a comer. Me llamo la atención el barquito dentro de una botella hecho de hierba que teníamos al lado.
Seguimos por la carretera, donde vimos muchos moteles, lo cual nos recordaba mucho a las películas americanas.

También había casitas de madera y el paisaje cada vez era más bonito.

Cuando por fin llegamos al camping del Parque Nacional de Grand Jardins, nos dimos cuenta de que estaba vacío, y al lado de la carretera. No queríamos estar solas así que fuimos al centro de visitantes a preguntar si nos podíamos cambiar; nos dijeron que había 5 campings en la zona y que podíamos cambiarnos. Nos recomendaron el de Arthabaska, donde había algunos campistas, y allí fuimos. Mereció la pena el cambio porque el camping estaba en un sitio mucho más bonito, junto a un lago.

Montamos nuestra tienda y fuimos a dar un paseo alrededor del lago. Volvimos al oscurecer y cenamos. Al tirar la basura nos pareció oír gruñidos de un animal. Allí vivían los osos negros y había carteles indicando no dejar comida en las tiendas. Para Marisa fue muy emocionante, ya que era la primera vez que hacía camping en su vida, y en Canadá, nada más y nada menos. Por la noche oí un animal merodeando en la basura, a saber si era un oso.

Grand Jardins N.P. – Saguenay N.P. (16/6/2008)

Había previsiones de lluvia para hoy pero de momento sólo estaba nublado. Fuimos a hacer la ruta de Sentier Boreal hasta Chateau Beaumont. Al principio parecía que no iba a ser gran cosa porque gran parte del bosque estaba quemado (hubo un incendio hace años) pero después empezó a aparecer el bosque original y era una preciosidad. Llegamos a un lago con una casita al lado, típica postal canadiense que nos quedamos contemplando un rato. Después pasamos un puente y llegamos al lago donde terminaba la ruta.

Volvimos al camping y recogimos todo. La niebla estaba bajando a gran velocidad y de un momento a otro ya no se veía nada. Queríamos hacer la una famosa ruta que subía a un monte (no recuerdo el nombre) desde cuya cima se veían unas vistas increíbles, pero no la pudimos hacer por la niebla. En su lugar hicimos la ruta de Sentier de Étang Molbaie, que salía desde un lago donde había otro camping y se metía entre el bosque hasta que llegamos a un sitio donde el camino estaba cortado y no se podía seguir. Entonces volvimos al principio y descubrimos otra ruta que es la de Sentiers de Pionniers que nos llevó hasta un puente que pasaba sobre un río precioso con rápidos. Nos gustó tanto que nos quedamos allí sentadas en el puente un buen rato.

Después volvimos a donde estaba el coche, comimos y nos marchamos de Grand Jardins contentas por todo lo que habíamos visto pero con pena de no haber subido al famoso monte para las vistas.

Tiramos carretera para adelante en dirección a nuestro próximo destino: el Parque Nacional de Saguenay. Pasamos al poco rato de dejar el parque de Grand Jardins el lago La Gallete. Estábamos en la Ruta 170 hacia Saguenay. Los paisajes que tuvimos en el camino eran espectaculares, sobre todo la vista del Lago Ha! Ha! Vimos que había un camping junto al lago y nos acercamos a verlo. Era una maravilla de lugar. El camping era bastante grande y lo componían caravanas que parecían estar allí afincadas permanentemente. Dimos un paseo hasta la orilla del lago y volvimos al coche.

El tiempo empezó a estropearse y entonces empezó a llover. La lluvia era intensa y no paró en toda la tarde. Paramos en un pueblo a tomar un chocolate caliente. Llegamos al camping que estaba prácticamente desierto a causa del mal tiempo y además el centro de visitantes estaba cerrado. Al final dormimos dentro del coche sentadas porque estaba demasiado mal como para montar la tienda.

Saguenay Fjord-Tadoussac (17/6/2008)

Nos levantamos con el cuerpo destrozado de haber dormido tan mal en el coche y comprobamos que el tiempo no había mejorado mucho. No llovía pero estaba nublado y había mucha niebla. Mientras desayunábamos se puso a llover a lo bestia y después fuimos al centro de interpretación del parque con la esperanza de que parara mientras estábamos allí. Me hizo gracia la gran colección de peluches de animales.
Tras esperar un rato, la lluvia paró y decidimos intentar hacer una ruta. Hicimos la de la Virgen de Notre-Dame, de 7 km, la cual era una de las más conocidas y bonitas, con espectaculares vistas del fiordo. Por desgracia la niebla no nos permitió tener las mejores vistas pero algo pudimos ver.

Llegamos hasta un refugio de montaña y desde allí ya quedaba poco para llegar a la estatua de la Virgen. Cuando nos quedaba poco para llegar, se puso a llover a mares. Llegamos hasta la estatua que medía 8 m de altura, y que según me enteré después, la mandó construir un señor muy rico que una vez se cayó a las aguas heladas del fiordo en invierno y pidió a la Virgen que lo salvara, y lo salvó.

Desde allí volvimos al refugio que pasamos antes para esperar a que parara la lluvia, pero para cuando llegamos ya estábamos empapadas. Había muchos hombres quebecois allí dentro, celebrando algo con mucha juerga, y cuando entramos, todos nos aclamaron y rieron a carcajadas. Al poco rato dejó de llover y el grupo grande se marchó y quedaron dos. Les pedimos que nos hicieran una foto y hablamos un rato con ellos.

Después volvimos al centro de interpretación y por suerte apenas llovió en el camino de vuelta y pude pararme a hacer algunas fotos del fiordo. Al rato volvió a llover fuerte y nos dimos cuenta de que no íbamos a poder hacer la actividad del kayak que teníamos reservada. Fuimos al pueblo de L’anse St Jean, de donde salía la excursión en kayak para cancelarla. Después tuvimos 120 km en coche hasta el ferry que salía de Baie St Catherine. Teníamos que cruzar el fiordo para ir a Tadoussac. El trayecto en ferry fue divertido, entramos en coche y luego nos bajamos para ver las vistas y hacer fotos.

Como el tiempo estaba lluvioso, decidimos no ir al camping que teníamos reservado ya que no lo habíamos pagado, y decidimos quedarnos en un albergue muy chulo que estaba en pleno centro de Tadoussac. Nos encantó desde el primer momento y había mucho ambiente de gente joven. Dejamos nuestras cosas en la habitación y nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo. Era precioso, con casas de colores por todas partes, algunas con brillantes tejados rojos. A eso de las 7:30 volvimos al albergue y después hicimos la cena en la cocina. Algunos de los que trabajaban en el albergue se acercaron a nosotras a hablarnos. Luego nos tomamos algo en el bar del albergue. Este albergue se llam L’Eau Berge De Jeunesse en Terre Nationale y ahí os pongo el enlace a la web por si lo queréis ver.

Tadoussac-Quebec (18/6/2008)

Nos levantamos temprano porque teníamos que estar en el sitio del tour de las ballenas a las 8:30. Nos dijeron que de momento sólo estábamos nosotros en el zodiac y que era peligroso ir sólo tres, pero podíamos esperar media hora más a ver si se apuntaba más gente y entonces podríamos salir (si no, iríamos en un barquito). La empresa con la que contratamos el tour se llamaba OTIS.

Cuando volvimos a las 9 nos dijeron que se habían apuntado dos más y que saldríamos en el zodiac (resulta que era una pareja de nuestro albergue). Nos dieron unos petos y unas chaquetas gruesas para no pasar frío (íbamos de rojo y amarillo). Nos metimos en el zodiac y cuando nuestro marinero (Tommy) arrancó nos asustó la velocidad; parecía que nos íbamos a caer porque no había donde agarrarse.

Empezamos a ver las primeras ballenas cuando nos alejamos lo suficiente de la costa. Vimos orcas y ballenas jorobadas lo primero. También vimos algunas focas. Nos movimos a otra zona y vimos bastantes belugas, que son ballenas blancas.

Después fuimos hacia el fiordo y vimos otras blancas y negras (no sé si orcas?). Vimos más zodiacs por allí y algunos haciendo kayak. Por suerte el tiempo no estuvo tan mal al final y no llovió nada.

Al bajarnos del zodiac nos hicimos estas fotos con nuestros las voluminosas chaquetas y monos que nos dieron para el trayecto. Como no, también nos hicimos una foto con nuestro marinero Tommy.

Dimos un último paseo por el pueblo y volvimos al albergue para hacernos el lunch y marcharnos a Quebec. Las casas eran tan bonitas que no pude resistirme a hacer numerosas fotos.

Había un hotel y una iglesia blancos con el tejado rojo de lo más vistoso.

En el viaje de vuelta, hicimos la ruta del río (Route du Fleuve) hasta el precioso pueblo de la cascada: Chute Port “Au-Persil”. Tengo muchas fotos de este lugar maravilloso.

Paramos a comer en el Cap O’aigle (Cabo del águila) donde había un precioso hotel de madera. Luego paramos en el pueblo de los pintores llamado Les Éboulements (desprendimientos). Allí vivían muchos artistas y las casas tenían al lado algún cuadro pintado o una paleta con pinceles dibujada. Dimos una vuelta para hacer fotos de las casas tan bonitas. También paramos en St Tite-des-caps.

Ya más cerca de Quebec pasamos por la catedral de Ste-Anne de Beaupre. Entramos a verla; era muy grande.

Nuestra última parada fue en las Cataratas de Montmorency. Justo antes de la catarata grande estaba una pequeña llamada “La Voile de Marieé”. Subimos todas las escaleras hasta el puente que pasaba por encima de la catarata más alta de Quebec.

Llegamos a Quebec a eso de las 10 de la noche, totalmente agotadas después de un día tan largo y completo. Estuvimos buscando el sitio donde teníamos que dejar el coche pero no lo encontramos por más que preguntamos por la calle. Al final fuimos a casa de Carol y ella tuvo que ir con Claire para enseñarla cómo llegar a este sitio. Marisa y yo tuvimos más suerte y nos quedamos en casa, así que nos pudimos duchar y preparar la cena. La verdad que la pobre Claire se metió una buena paliza a conducir en estos días ya que nosotras dos no conducíamos.

Al día siguiente nos levantamos muy temprano porque nuestro tren salía a las 7:30, con lo que poco pudimos dormir aquella noche. Menos mal que en el tren pudimos dormir. En Montreal cambiamos de tren pero esta vez no tuvimos tiempo de salir fuera. Llegamos a Toronto a las 16:30 y nos quedamos de nuevo en casa de Mary, la couchsurfer.

Toronto

12 de junio 2008

Regresar a Toronto después de tres semanas de tranquilidad en ese paraíso natural de Bruce Peninsula, sin apenas contacto con la civilización y con la única compañía de mis dos compañeros de trabajo, fue un contraste demasiado grande para mi. Y no es para menos teniendo en cuenta que Toronto es la ciudad más grande de Canadá, con 2.615.060 habitantes, y la quinta más grande de Norteamérica. Es también la capital de Ontario y el centro financiero del país.

Como es una ciudad muy importante a nivel financiero, tanto a nivel nacional como internacional, muchas empresas tienen allí sus oficinas y los grandes rascacielos abundan en la ciudad. Esta ciudad también es muy cultural y cosmopolita. Como dato curioso os puedo decir que 49% de los habitantes de la ciudad no ha nacido en Canadá. Efectivamente así es, cuando vas por la calle ves gente de todas las razas y culturas que puedas imaginarte. Al parecer es también una de las ciudades más seguras de Norteamérica, con una muy baja tasa de criminalidad, y está considerada como una de las mejores metrópolis del mundo para vivir.

A pesar de todas las cosas positivas de Toronto, yo no estaba muy contenta de regresar allí aquel día. Ya echaba de menos Bruce Peninsula, y en concreto Cabot Head, lugar donde me estaba quedando. Según el autobús iba adentrándose más y más en la ciudad, y veía todo aquel tráfico, rascacielos, gente,… me sentía más y más apenada de haber dejado atrás mi querido paraíso natural.

En la estación de autobuses me esperaba Sarah, mi nueva couchsurfer en Toronto, donde se en principio iba a estar dos noches. Al día siguiente iban a llegar dos amigas de España que también se quedarían en su casa. Sin embargo, las cosas cambiaron de rumbo como contaré más adelante, y fue para mejor.

Pero continúo con mi relato. Sarah me llevó hasta su casa en metro. Vivía en una zona residencial, lejos del centro, donde había muchos inmigrantes. Había una larga tirada andando desde el metro hasta la casa de Sarah, y ya me empecé a dar cuenta lo bien que estaba la casa de Mary, mi primer couchsurfer, en pleno Downtown (centro de Toronto). Hacía un día cálido de pleno verano, a pesar de que oficialmente aún estábamos en primavera, y el barrio estaba muy animado. Me fijé que había muchas banderas de Portugal colgadas en las casas y se lo dije a Sarah. Me contó que en aquel barrio vivían muchos portugueses y hoy celebraban la victoria de su país en el fútbol. Por entonces se estaba celebrando la Eurocopa, si recordáis, donde España fue la ganadora absoluta como un mes después.

La casa de Sarah me gustó mucho, en realidad más que la de Mary porque era una casa con jardín, no un apartamento. Tenía su pequeño huerto en el jardín y me lo enseñó con orgullo. Sarah era vegetariana y le gustaba cuidarse. Yo le dije que tener mi huerto era uno de mis sueños, pero que aún tenía que conseguir asentarme en algún sitio, cosa un poco difícil en mi (bueno, algún día lo conseguiré, espero, je, je).

Al entrar a la casa me di cuenta de que era muy pequeña, perfecta para una pareja pero no para más. De hecho Sarah vivía allí con su novio y ellos tenían su habitación, la única en toda la casa. El resto de la casa era una única estancia, tipo estudio. Fui con Sarah al supermercado y cocinamos juntas. Nos hicimos unas tortillas mejicanas con un relleno estupendo de verduras, algo que pude comprobar más adelante que a los canadienses gusta mucho, quizás porque suelen viajar a a México y tienen muchos inmigrantes mexicanos también.

Cuando llegó el momento de irse a dormir, Sarah pensó que era mejor que me quedara en su habitación porque su novio vendría tarde de trabajar y me podía molestar si dormía en el salón. En realidad fue peor porque al día siguiente quería levantarme temprano para ver sitios en Toronto y ellos estuvieron durmiendo hasta tarde. Para ir a la cocina tenía que pasar por encima de ellos y además no quería molestarles mientras prepara mi desayuno. Se levantaron a las 10:30 y por fin pude desayunar.

Me fui caminando hasta Hyde Park, un famoso parque de Toronto (como siempre mi prioridad cuando visito una ciudad es conocer sus parques). Por el camino (que fue bastante largo) no paraba de pensar en que quedarnos en la casa de Sarah dos noches más sería incómodo y a mis amigas nos le iba a gustar. Decidí llamar a Mary al llegar al parque para preguntarle si podíamos quedarnos en su apartamento dos noches. No esperaba mucho ya que le estaba avisando sin nada de tiempo de antelación, y quizás le molestase aquello. Me dijo que estaba acatarrada y no se encontraba muy bien, pero accedió a alojarnos. Lo único que me advirtió es que no estaría mucho tiempo con nosotras porque estaba cansada y necesitaba recuperarse.

Me sentí aliviada y más tranquila, así que pude disfrutar más del parque sin preocupaciones. Por la noche me tocaría llevar todo mi equipaje otra vez en el metro, lo cual no era tarea fácil, pero ahora no iba a pensar en ello. En Downtown estaríamos mejor para visitar lo más turístico de la ciudad. Lo único que sí me pillaba más cerca de casa de Sarah era este precioso parque y lo estaba visitando ahora.

Hyde Park es una mezcla de parque recreativo y natural, con jardines, estanques, instalaciones deportivas y culturales, zonas de juego para niños y hasta un zoo. Cuenta con 161 ha y fue fundado en 1876. Por supuesto que no pude verlo todo, pero caminé bastante y lo disfruté mucho. Era un día de sol y daba gusto estar allí.

Había sitios preciosos, como podéis ver en estas fotos: estanques, riachuelos con cascadas, bosques, jardines con flores, etc.
Los gansos canadienses no podían faltar. Están muy adaptados a vivir en las ciudades y los podéis encontrar en cualquier parque.

Y como no las ardillas también estaban por todas partes. La pequeña de las rayitas en la espalda es muy típica en Canadá. En inglés se llaman «chipmunk» (ardillas rayadas o tamias) y son muy confiadas, siempre intentado conseguir comida de la gente. En Cabot Head teníamos una que se colaba en la casa en cuanto había una rendija abierta, muy lista ella.

Me sorprendió encontrarme esta ardilla negra, era la primera vez que veía una ardilla de este color.
Seguí caminando hasta el Lago Ontario, donde paseé junto a la orilla. Me parece que una de las maravillas de esta ciudad es tener este enorme lago. El día era inmejorable, soleado y cálido, y mucha gente aprovechaba para pasear o montar en bici junto al lago.
Después quedé con Sarah en la zona de Lansdowne, una zona con mucha inmigración. Sarah me había comentado que era muy curioso para visitar porque estaba lleno de negocios de todas las partes del mundo. Se veía gente de todas partes, sobre todo muchos latinos.

Con Sarah visité un «farmers’ market», mercado local de productos ecológicos, cerca de un parque. Había mucha gente hippy, en plan alternativo allí, muchos con sus niños; parecía un lugar de reunión más que un mercado.

Cuando nos marchamos de allí le conté a Sarah que había decidido irme a casa de otra couchsurfer con la que había estado antes. Le dije las razones y ella lo comprendió. Fuimos a por mi equipaje y me acompañó hasta el metro. Después de un complicado trayecto hasta la estación de Union St., con escaleras y obstáculos varios, conseguí llegar. Aún recordaba el camino hasta el apartamento de Mary y pude caminar hasta allí. Como os podéis imaginar, un equipaje para seis meses no era cosa poca; llevaba una maleta de ruedas y una mochila mediana a la espalda.

El problema fue que mis amigas no recibieron mi sms sobre el cambio de casa (estaban volando cuando se lo envié). Se presentaron en la estación de metro que estaba cerca de casa de Sarah. Cuando por fin pude hablar con ellas les dije que había cambio de planes y que tenían que coger el metro hasta Union St. Vaya lío!

Fui a buscarlas a la estación y allí me encontré con mis queridas amigas, Marisa (de Salamanca pero afincada en Madrid desde hace años) y Claire (francesa por entonces viviendo en Madrid). Ellas son más urbanitas que yo y me dijeron que esta zona les gustaba mucho más que la otra. Estaban emocionadas con tantos rascacielos y edificios altos, y cuando llegaron al apartamento de Mary quedaron encantadas con las vistas.

19 de junio 2008

Al día siguiente de llegar mis amigas a Toronto nos fuimos a la provincia de Quebec donde alquilamos un coche para recorrerla durante unos días. De este viaje en Quebec hablo en la siguiente entrada. Cuando regresamos de Quebec, teníamos solamente una tarde para ver Toronto antes de continuar hacia nuestro siguiente destino.

Mary, que ya estaba totalmente recuperada de su catarro, se ofreció a llevarnos por Downtown para ver lo más importante de la ciudad. Caminando por las calles de Toronto, pudimos verque a menudo lo antiguo se mezcla con lo moderno.

La torre del Ayuntamiento junto a este rascacielos me pareció un contraste total, de lo más curioso.
Y llegamos hasta el ayuntamiento por las bulliciosas calles del centro.
El antiguo edificio del Ayuntamiento de Toronto (Old City Hall) está entre Bay Street y Queen Street. Fue inaugurado en 1899 y se consideró la idea de demoler el edificio para construir rascacielos cuando se construyó el nuevo ayuntamiento en 1965, pero afortunadamente muchos habitantes de la ciudad se opusieron. Actualmente este edificio es la sede de las cortes judiciales municipales de Toronto.
El actual ayuntamiento (Toronto City Hall) es un rascacielos situado en el centro financiero de la ciudad, próximo a la Nathan Phillips Square. Al parecer, para construirlo, se hizo un concurso de arquitectura para elegir el mejor diseño y ganó el arquitecto finlandés Viljo Revell entre 520 proyectos de 42 países distintos. Supongo que a quien le guste la arquitectura moderna este edificio le encantará, pero yo prefiero el antiguo. Frente al ayuntamiento había un parque con una carpa del Festival de Jazz que estaba teniendo lugar entonces.
Estando allí también vimos la Torre CN (Torre Nacional de Canadá), la cuarta más alta del mundo, con una altura de 553,33 metros. Es considerada como una de las Siete Maravillas del Mundo moderno por parte de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles. Se construyó en 1973 por la compañía Canadian National Railway para resolver los problemas de comunicación causados por la construcción de rascacielos cada vez más altos en el centro de la ciudad. Estas dos fotos están hechas desde distintos sitios de la ciudad.


Otro famoso edificio que nos enseñó Mary es Toronto Eaton Centre, un enorme centro comercial con 330 tiendas. Este centro comercial es un importante punto turístico que atrae alrededor de un millón de turistas a la semana. Entramos dentro para verlo.
También caminamos en Yonge Street, famosa por estar en el Libro Guiness de los Récords como la calle más larga del mundo, con 1.896 km, y es un sitio histórico nacional. La línea Yonge del metro de Toronto circula debajo de esta calle, la primera línea de metro del país. Es una calle con muchas atracciones como teatros, cines, oficinas, tiendas, etc.

Por último, Mary nos llevó a uno de sus restaurantes favoritos, Richtree, un restaurante-mercado, donde puedes seleccionar la comida que quieres comer de los distintos puestos que hay y luego te la cocinan. Había tanto para elegir que estábamos abrumadas, ¡queríamos probarlo todo! Los postres eran impresionantes pero estábamos tan llenas que no pudimos pedir ninguno. De verdad que os lo recomiendo si tenéis oportunidad.

Después de cenar Mary volvió a casa pero nosotras nos quedamos un rato más dando una vuelta por el centro. Cierto que tuvimos poco tiempo para ver la ciudad pero no nos podíamos quejar, pues vimos lo más importante. Es lo bueno que tiene ver sitios con un couchsurfer, que él te lleva rápidamente a lo más importante y no pierdes tiempo buscándolo.

Voluntariado en Bruce Peninsula (Ontario)

21 de mayo 2008

Salí de casa a las 3 de la mañana, con lo cual apenas dormí aquella noche. Mi vuelo era con Air Canada pero operado con Lufthansa y salía de Madrid a las 6:20 de la mañana. Mis padres me acompañaron y me despedí de ellos dejándolos un poco acongojados. No era para menos, veían a su hija marcharse a tierras lejanas, sola y sin conocer a nadie en el destino, y para nada más y nada menos que seis largos meses. Bueno, había contactado con algunos couchsurfers y en Toronto me esperaba una de ellas, pero no los conocía en persona.

Cuando pasé el control de seguridad y me dirigí a la puerta de embarque de mi vuelo, sentía que empezaba la gran aventura que había estado planeando durante tanto tiempo. Atrás quedaban las dudas, los miedos, las indecisiones y la lucha que tuve con mis padres que no aceptaban demasiado mi partida; ahora llegaba el momento de vivir esta historia sobre la que tanto había imaginado. Estaba nerviosa, no era para menos, hace falta valor para emprender una aventura así yo sola (no creáis que por viajar sola no tengo miedo de hacerlo) pero también estaba emocionada y contenta. Por fin nos subimos al avión que nos llevó a Frankfurt, lugar donde tenía una escala de unas cuantas horas antes de coger el vuelo a Toronto.

En Frankfurt tuve mucho tiempo para pasear, leer, comer algo y estudiarme el manual de instrucciones de la cámara réflex digital que me había comprado recientemente. Pensé que no podía irme a Canadá sin una buena cámara, pues sus espectaculares paisajes lo merecen, así que la compré tan sólo tres semanas antes del viaje. Por fin embarcamos en el vuelo a Toronto; nunca olvidaré la emoción que sentía mientras esperaba en la cola sabiendo que aquel gran sueño estaba a punto de hacerse realidad. El vuelo se me hizo largo pero no me aburrí; hubo tiempo de comer, ver pelis, leer y dormir. Este era mi segundo vuelo de larga distancia, y de nuevo al continente americano (el primero fue a Perú). Cuando anunciaron la llegada a Toronto me asomé por la ventanilla tratando de vislumbrar la gran ciudad que nos esperaba.

Al bajar del avión tuve que pasar por inmigración donde había una tremenda cola. No sé cuánto tiempo estuve esperando allí, pero seguro que fue más de una hora. Ya empezaba a impacientarme porque mi equipaje estaría saliendo por la cinta y yo no estaba ahí para recogerlo. Cuando por fin me atendieron, el policía me hizo numerosas preguntas sobre mi estancia en Canadá. Supongo que sospecharía porque iba para un tiempo largo, así que traté de salir del paso diciendo que iba a visitar amigos, viajar y tal vez a hacer un curso de inglés. No quise mencionar nada del voluntariado en caso de que me exigieran un visado de trabajo (algo que no me quedaba del todo claro si lo necesitaba). El tipo me preguntó incluso con cuánto dinero contaba en mi cuenta bancaria y ya pensaba que me pediría un extracto bancario, aunque al final no lo hizo. A pesar de mis nervios, conseguí salir del paso, y después de poner el sello correspondiente en el pasaporte, me dieron la bienvenida a Canadá.

Cuando llegué a la cinta del equipaje, allí estaba mi maleta, tirada en el suelo, entre unas pocas más que aún no habían sido recogidas. Vaya peligro, ¡cualquiera podía haberse llevado mi maleta!, pero no hay por qué preocuparse, en Canadá todo es muy seguro. De ahí me fui a preguntar por el autobús que me llevara a Toronto Downtown, el centro, el llamado «Express Bus». Elegí este cómodo pero caro medio de transporte como alternativa al transporte público, más barato pero complicado si una va con tanto equipaje.

Después de averiguar de dónde salía este autobús, me subí a él, rumbo al centro de la gran ciudad de Toronto. Era una tarde oscura y lluviosa, y por la ventanilla miraba todo sin perder detalle. Me alegré de ver los carteles escritos en inglés, y algunos en francés también; llegó el momento de cambiar el chip. ¡Ya estoy en Canadá! Por fin estoy aquí, casi no podía creerlo, qué emoción.

Tras un atasco en la entrada de la ciudad, el autobús empezó a avanzar y lo primero que llamó mi atención fue el enorme lago Ontario y junto a él un gran parque.
Luego empecé a ver los primeros rascacielos, ya nos acercábamos al centro. Me bajé en la parada de Royal York Hotel donde había quedado con Mary, la couchsurfer que me iba a alojar aquella noche. Le envié un mensaje a su móvil y al poco tiempo apareció. Me llevó a su apartamento, en una zona moderna cerca de Union Street. Mary era inglesa pero llevaba 28 años en Canadá (ahora tenía 51 años), y era profesora en una escuela.
Al entrar en el apartamento nos encontramos con otra couchsurfer que se estaba quedando unos días en casa de Mary. Se llamaba Andrea y era una alemana de cincuenta y tantos años, muy abierta y habladora. Al día siguiente se iba a Vancouver en tren donde iba a vivir durante tres meses. Fuimos a un restaurante cercano a cenar con una amiga de Mary que era argentina. Allí ya empecé a notar los efectos del jet-lag y me caía de sueño. Tuve que hacer esfuerzos para mantenerme despierta durante la cena pero al llegar a casa caí dormida como un tronco.

22 de mayo – 12 de junio 2008

Al día siguiente salí de la casa de Mary a las 7 de la mañana para ir a la estación de autobuses de Bay donde cogería mi autobús a Owen Sound, ciudad de Bruce Peninsula. Tuve que coger un autobús urbano hasta allí y llegué con tiempo de sobra para comprar mi billete.

El viaje a Owen Sound fue emocionante: primero los parques de Toronto con multitud de ardillas, luego las zonas residenciales con sus casitas, los autobuses amarillos de los colegios, las banderitas de Canadá por todas partes, las casitas de madera, los bosques y praderas,… Estaba descubriendo la provincia de Ontario por primera vez.

Llegué a Owen Sound a las 12:30 y no me quedó más remedio que esperar a Stéphane, el biólogo de la estación ornitológica durante hora y media. No pudo venir antes porque sólo había otra voluntaria allí y tenía que quedarse hasta que acabara la jornada de trabajo. Aproveché para dar un paseo por el pueblo pero no tenía nada de especial. Cuando llegó Stéphane, me llevó a una cafetería para invitarme a un café y allí charlamos un rato para conocernos. Él era francés pero llevaba unos seis años viviendo en Canadá, y unos cuatro años trabajando en esta estación ornitológica (trabajo estacional de primavera a otoño).

Después tuvimos hora y media de coche hasta Cabot Head, donde se encontraba la estación.
Al entrar en la que sería mi casa en las próximas 3 semanas me quedé impresionada. Era una preciosa casa de madera muy espaciosa frente a un lago. En realidad estábamos en Georgian Bay y el lago era uno de los grandes lagos, el Huron. El lago también estaba por detrás de la casa, así que estábamos rodeados de lago. La parte posterior parecía más un mar ya que no se veían los límites.

En la casa conocí a Sophie, la que sería mi compañera de voluntariado y habitación en las próximas tres semanas. Era una estudiante de biología canadiense de tan sólo 19 años, y que no paró de sorprenderme en los días que siguieron.

Había también una «ecolodge», una casa que se alquilaba a turistas y que servía para generar fondos para la organización que gestionaba esta estación ornitológica: Bruce Peninsula Bird Observatory. En esta página web podéis leer información sobre el programa de voluntariado. Podéis ir como voluntarios desde una semana hasta tres meses o más, entre primavera y otoño (en verano la cosa está más «quiet» pero en primavera y otoño podéis ver bastantes aves por la migración).
Al día siguiente comencé a trabajar y me costó un poco coger el ritmo. Había que madrugar mucho (nos levantábamos sobre las 5 de la mañana) para abrir las redes donde atrapábamos las aves justo al amanecer. Después se hacían rondas cada media hora para comprobar si habían caído aves en las redes. Extraímos las aves de las redes y las llevábamos a la caseta donde eran anilladas, pesadas, medidas, sexadas e identificadas.

Los pajarillos esperan pacientemente su turno en el interior de las bolsas

Nosotras no teníamos permiso para manipularlas y tomar mediciones ya que no teníamos certificado de anillador (a diferencia de Perú que si pude hacerlo), con lo cual entregábamos las aves a Stéphane y él lo hacía. Nosotras tomábamos los datos y a veces aprovechaba para hacer alguna foto, como las que hice a estas aves.


Debo decir que a mi me daba un poco miedillo andar por ahí sola cuando iba a recoger las aves caídas en las redes, ya que los osos negros rondaban por la zona y siempre estaba ese miedo de que aparecieran. Pero yo era la única que les tenía miedo porque mis compañeros no les temían en absoluto. A veces se iban solos a dar una vuelta por las tardes pero yo sólo salía si era con ellos. Sophie me contó que cuando llegó a la estación vino en bici desde Owen Sound y tuvo que acampar por el camino. Dice que en una ocasión se acercó un oso a su tienda pero ella le espantó con ruido. Ella no entendía por qué yo tenía miedo de ellos. Claro que me contó que se había críado en el campo y desde los doce años dormía en una tienda de campaña en el terreno donde sus padres tenían la casa. Esta chica iba descalza por ahí y trepaba por los árboles con una facilidad pasmosa, toda una mujer salvaje bien adaptada al medio.
El primer fin de semana vino un grupo de señoras voluntarias que ayudaban ocasionalmente. Nos hicimos esta foto de grupo, el día que más voluntarios nos juntamos.
La primera excursión que realicé fue con Sophie una tarde y llegamos a otras zonas del lago.
Había muchas zonas encharcadas, y prados con florecillas amarillas llamadas «Lakeside Daisies» (únicas de los Grandes Lagos).
Pero la primera excursión en condiciones fue la que hicimos cuando Jackie, una amiga de Stéphane, vino de visita unos días. Subimos al «bluff», una especie de peñasco o risco desde el que se divisaban vistas impresionantes del lago y el bosque.

Desde ahí se veía nuestra casita, diminuta entre aquella grandeza salvaje, rodeada de agua y bosque. Me sentía afortudada de estar allí, en realidad privilegiada. Cada día me gustaba más Bruce Península, y en concreto este trocito llamado Cabot Head.

Otro día Stéphane nos llevó al Parque Nacional de Bruce Peninsula, el primer parque nacional que visitaba en Canadá. Tuvimos que ir en coche hasta allí, tardando algo más de media hora. Justo antes de llegar al parking donde íbamos a dejar el coche, vimos un oso negro a un lado del camino. Era emocionante, mi primer oso negro, pero estaba contenta de estar dentro del coche.

Caminamos durante 4 horas por el famoso Sendero Bruce, que comenzaba en Niagara y terminaba en el pueblo de Tobermory, cerca de donde estábamos. Yo conocía sobre este sendero porque en un programa de Radio 3 de música New age pusieron un disco que se llamaba el Sendero Bruce, que unos canadienses habían hecho mezclando música instrumental con sonidos de la naturaleza grabados aquí. Un día tuve la suerte de que pusieron el disco entero en el programa y lo grabé en una cinta de casette. Me encantaba aquel disco y estar allí era como un sueño hecho realidad. La felicidad sería mayor si pudiera hacer el camino completo, como hicieron estos músicos, pero bueno, tampoco me podía quejar con el estupendo regalo recibido hoy.

El camino pasaba por esta presa de castores, unos auténticos ingenieros de la naturaleza, capaces de transformar el paisaje de esta manera.
Por el camino vimos muchas señales de osos (huellas, excrementos, árboles donde habían arañado, etc). Ya pensaba que aparecería uno de un momento a otro pero no llegó a aparecer (y casi mejor por otro lado). Había carteles que advertían a los turistas sobre la presencia de los osos y qué hacer en caso de un encuentro. También pasamos por una zona de acampada donde los carteles informaban donde colocar la comida (dentro de la tienda no, por supuesto, sino colgada de un árbol).

También vimos estas preciosas orquídeas con forma de zueco, muy típicas de esta zona de Canadá.
Nuestra ruta terminó en la bahía y allí estaban los preciosos colimbos, el ave nacional de Canadá, emitiendo su ondulante sonido característico. Nos sentamos en silencio a ver el atardecer, un momento mágico que nunca podré olvidar.

En los alrededores de nuestra casa teníamos comederos para colibríes, lo cual estaba genial para poder verlos. Un día uno se chocó contra la ventana porque no vio el cristal y el pobre quedó aturdido en el suelo sin poder moverse. Stéphane le cuidó con mucho mimo, dándole el agua con azúcar del comedero para que se recuperase.
También teníamos nuestra familia de gansos, que no se apartaban de la casa (probablemente para protegerse de los depredadores). Me encantaba observarlos, qué protectores y cuidadosos eran los padres con sus crías. Cuidado no te acercaras demasiado que te podían atacar, pero creo que sólo nos alertaban; en realidad nos consideraban sus protectores.
Los amaneceres y atardeceres en la bahía que teníamos detrás de casa eran espectaculares, con un cielo rojo que contrastaba con el azul del agua.

Cuando quedaban dos días para marcharme de este paraíso, Stéphane nos obsequió con una excursión espectacular. Nos dijo que nos llevaría a un lugar donde casi no habían estado seres humanos. Que él supiese, sólo él y la persona que se lo enseñó conocían este lugar. Eso sí, llegar hasta allí no fue tarea fácil. Teníamos que seguir la bahía en todo momento, no había camino propiamente dicho. A veces había playa pero otras había acantilados donde no había más remedio que saltar de roca en roca, lo cual acojonaba bastante, pero daba aventura al asunto.
Después de dos horas de caminata llegamos a este increíble bosque, prácticamente intacto, donde podías sentirte como un explorador que se adentraba en tierras extrañas por primera vez. Seguimos el arroyo para adentrarnos en aquel bosque de ensueño, y luego nos dispersamos para sentir en silencio la magia que lo impregnaba.

El último día fuimos a visitar el centro de interpretación del Parque Nacional de Bruce Peninsula. Este parque ocupa 156 km2 y es una de las zonas más protegidas más grandes del sur de Ontario, siendo el núcleo de la Reserva de la Biosfera de Niagara Escarpment. Además está junto al Parque Nacional Marino de Fathom Five, también muy interesante para visitar.

Allí vimos un video sobre el parque y pude comprobar que me quedaban muchos sitios por ver de este magnífico enclave natural. Sólo podía pensar: «tengo que volver», «quiero ver más». Dimos una vuelta por la exposición que tenían sobre la fauna del parque.

Salimos fuera y vimos que tenían esta serpiente de cascabel en una urna de cristal. Esta serpiente vive en libertad en la zona y de hecho era uno de los peligros de los que se advertía a los voluntarios (además de los osos). Nunca vi una en libertad, afortunadamente.
Aprovechamos para visitar el famoso pueblo de Tobermory, donde estaba el centro de interpretación. Se trata de una pequeña localidad de Bruce Peninsula, muy famosa por ser la capital mundial del submarinismo de agua dulce (por restos de barcos sumergidos). Este pueblo junto al lago, está lleno de barquitos y casitas de encanto.

Antes de regresar a la casa, pasamos por el Faro de Cabot Head, un precioso edificio que podéis ver en esta foto.
Como despedida, me senté después de cenar frente al lago para ver a mis queridos castores. Una familia de castores vivía en el barco de madera abandonado del lago y cada tarde les veía pasar llevando ramas o jugando. En la foto no se ve muy bien pero hay un cástor nadando frente al barco.
Al día siguiente me fui de allí temprano. Stéphane me llevó hasta un lugar cercano donde estaba Jessica, una bióloga que trabaja con alcaudones (una especie de ave). Ella tenía que ir a Owen Sound aquella mañana y me podía dejar allí para coger el autobús a Toronto. De verdad que me fui con mucha pena porque yo me quedaba con ganas de más. En la foto me podéis ver con un «blue jay» (arrendajo azul), una de las aves que más capturamos en aquellos días de trabajo. Nunca olvidaré este paraíso canadiense, un lugar que aunque no sea de lo más turístico y conocido del país, merece muchísimo la pena visitar.